viernes, 1 de junio de 2012

Mecánica del rapto (II)-de la fuga de Ismael Da Silva


DOS.  
En la entrada de la Avenida Casanova, viniendo desde el centro, la entrada paralela a la Previsora, cerca de ahí, hay un edificio con relieves magníficos, casi jeroglíficos, que sé, estoy seguro, reúne las claves secretas de esta ciudad. Antes de comenzar a predicar cada día, dirijo mi mirada hacia él, y lo observo, como si leyera entera el alma de esta ciudad de pecadores. He trabajado fuerte este mes con los piedreros. Sé que me escuchan, que se ven plenos luego de escuchar el Evangelio, libres por segundos, quizás minutos, de esa hambre fatal que los envuelve siempre. Pero mi trabajo se centra en predicar la palabra, como me fue encomendado por mi pastor, en la zona de Chacaíto. La Plaza Pentecostés es mi lugar. Tengo ya varios años predicando en ella. Al principio, fue difícil. Pero desde ese día en que me hice uno con el Señor, me acerqué más a mi forma espiritual mayor, las almas perdidas empezaron a ser recuperadas.

Hoy tenía cita con mi pastor. Una entrevista importante, me dijo. La noche anterior me fui con unos amigos a predicar cerca de El Paraíso y Montalbán, y pasé la noche por esos lados. Predicamos hasta tarde en varios bares y antros. Al principio, nos rechazan, luego hablaba yo y todos enmudecían. Me corrijo, no hablo yo, habla el Señor en mí. Y la gloria de Jehová termina siendo siempre triunfadora.

Hemos ido cubriendo la ciudad: quedan pocos flancos sueltos. En algunas partes los Pentecostales, en otra los Testigos de Jehová, pero nosotros hemos podido convertir vastas zonas. Poco queda libre, sin ser transitado: algunas zonas de Catia y San Bernardino, Quebrada Honda, Altagracia. El resto, se ha convertido al Señor. No me llamo a engaño. Desde que la reforma de la Constitución en 2018 permitió la entrada de los principios bíblicos, la prohibición absoluta del aborto y las relaciones homosexuales, del alcohol en horas del día (en verdad, desde las 3 de la mañana hasta las 11 de la noche) y del tabaco (lo primero que logramos prohibir, en el 2011), muchas personas se dicen evangélicas por compromiso, por quedar bien y por hacer negocios. Los hermanos musulmanes están contentos, no se quejan y los judíos hacen silencio pero no los molestamos. La marca oscura de estos apostolados ha sido las guerras contra los católicos. No bastó que quemáramos sus iglesias y Catedrales, que fundiéramos y destruyéramos toda imagen que sus templos guardaban, ni que apresáramos a sus dirigentes; no bastó la emigración de miles ni la renegación ahora sí abierta de tantos de esos principios: no hemos podido disolverla. La experiencia y sabiduría de años les permite sobrevivir. Desde que convirtieron la Iglesia de Cristo en un Estado, en un demonio en la tierra, el mensaje de Jesús se desfiguró. Pero han tenido Santos y buenos hombres, engañados, pero buenos hombres, y por ellos sobreviven. Es difícil acabar con los católicos. Se aliaron a los anglicanos y a los ortodoxos, aunque estas dos comunidades eran pocas, y obtuvieron más dinero para esconderse, sobornar, salir del país a escondidas. Además, son diversos en sus gustos, aproximaciones, cercanías a Dios, aunque se reúnan en una sola Iglesia. No es lo mismo un dominico que un franciscano. Menos un jesuita. Estos, por cierto, dirigen la resistencia. Hicieron algo inconcebible: reunieron bajo su ala a los ateos. Al fin y al cabo, la cultura del mundo ha sido católica y mucho se sostiene en ellos. Por lo menos de este lado del mundo. Los agnósticos y anticristianos tienen orden de persecución y de muerte.

Me duele mucho esta situación y no la comparto. No lo hizo mi padre, quien siempre se mantuvo distante de estas cosas. Cuando empezaron las luchas, allá en Monagas, por el 2021, papá nos recogió y nos llevó a un campo, vía Caicara. Al regresar, vimos los destrozos: humo en toda la ciudad, destrozos y el río cubiertos de cadáveres. De la impresión, estuve ausente de la realidad durante muchos días. Me regresaron las palabras del Pastor: el Señor tiene extraños caminos. Por uno de esos caminos llegué a Caracas y aquí voy, camino a verlo nuevamente. El autobús va lento, pues todavía construyen vías de metro por todas partes. Aparentemente, el plan del Metro de hace tantos años, aun continúa. Eso pasa en esta ciudad: no termina de construirse. Necesita un final. Y la palabra de Dios, que divide el tiempo en antes y después, sé que podrá dársela.

Después de una hora, apenas para recorrer desde la Plaza de Yavé a Chacaíto, me bajo hacia el final de la Casanova. Camino una cuadra arriba y llego a la Iglesia. El primer paso en la construcción de nuestros sueños, de los sueños de una nueva Jerusalén, fue la compra de los viejos cines de Caracas. La gente, a partir del betamax, el vhs, el dvd, el blue ray y los demás implementos tecnológicos, además de la TV por Cable y otros, como los que existen hoy, que dejan pálidos a los anteriores, dejó de ir al Cine. Además, se hizo costoso. Entonces las cosas cambiaron: los brasileros llegaron y empezaron a invertir. Sé que muchos espacios antes fueron adquiridos por otras iglesias, pero la nuestra, que viene desde el norte de Brasil, muy pronto se hizo con todas. Prácticamente la totalidad de los cines de Caracas se convirtieron, con el paso de los años, en Iglesias del Señor. Para ello, nos ayudó la reforma de la Constitución y la conversión del Presidente, su apertura a los brazos de Dios. Las leyes empezaron a abrirnos los caminos: por ejemplo, toda edificación grande debía ser destinado para un Templo. Y así, José, el principal Pastor de la Iglesia de Brasil, pudo comprar los templos. Fueron beneficiados por ello, para mayor gloria de Dios. Esto, junto con las expropiaciones, permitió la presencia de la Iglesia en toda la ciudad. De igual manera sucedió con otros lugares. Aunado a esto, la confiscación por parte del Estado de toda vía de comunicación radial o televisiva, nos permitió apoderarnos de todo, gracias al Cielo.
Me reciben rápidamente. El Pastor mismo, me hace señales y me invita a pasar. Me ofrece jugos o agua, pero respondo que no. Entonces, sentados ambos, me dice el Pastor:
-       Tienes años trabajando para la Iglesia, Jeremías. Tú, quizás como nadie, has visto como la Gloria de Dios ha hecho por fin casa en este país. Antes éramos apenas una minoría, no llegábamos al 10 %, ahora sumamos el 60 % de la población. Y cada día más los rebeldes, los herejes, van reconociendo la gloria de Dios en nosotros. Pero aun hay muchos desconfiados. Dicen que somos agentes de los brasileros, porque así hicieron los norteamericanos con los Testigos de Jehová. Pero nada más lejano a la verdad. Si bien Brasil es hoy en día una República plenamente evangélica, y son los impulsores de esta gesta que realizamos, ellos no se meten en política. Nosotros no somos políticos. Somos pastores, profetas. Pero los mandatos del Señor deben llevarse a toda la tierra y los Mandamientos son la única Ley que deberíamos cumplir.
-       ¿y los mandatos de Jesús, nuestro Señor?
-       Ellos vienen por añadidura, respondió. Se sirvió un poco de jugo de durazno, bebió, y luego continuó.
-       El gobierno dictó hoy una medida que nos perjudica. Aparentemente, hay mucha presión internacional. Esa medida ordena el cese de las persecuciones. Se invita a hacer las paces con los otros hermanos, cristianos o no, aunque llevan el infierno en sus pasos.
-       ¿incluyendo a los católicos?
-       Sí, dijo con tensión evidente. A ellos hay que perdonarlos también. Nadie ha hablado de permitirles sus ritos otra vez, ni que serán excarcelados los obispos, pero vuelven a ser ciudadanos.
-       Eso no es tan malo, pastor José. Tenemos al Señor de nuestro lado. Los convertiremos con el amor de Yavé.
-       Sí, dijo sonriendo, así es José. Para ello te requerimos a ti. Eres el profeta que más adeptos logra reclutar semanalmente. Tu voz es poderosa en el Espíritu Santo. Has sido llamado para hacer un trabajo importante. Recuerda que esta ciudad, dividida por islas desde el terremoto del 99, solo logra un refugio certero en el deporte: beisbol, carreras de caballo, futbol, baloncesto.
-       Es cierto, maestro. Es algo que abarca todas las creencias de la población. Eso y la música. Yo mismo fui jugador de futbol en la cárcel.
-       Sí, son espacios de “libertad”, cuando la libertad real es la que enseñamos nosotros. Por eso te voy a encomendar un trabajo. Fíjate, hijo, la Iglesia compró recientemente un equipo de fútbol. El antiguo Deportivo Petare. Decidimos llamarlo Deportivo Jehová. Hemos cambiado algunos jugadores por miembros de nuestra Iglesia, pero tenemos que dejar a los mejores de ese equipo, así no sean nuestros. Entra dentro de los dictados del gobierno nacional. Entonces, como te decía, tendrás una misión ahí: vas a comenzar cada juego con una predicación a todo el estadio.
-       ¿Cuándo comenzaré?
-       Este domingo juegan contra el Deportivo Táchira. Comienzas este Domingo.
-       Si esa es la voluntad del Señor, yo la seguiré. Amén, pastor José.
-       Amén, Jeremías. Y por cierto, ya me contaron que estás saliendo con una muchacha. Te he visto con ella en el Templo. Bien por ti muchacho. Espero muy pronto tengan hijos del Señor. Necesitamos soldados, dijo con una sonrisa plena. Nervioso, apenas asentí.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Mecánica del rapto (de la fuga de Ismael Da Silva)

UNO.
Llegué a Caracas desde Maturín, en el año del Señor de 2018.  Llegué en un viejo Autobús a la Bandera. Fue una pequeña decepción: mis familiares me habían contado tanto del terminal del Nuevo Circo, que era esa la imagen que tenía en mente. Parece que llegó un alcalde de acá, hace años y cambió las cosas un día. Bueno, me bajé del Autobús, recogí mi maleta y le di un abrazo al hermano en Cristo que tuvo la bondad de brindarme un puesto en Clarines. Salía yo de Monagas, y ya en Clarines el vehículo daba muestras de no poderse alejar más allá de la alcabala. Antes del Guapo nos accidentamos. Eran las 11 de la mañana y el silencio del campo me tenía azorado. Decidí que era un momento perfecto para predicar, y así hice. Tomé la Biblia, la abrí y leí entonces. No llevaba más de 10 minutos, reflexionando alrededor del libro de Isaías, cuando escuché el primer insulto. Me mandaban a callar. Me escupieron. Les decía que abrieran su corazón, que recibieran la Palabra de Dios. Mi voz se entrecortaba, se hacía lenta, sin fuerzas. Me tomaron entre tres hombres y me bajaron del autobús. Ustedes siempre con su ladilla, me dijeron. Lanzaron mi bolso y siguieron de largo. De nada sirvieron mis súplicas, mis arengas, mis gritos. Eran las 12 del mediodía y estaba solo al borde de la carretera, rodeado de un desierto.

A las horas, no podría decir exactamente cuanto, porque el sol no llegó a declinar, unos gentiles me llevaron en una pick-up hasta Guarenas, y ahí esperé que llegara la tarde debajo de una sombra, en la bomba de gasolina.  

Mi nombre es Jeremías David Armas y soy profeta por la gracia del Señor. Fui nombrado como tal en la Iglesia del Pastor José, en Maturín, cerca del Estadio. Fui nombrado Jeremías por mi pastor, hace 28 años, cuando nací. Tomó mi nombre del santo Profeta, pues vio en mí a un misionero, a un hombre de Dios. Mi madre se alegró al escuchar eso, aunque desconocía realmente el poder de la Palabra. Mi padre, en cambio, desconfió de sus anuncios. Curiosamente, a los pocos años fue él quién pareció acertar. Siendo apenas un adolescente, no se me anunciaban los caminos de Dios por ninguna parte. De pocos recursos, muy pronto caí en malas juntas, de ahí a delinquir, y luego, rápidamente, a la cárcel. Estrené mis 18 años en una comisaría, y los siguientes tres, en la cárcel de El Dorado. Intenté fugarme; no lo logré. Cada día intentaba sobrevivir en ese infierno, rodeado de la selva, sintiendo que me moría segundo a segundo. Mi madre nunca me vino a ver: me había desterrado de sí, aunque mi padre, que si vino varias veces, me mandaba comida preparada por ella, y alguna ropa vieja que le entregaron mis hermanos. Dormíamos cada día de espaldas a la pared, evitando malos tratos. No disponía de dinero para que garantizaran mi seguridad, ni de mayores destrezas. Mi voz era casi de niña; mis brazos y mi torso, lánguidos. Un día ya me daba por perdido, hasta que se me acercó Juan, un hermano evangélico. Comenzó a predicarme, a conversar conmigo, y recordé al instante lo olvidado: aquello que me leía mi madre de niño, las visitas al templo a estudiar, las lecturas de la Biblia en mi infancia. Algo inmediatamente se despertó en mí. Me uní con entusiasmo al resto de los hermanos evangélicos y mi vida cambió para siempre. Pude evitar las extorsiones y golpes, pues acompañaba al Pastor a todos lados, y el era muy respetado.

Fuera del círculo de la Iglesia, dentro de la cárcel solo conocí a otra persona de trato. Se llamaba Ismael. Ismael Da Silva. Cuando me dijo su nombre, una tarde en el Patio, inmediatamente lo creí uno más de mis hermanos. Ismael, nombre bíblico, hijo de Abraham.
-       Sí, me respondió, pero no te equivoques. No pertenezco a tu gente. Mi lugar es otro.
Aun así, nos tratamos. Era un hombre melancólico, pero duro a la vez. No tenía mayores esperanzas en la vida, ni de salir de la cárcel, ni de sobrevivir, pero aun así, hacía sus labores, leía mucho, cumplía con lo cotidiano. Yo intentaba convertirlo, predicándole incesantemente, pero era inútil. Era un hombre cerrado a la palabra del Señor.

En la cárcel vi muchas violaciones. Escuché gritos cada noche, llantos. Me aterraba, pero repetía incesantemente: el Señor es mi pastor, nada me falta. Y trataba de llevar el paso.

Con el tiempo, fui aprendiendo a predicar cada vez mejor, pero mi voz triste, sin mayores timbres, conspiraba contra ello. Cada mañana rezaba con fuerzas a Dios por un milagro, porque me hiciera Profeta de su palabra, me tomara entero como suyo y, lleno de Espíritu Santo, convirtiera así al resto de la población en la cárcel. Cada día esperaba ese milagro. Era paciente. Sé que el Señor no me abandonaría.

Una noche, supimos de una fuga. Lograron burlar a los guardias unas cinco personas. Tres fueron encontrados flotando río abajo, o mejor dicho, los restos devorados por las pirañas. Otro se devolvió, lleno de miedo, y por cobarde lo mataron enseguida. Del quinto no se supo nada más. Lo daban por perdido. Nadie sobrevivía a la selva de Guayana. Ese quinto era Ismael.

A los pocos días, encontré una frase garabateada en papel periódico, dentro de mi Biblia. La firmaba Ismael. Decía así: ten cuidado con lo que te ofrecen en la Iglesia. Podrías perder algo importante de ti mismo. Nos vemos.
Eso era todo.

Al cumplir los tres años preso, por buena conducta y por las apelaciones de la Iglesia, pude salir. Siete años después, llegaba a Caracas.

De Ismael más nunca supe nada.