Tomó las balas del revólver del padre velado anoche, las retiró del tambor luego de quitar el seguro y abrirlo, como observó con cuidado día a día, tomó sus témperas y un pincel e inició con hambre sus labores.
Afuera del cuarto aún el llanto de la familia.
Recogen los socios del muerto sus pertenencias: un pasamontaña, guantes, los zapatos de correr, más revólveres.
En el cuarto la niña despliega periódico en el piso, escoge los colores marrones, ocres, y ordena las balas.
¿Qué haces hija?
Nada mami, responde salivando, sólo pinto unos frijoles.
Tan cruel como la realidad que se vive en nuestra sociedad. Lo más terrible es que escrito, sólo parece ficción.
ResponderEliminarTe felicito Ricardo, muy buen cuento.