jueves, 16 de julio de 2009

Cuerpo de mujer

1

Cuando el cuerpo habla, las palabras que lo nombren se deben ante él. Debe darnos aquello que enuncia en sus olores, el sabor del lugar del que procede. Cada cuerpo habla a otros como a sí mismo: despierta rechazos y acercamientos, dudas y certezas, epifanía y desconcierto. Así la palabra con el cuerpo: le habla desde su doblez y su carencia, su dulzura y sus aciertos. Cada palabra se levanta, se lava, suda, se perfuma desde el espejo del otro. Lleva un ritmo dictado por el cuerpo, que se abre sincero.

2

Me miras cuando ya no miro. Llevas tus talentos de hembra: calculas, haces pronósticos, observas mis hábitos, me juzgas, reconoces lo que te agrada. Imaginas cuanto costaría hacerme a tu cuerpo. Uno voltea y te sabe observando, con ese calidoscopio que es tu mirada de mujer. Uno habla y volteas tu ahora, oteando ese punto infinito que ustedes miran cuando decantan lo que decimos, la cara de bolsa con que uno se suelta. Incluso observas a quien me mira, ves la expresión de ella, ves de arriba abajo si podría ser o no tu competencia. Llevas una balanza en donde me pesas. Revisas tus bolsillos, tus monedas.
Como ves, uno también se sabe presa.

3

Todo termina por los ojos. Más que comenzar, es el lugar que anuncia destierro o cama. También dudan, no son perfectos. Cuando miran con fijeza y uno ve el iris, la pupila danzando como un colibrí. Determinan tantas cosas. Son el juez mayor, el que indica si acertaste o no, si la caricia es correcta, si el detalle es inexacto. Dos pájaros de luz baten alas en su rostro y vuelan hacia ti en una mirada.
Ves, en el espejo que te enseñan, el golpe de los dados. Qué hay más allá del trago o la película que compartiste. El futuro está en ellos: una noche, dos besos, amor de playa, noviazgo, candidato a amante, marido, padre de sus hijos, futuro ex esposo, cuerpo que le otorgue viudez. Van hablando según el tiempo o lo que en el camino pasa. Los hay de matices infinitos. Rayados, limpios, me han rodeado los muy oscuros o los claros. En los primeros, pequeños o con párpados semi-cerrados, brilla una luz maravillosa. Siempre iluminan. Cuando se molestan, se hacen tenues. Cuando se entristecen, a pesar del brillo que puedan dar las lágrimas, se apagan. Hipnotizan, ven todo lo que hay que ver y anuncian rientes o solemnes veredictos. En los segundos, aumentan las variantes. Me decanto por los grises, que bailan entre verdes o azules según la luz. En ellos, si te acercas a la altura del aliento, ves el universo. Todo está ahí: los planetas, las mentiras, las galaxias, las entregas. Cuando rabian, se vuelven plomo, cuando ríen son dos cucharillas de plata.
Con los ojos ellas aprueban, preguntan, juzgan, rechazan, hablan, fulminan, besan, responden, lamen, descartan. Suelen bajarlos cuando escuchan sin ser percatadas. Miran de frente cuando hay inocencia o no pueden evitarlo. Cuando quieren saber en verdad quien eres o que pasa.
Todo termina ahí, en la mirada. La del adiós, con lágrima pero firme; la de la entrega, dulce y gozosa; la resignada, hueca; la celosa, fría y cruel; la irónica, acuosa.

Por los ojos lo saben todo. Por la mirada te desean, se reprimen y también te matan. Hay un tiempo que a ritmo de océano, de giro y giro del planeta, te coloca en su palma y te decanta.

4

Mejor no hacer nada. El demonio está aquí pero duerme. Los labios no están prestos y se secan.
Mejor recojo tu humedad, acerco el fuego y respiro sus vapores arcada tras arcada.
Mejor no hacer nada, solo eso.
Los labios se prestan solos y humedecen. El demonio duerme siempre tibio.
Vivo animal en su reposo.

5

Los labios resguardan a la mueca o a la risa, el aliento tibio y la longitud incalculable y húmeda de su lengua. Por los labios los hombres juzgamos cosas: su delgadez, la paridad entre el superior y el inferior, la tersura, el grosor. Los sabios significan una boca grande o pequeña, una sonrisa franca y abierta o pequeña e íntima. Son los labios analogía y metáfora de su propio cuerpo, de su color, su fragilidad. Ambos son reflejo de los otros, ambos se empapan o se secan de acuerdo al movimiento correcto. Se abren, muestran el oscuro fin en donde hacer casa y entonan serenos la más perfecta de las palabras: aquella que a veces, llenos de torpeza, no logramos escuchar, ni siquiera en los estertores del orgasmo.

6

La espera siendo fortaleza, columna que sostiene el abrazo del aire alrededor de los dedos, asidos a unas manos que no encuentro sino en sueños. La llegada tan débil, catarata que se riega por el cuerpo, afuera como adentro, y todo lo dispersa.
¿Hay mayor fragilidad que derramarse?, ¿hay mayor fortaleza que esperar que te derrames?
Hazte a la tierra, cósela. Sostenla con tibiera, fórmala.
Vendré con mis palabras desde el suelo. Has de este piso en que me esperas un ánfora de tiempo.

7

Las manos de ellas enseñan a tocar. Como ciegas, recorren tu rostro palmo a palmo, secreteándolo. Tocan los ojos, la frente, la nariz, los cañones de la barba, los labios, el mentón. Te apartan y te jalan hacia ella. Son rosadas como salmón o bronceadas. Manos de fregar o de reina, amarillas de nicotina o de mármol, largas de pianista, de palma grande o dedos pequeños, de dedos como estiletes que escriben con sangre en tu espalda. Con uñas cortas o no, toman tu mano y la aprietan, la levantan, la acercan, la arrojan de su cuerpo. Con ambas cruzan tu cara con violencia o con calma. Con ellas amasan o firmas cheques de compañía, cambian pañales, hacen Yoga. Dirigen la ciudad con agitación o parsimonia, pintan el aire alrededor.
Ellas buscan ser llevadas pero en verdad llevan. En una mano una flor y en la otra una navaja.




8

Uno mira desde lejos un cuerpo y se acerca. El camino desde el lugar en donde estás hasta ese cuerpo se paladea, se respira en sus olores traídos por la brisa.
Uno mira desde cerca un cuerpo y se detiene a escucharlo.
La boca se ha hecho agua. Sólo hay hambre en esas manos.
Pronto viene el devorar.

9

Poner una mano sobre ella, luego la otra. Captar sus pliegues, desniveles, sus lugares en tensión, sus roturas. Sentirla larga, sin final en hombros o piernas, delgada. Empezar debajo de la nuca, apretarla, avanzar hacia los hombros y su ser rotundo y bajar a los omoplatos, a veces frágiles. Parece la más larga de las piraguas. Es el espacio más pleno de piel, el que más se eriza, el que se arquea o retuerce. Toco su espalda y es el más entero de los presentes. Voy bajando las manos. Subo otra hacia su pelo y luego avanzo hacia dos cuerpos mansos. Roce lento de dedos hacia la profundidad del izquierdo, que al contacto despunta. Luego el otro. Se acercan los labios, muerden suave su centro. Se acercan de nuevo las manos. Se alejan los labios del centro, se abren los dedos, las manos se llenan de sus pechos. Su cuerpo se acerca y me rodea. Las piernas son siempre una promesa de algo que se sabe aunque casi nunca llegue a ser tuyo. Son la longitud más lasciva del cuerpo. Abarca el tobillo y sube, se extiende al muslo, delgado o grueso, y se pierden en la oscuridad que les palpita. Son fuerza, tono, robustez, tacto al que aspiramos en su lisura precisa. Hace semanas fui testigo de ellas y su poder. En un café, vi una mujer blanca, de cabellos negros y una minifalda. Todo lo que se encontraba alrededor, mesas, sillas, hombres, mujeres, mi mirada, giraban alrededor de sus piernas. Todo la miraba, rodilla abajo tensa por la sandalia alta, rodilla arriba cruzada una sobre otra en su extensión correcta, en la precisión de cada fémur, haciéndose dueñas desde el suelo al aire y desde mis ojos a las escaleras en donde estamos ahora en que agarro tu cuello y pongo mis labios en la nuca acalorada para besarlo. Se huele el cuello, se muerde, se besa. Está para atenderlo tanto como las orejas, llenas de vocales abiertas, de sarcillos enmarcando su brillo. Ellas deciden por la vista, por el olor, también por el oído. Es la alcabala de las mentiras y la entrada de las más sinceras palabras. Por lo que guardan (el oído), por lo que esperan (temblores), por lo que marcan (perdones), las orejas son la casa del viento resguardándoles hazañas. Hacia ellas la lengua, los agradecimientos, las sombras, el susurro en que le digo todo lo que voy a hacerle, calladamente, tomándome mi tiempo en muelearla, chuparla, voltearla sosteniéndole las manos, amarrándolas al pasamanos de la escalera al desnudarla.

10

Te desgranas fantasma, ahora, en la mañana. Intento descifrarte y no me dejas ya. Más que un sabio, un enfermo soy de tu olor. Es un círculo en donde lanzo la atarraya en cada calle y espero

Del averno a tu olor, y de tu olor al averno.