Nunca entendí por qué los mexicanos prefirieron siempre a Jaime
Sabines antes que a mí. No dejé nunca de preguntármelo. Yo he sido el
intelectual de México. Tengo poemas amorosos también. Combatí a los facistas, a
los estalinistas y a la izquierda guerrillera en Latinoamérica. Amé a Elena;
amé mucho más a Marie José. Pero ahora, pensando todas estas cosas, sin orden,
desordenadamente irónicas e incluso cínicas, veo a mis pies a toda mi
biblioteca incendiada: siglos enteros hechos cenizas. Los libros firmados por
Bretón; las fotos con Buñuel o Cernuda, las cartas enviadas a Lezama Lima.
Tanto, enteramente quemado.
La poesía se hace también en la destrucción. Tomo los pocos
libros que quedaron y los huelo. Nada será igual desde ahora. Tengo cenizas en
las barbas, en los cabellos, como un antiguo azteca ante el incendio de
Tenochtitlán, o como Juan Gris pintando alguna guitarra.
Lento, amargo animal, tengo a mis pies una biblioteca negra.
Todos los libros de una vida, quemados. Tengo en mis manos los restos
espantosos de la muerte. Son el espejo de un hombre desollado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario