Poética del librero:
Desde hace 4 años trabajo en las librerías Alejandría.
En Alejandría II, fue Rodnei Casares (librero
de esa casa) el que contrató a un muchacho recién bajado del avión como
auxiliar de librería. Con experiencia cero, abría cajas, sacaba libros y los
ingresaba al sistema, atendía algunos clientes, todo esto con la mirada
en la nuca de este excelente librero.
Ahí pasó algo. Un buen día me dice: “¿Lees? Toma
lee esto.” Y era Tokio Blues de Haruki Murakami. Entonces, empezó la otra
parte – el vicio de los libros – el interés crecía y crecía,
buscaba más libros, visitaba librerías, sencillamente estaba enfermo.
Pasaron ocho meses y me proponen ser librero -gerente
de la Librería
Alejandría I (tener mi propia librería?- Acá entre nos,
habría ido a trabajar gratis.) Acepté. Ya estaba adoptado por la bruja de
Caracas.
Así comenzó mi relación con las librerías y los
libros, una especie de simbiosis positiva, dos parásitos que no podemos vivir el
uno sin el otro. Ellos me buscan (yo los reparto), los miro (de vez en cuando
los leo), los colecciono (muy a veces compro) y trabajo más de ocho horas (soy
un adicto).
Reflexión final: La culpa de todo, absolutamente todo,
la tienen los libros.
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