sábado, 19 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (VIII)


Martes, hora sexta.
Desde que coordiné la tableta digital con mi voz, he podido ir dictando lo que quiero escribir, y así no usar las manos. Además, en la isla hubiera sido sospechoso. Leonor no se cansa de advertirme, pero me parece estúpido escribir con las manos, esa costumbre tan antigua.
Al fin, siento que avanzamos, pero debemos detenernos unos treinta minutos a comer algo. Seamus saca las viandas, las abre y, antes de ofrecerme algo, le lanza la carne a Pirata. Me lleno de indignación y se lo reclamo. No lo puedo creer. “¿Qué comeremos ahora?”. “¿alguna vez te preguntantes de donde salía esta carne, Ismael?” “No”. “Es la carne de los sacrificados. Recuerda que la gente de esta isla heredó, por medio de sus indagaciones en documentos antiguos de la isla, tradiciones. La isla es una isla de inmigrantes, Ismael. Esa gente, sus pobladores, su casta sacerdotal, sus autoridades, no eran de ahí. Llegaron de Cubagua, cuando fue abandonada, de La Tortuga, de las costas de Araya y más allá, de la isla de Coche, antes de hundirse. En verdad, no era una isla, era una pequeña península. Luego de la catástrofe, se desprendió y las aguas la rodearon en el espacio en donde está ubicada. Sabes que tuvo una cultura antes, pobladores. Estos se extinguieron ante el fracaso de su proyecto, que tenía cientos de años. Todas las civilizaciones fracasan. Pero esta alcanzó maravillas: extender la edad, rebelarse contra toda moral en contra del cuerpo, supeditar, por medio de la ley, los llamados del cuerpo por encima de los del intelecto. Como Roma con Grecia, los que llegaron fueron tomando mucho de lo que iban aprendiendo de la isla, y lo asimilaron. Por eso hablan muchas lenguas, pues son de varios lugares. Viven entre ruinas, pero eso ya lo practicaban en los lugares en donde sobrevivieron después de la destrucción. El Sheriff, Francois, Bertorá, yo, todos somos, fuimos, inmigrantes de la isla. Apenas tomamos lo poco de la civilización antigua. Sé mucho de ella. Después te contaré. Lo que si debes saber es que la carne que comían era carne humana, pues la de los animales es poca. Todas las criaturas que viste son experimentos de la vieja cultura; se fueron reproduciendo y llegaron a la extrañeza que llegaste a ver”. “Pero ellas no comen carne, ¿por qué le das carne a Pirata?”. Terminó de lanzarle unos pedazos al dálmata, y luego me contestó. “Porque Pirata no es un perro. Es un cyborg animal. Por eso está con nosotros. Fue diseñado para defender a quien escogiera contra lo que sea. Lo que nos ataque, será devorado por él. Lo doy carne, pues su programación se ha hecho lenta con los años, comiendo solo vegetales y frutas. Así, suele calmarse. Ahora, se activará en pocas horas”. Irónico, le digo a Seamus, “Y contra qué nos defenderá”. “Contra las criaturas del mar, Ismael, y cuando estemos en tierra, contra lo que sea”. Me cuesta aceptar lo que dice. Miro a Pirata, lo palmeo, la acaricio el lomo. Sólo al acercarme a él, a su pecho, puedo escuchar su extraño mecanismo activarse. “¿Por qué nunca me dijiste nada, Seamus?” Siguió comiendo y nunca me respondió.
Caminé hacia el final del bote, consternado. Como mis vegetales, viendo casi con rabia al perro, pero al recordar que es carne humana lo que devora, me dan náuseas. En menos de dos minutos, devuelvo lo que he comido por la borda. Al terminar de vomitar, creí ver a alguien mirarme con unos ojos rojos muy cerca de la superficie. Me levanté aterrado. Babeando, volteo a ver a Seamus. “Te lo dije”.


Martes, hora Nona
La señal que me comunica con Leonor, la cámara detrás de mi ojo, se va perdiendo. Intento hacer llegar un último envío de información pero es en vano. No puedo hacer más nada. Tendré que revelarme: Retiro mi ojo de su cavidad, desconecto la cámara, la quito y la arrojo al mar. Luego, aprieto el botón en mi muñeca y mi oreja izquierda. Se despliegan ambos, extraigo los hiperchips, microscópicos, y los inserto, uno en cada uno, en las dos tabletas digitales que traje conmigo. Por nada del mundo podría perder esa información.
Seamus apenas me mira, sin inmutarse, sin sorpresas en sus facciones.


Martes, Vísperas
Debemos estar cerca, pero la noche está por caer. A Seamus le aterra el agua; a mí, las criaturas. Siento que desemboco en la noche más oscura, pero de alguna extraña manera también me place. Tantas cosas en mi memoria no terminan de concordar. ¿Por qué sentía empatía por todos esos datos que recopilaba? Las gaviotas se despiden, los albatros, aun planean cerca del agua. En instantes, varios desaparecen y  manchas de sangre pueblan la superficie del agua. Me repliego al centro de la barca. Pirata se acerca al borde y emite un extraño sonido. Según Seamus, parece que eso los espanta. Me cuesta creerlo. Siento que hemos llegado al final de nuestro camino. En un impulso, le entrego una de las tabletas a Seamus. “Si no llego a sobrevivir, guarda esto. Se pondrán en contacto contigo. En esta tableta está la información que pude dictar del Diario de Hithloday. Debe salvarse”. Seamus me mira irónicamente, y no puede evitar reírse. Lo increpo. Entonces me responde: “el Diario de Hithloday es falso, Ismael. Mejor dicho, no es falso. Está hecho de interpretaciones, retazos, trozos, de otros relatos de viajeros europeos. Si recuerdas con cuidado, hay partes de varios Cronistas de Indias, del diario de Colón, de Robinson Crusoe, de Gulliver, de capitán Ahab, de cualquier aventurero de Stevenson o Conrad. Es falso. Se fue construyendo con los años, agregándole más cosas. Eso lo descubrió Francois, cuando leyó partes de un poema de Cesaire:

            He aquí a través de mi oído tramado de rechinamientos
                        De dientes
            Y de cohetes sincopar de rudas fealdades
            Los cien caballos de raza pura relinchantes del Sol
            En medio del marasmo.

Puro Cesaire, Ismael. El diario es una estafa. O mejor, un documento que se va haciendo entre muchos, y que va tomando matices sagrados. Por eso lo escondían los sacerdotes. Por eso mandan a los esclavos extranjeros a buscar textos en varias lenguas, para traducirlos y seleccionar partes e irlo sumando al Diario de Hithloday. Lo que tienes en esta tableta, es una antología de varios, decenas de textos. No es un documento histórico. Es, quizás, un poema sobre el viaje y sus derrotas, sobre los egoísmos del hombre, sobre el apocalipsis avanzando a través de la historia. Tienes eso: poesía. Si te fijas, después de la tercera parte, casi todo es La Tempestad, de Shakespeare. Lo sé, en nuestra infancia en Irlanda lo leíamos, aunque no nos gustara que fuera inglés. Es otro libro que se ha ido haciendo a través del tiempo, como los viejos textos griegos, judíos o cristianos. Es sólo otro libro sagrado. No hay en él, nada de esa verdad empírica que tú y los tuyos buscan, nada de veracidades, nada de algún testimonio de Utopia, que terminó en fracaso. Sí, sé que ustedes buscan a Utopia. Ya no existe, Ismael, hay que buscarla en otro lado. Por lo demás, todos los intentos de ella en estas costas han terminado como leíste en la isla: son tiranías, fracasos revolucionarios, engaños del hombre en su miseria. Y eso es todo”.
Escuchamos chapoteos en el agua y nos alertamos. Cesaron. No rompí el silencio.

viernes, 18 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (VII)


Domingo, hora sexta.
Es imposible salir de la isla sin permiso. Se condena con la muerte. Me lo reveló Z hace tiempo. Es la peor de las muertes: eres abandonado en mitad del mar, sin comida, en una balsa. Y te entregan un cuchillo. El mar, hacia el norte de la isla da a mar abierto, al océano. La mayoría se corta el cuello a las pocas horas, no soportan el ulular del viento en las olas, ni el silencio de voces humanas.
Además, todo el espacio que va de la Isla a cualquiera de las Repúblicas cercanas, está inundado de tiburones y criaturas peores. Se sabe de su acecho desde la salida en el bote. Lo van empujando hacia alta mar. Hacia la noche, cuando cae el sol, voltean la balsa. Suelen jugar con el desesperado un poco. Lo arrastran hacia el fondo y lo dejan ir, para que suban a buscar aire. Luego de hacer esto unas tres veces, lo devoran. Z lo sabe. Era verdugo. Los verdugos llevaban la balsa hacia más allá de la barrera de coral. Y ahí debían permanecer hasta que se cortara el cuello o las venas el castigado o hasta que era volcado. Luego de los años, las criaturas se acostumbraron a la carne fresca (pues los intentos de fuga se hicieron más y más frecuentes, casi cotidianos). Y entonces eliminaron los cargos. Ahora limpia las calles, cosa que solo a veces hace. Le pagan mejor por contar sus historias en cualquier barra.
Aun así, ese será el camino de salida, al no existir autoaires, ni aparatos sónicos con que desplazarse. No hay ni siquiera superautos, como en Santiago. Deberé volver al mar.

 Lunes, hora Prima.
Anoche, una luna roja, a manera de señal. Debo fugarme pronto, antes de que sea tarde. He visto a los príncipes conversar con los caballos, en ausencia de sus hijos y mujeres. Nadie puede saberlo. Me esperaría la muerte sin chistar. Los nervios y el frenesí no me dejan dormir calmadamente. Sólo sueños y más sueños extraños: Cachapas. Una lluvia de mangos dentro de una celda, y todos recibiéndolos. Después de la primera media hora de pelearnos para recibirlos, no lo hicimos más, pues no dejaban de caer dentro del patio de la celda. Luego, Bagres, Pavones, Pirañas, cuerpos desmembrados, sin piel, de Babas. Pedazos de Anacondas. Horas después, el patio apestaba. Comimos y nos fuimos, dejando los restos de fruta y de carne pudriéndose. Cada quien con su collar de dientes de pirañas.
Supe en la red clandestina que la ciudad de Manoa, a la que dan por cierta todavía y con quien dicen sostener relaciones de comercio, desapareció en el terremoto del 2018. Aun así, quedaron islotes con algunas ruinas. Deberé llegar hasta allá, como punto de encuentro con otros y entonces partir hacia Italia. Tengo las coordenadas; creo que podría alcanzarla, avanzando por el Llano en el continente, y retomándola más allá.

Martes, Laudes.
Hacia el final de la tarde, nos percatamos de la ausencia de luz en la ciudad. Mirando hacia el horizonte, vimos que se extendía hacia otros pueblos. Tardaron en encender las antorchas. En el interín, busqué a Seamus. Apenas cargué con mis cuadernos.
Al llegar a la costa, un dolor penetrante me invadió de desconsuelo: había dejado el Diario de Hithloday. Lo confundí, por la cubierta, por otro: apenas un inventario de verduras y otras tonterías. Seamus me miró. Me dijo que ya no había tiempo de regresar. Nos montamos en el bote y nos marchamos hacia la oscuridad. Había enviado la información, pero quería llevar el archivo original digital. Ya nada podía hacerse. Pirata me observaba con pesadumbre, percibiendo mi tristeza.
Abordamos el bote, y lo impulsamos hasta altamar con remos, guiándonos por la señal de los mapas a los que Seamus tenía acceso. No pude despedirme de Francois ni el Sheriff, mucho menos de Bertorá: los hubiera comprometido. Serían interrogados, y al penetrar en su mente por medio de los barbitúricos que poseía esta raza, se enterarían de todo. Eso les garantizaría la muerte, a tal alta edad y buscando además descanso. No se merecían eso.
Solo me preocupa Josefina, la mujer de Bertorá. Me reveló el lugar desde donde partir hacia el mar, y me entregó alimentos en cápsulas, además de agua.
Me siento muy agradecido con ellos. Espero queden bien.


Martes, hora Prima
Recibí una comunicación de Leonor. Me confirmó la posibilidad de llegar a Manoa. Mi recorrido sería volver a Araya, transitar el continente, y llegar a la ciudad. Luego, esperaría órdenes, transportes.
Seamus casi no pronunciaba palabra, concentrado en el remo. Es mucho mayor que yo, pero su fuerza es apreciable. Mantuve su silencio, lo emulé por un buen rato, remando callado, atento a los movimientos del mar y de las gaviotas. Pero presentí que el silencio no duraría demasiado. “¿qué hablaste con Bertorá?”, me preguntó de golpe. Le conté que de la ruta de las especies y del Gilgamesh. Me dijo que en el Gilgamesh estaban las respuestas. “Bertorá”, respondió, “Trabajó en una traducción del Gilgamesh durante más de cincuenta años. Empezó en la Biblioteca Pública de Nueva York, pidiendo asesoría para estudiarlo. El encargado de lenguas antiguas le preguntó si  dominaba esas lenguas, a lo que él respondió que no. Decepcionado, aún así aceptó ayudarlo. Antes de mostrarle los textos, le preguntó si era rico. Extrañado, Bertorá le preguntó por qué. El encargado de libros le dijo que para trabajar el Gilgamesh hace falta toda una vida, sacrificios familiares, laborales. Solo entregarse al Gilgamesh. Y Bertorá lo ha hecho”. Me mantuve taciturno, reflexionando lo que Seamus me decía. Me parecía inconcebible, Bertorá era casado, quizás tuvo hijos, cómo era posible eso. “Sé lo que te estás preguntando, Ismael”, espetó, “Lo que nunca te dijo el viejo es por qué se fue a la isla. Se fue a ella pues no tuvo otra alternativa. Solo en ella, en la locura de esa isla, podía tener el tiempo suficiente para estudiar la obra. Ya sus hijos (que los tuvieron) habían crecido. Josefina aceptó ir con él, no podía dejarlo solo. Se sabían esclavos, inmigrantes, pero tenían la libertad de estudiar eso que querían estudiar. Josefina lo ha ayudado mucho, siempre”.


 Martes, hora Tercia.
Ya la mañana estaba en su plenitud, pero apenas sentía que avanzábamos. Lo rudimentario de este avance, era desconocido para mí. Remos.  Estaba perdiendo la paciencia. Pude llegar a la isla desde Araya pues tenía coordenadas exactas, propulsores atómicos en los tobillos y antebrazos, y un traje de aluminio líquido. Esto era otra cosa. Ya el sol comenzaba a hacer imperio en nuestra cabeza. Teníamos suficiente agua, pero debíamos llegar en menos de 24 horas remando, sino, cualquier cosa podría esperarse. Pirata se inquieta con las gaviotas y los recién llegados albatros. Lo sereno, le hablo. Me mira, me entiende, pero aun así su mirada sigue siendo la de una criatura escéptica a todo destino, que me acompaña por lástima.
Le pregunté a Seamus a dónde piensa ir él. Me cuenta que a Barbarito, un pueblo fundado por los italianos cerca del Apure, en donde prosperó el comercio de plumas de garza. Dice que puede hacer contactos para llegar a otra colonia italiana, esta en el Amazonas, y ponerse al servicio de ellos contra Abreu y Lima y su persecución contra la Iglesia. Me habla de los Médanos de Apure, no muy distintos en sequedad a los de Coro o a las Salinas de Araya. Del río Capanaparo. De San Juan de Payara. Le digo a Leonor que despliegue un mapa en la cámara. Le pido que lo acerque más. Veo una estatua de Páez. Todas nuestras ciudades están llenas de estatuas de héroes, de gente que triunfó. La historia de los otros, se desconoce. Seamus me habla bien de Páez. Para él, simboliza mucho de lo bueno en los habitantes del Caribe continental. Me molestan las discusiones históricas y cambio de tema. Le recuerdo que a mediodía deberemos comer algo, rápidamente. Me mira directo a los ojos. Dice estar de acuerdo. No le creo.



jueves, 17 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (VI)


Viernes, Maitines.
Oigo, a pesar de la hora, a Francois cantando por la calle. No entiendo muy bien su idioma, pero lo canta alegre e irónicamente:

                        Ah! Je sens l´enfer des délices
Et par les brumes nidoreuses imitant de floches
Chevalures- respirations tuoffues de vieillards
Imberbes- la tiédeur mille fois ferocé
De la folie hurlante et de la mort.


 Sábado, Maitines.
Fue Seamus quien me habló de Rupertland. Tierra conquistada por rusos, españoles e ingleses, las tres culturas lograron convivir juntas. Las cientos de tribus aborígenes dominaban el sacerdocio, y el culto del Oso privaba entre ellos. Maremotos luego de la hecatombe, como en casi todas las costas, sepultaron sus principales ciudades costeras. Entonces vino el predominio de las ciudades tierra adentro, refugiadas en murallas inmensas de hierro y hielo. Se dedican a la minería esencialmente y cazan otros humanos y algunos animales para sobrevivir. Y cuenta que sus ancestros vienen de ahí, que llegaron a ese lugar hace mucho tiempo desde acá. Por tanto, fue un viaje de ida y vuelta el realizado por él. Le parece irónico. ¿Qué te parece irónico? , le pregunto. Que nada de lo que practican los rupertianos actualmente le repugna.
En esta isla, desde hace más de veinte años, me dice, predomina el gobierno de los jóvenes. Tomaron el poder pronto, y resultaron en mucho peor que los ancianos. Llegaron después que cerraron  las universidades en el año 2012. Eso desencadenó la violencia en la región. Ocurrió antes del gran terremoto, pero después del quiebre de la gran Montaña. Luego de esto, la ciudad siguió en ruinas. Le hablo de Santiago de León, mi ciudad. Era apenas un estudiante, llevaba la mitad de la carrera cuando esto sucedió, le digo. Primero dictaron medidas varias, creando nuevas reglas. Luego, empezaron a presionar sobremanera a los profesores y catedráticos: eliminaron las becas, la investigación, los sueldos. Luego, un día, los fueron a buscar en camiones, los obligaron a montarse, los humillaron en la Isla de los Checos, hacia el centro de la ciudad, cerca de la Plaza Mediterráneo. Los vistieron con togas y birretes, los hacían marchar hacia un estrado y en él, el Tirano les entregaba, a manera de diploma, la carta de despido, llena de injurias. Posteriormente, los golpeaban mientras caminaban entre los soldados, varios de cada lado, y les arrebataban a golpes y patadas la toga. Los volvieron a montar en los camiones y los sacaron de la ciudad. Los profesores protestaron, pero era demasiado tarde. Los capturaron, y los enviaron fuera, hacia los campos. Al llegar, vi a mis antiguos forzados haciendo trabajos forzados, en ese clima gélido. El mayor dolor, era la hermosura del paisaje. Dicen que algunos se pudieron fugar. No los vi nunca más.
Por primera vez, interrumpí la grabación para comunicarme directamente con Leonor. Le pedí que confirmara el registro de Violeta en nuestros archivos. Me respondió que estaba registrada, que vivía en Madrid con su madre. Eso me alivió, pero preferí no decirle nada a Seamus. Volví a conectar el grabador con un golpe en la mandíbula, una fuerte mordida que hace resonar los dientes, y seguí caminando con Seamus. Entonces fue que me habló del Diario de Hithloday. Me dijo que estaba en la isla. Eso me alegró sobremanera. Al conseguirlo, podría partir. Se lo dije. Se ofreció a ayudarme a conseguirlo, con la condición de que lo dejara marcharme con el. Accedí.


 Martes, hora Sexta.
He descubierto una cuarta red de internet, clandestina. No he podido dormir a partir de lo que descubrí en ella.
También he descubierto que los Príncipes y los (altos dignatarios) tienen acceso a tres redes más de internet, de procedencia africana. Los de cargos no muy altos, solo a dos. Las bibliotecas virtuales son de total acceso para el resto de la población. No pueden frecuentar los textos prohibidos, solo parte de la casta superior de los sacerdotes. X, es uno de ellos. Nos ponen a trabajar a los extranjeros en ello, pues no tenemos relación mayor con la población. Eso me ha permitido investigar con cuidado. Es mucha la información: por qué el vegetarianismo de los animales, estructuras de las ciudades, etc.
Transcribo a continuación en este Diario, con vistas a archivar y poder llevar al lugar indicado (no es seguro enviar información por las redes, ni siquiera por esta clandestina) el documento mas importante que me encomendaron encontrar. Nunca pensé que lo encontraría en esta miserable isla: El diario de Rafael Hithloday, en sus viajes acompañando a Vespucio por estas tierras. Su lenguaje es sencillo, directo, seco. Hithloday estaba decepcionado de Europa, del mundo del Barroco. Da por finalizada una época del hombre y concibe a América como proyecto final. Su escritura parece como si viajara a otro planeta, otra galaxia.
Comienza la transmisión hacia Leonor.


Viernes, Laudes.
Pronto descubrí falsificadores de textos, de fotografías: de hechos. Pensé que eran los sacerdotes, pero una vez más en esta isla, me equivocaba: era el pueblo. Adaptaban las historias, todo, a la forma en que veían el mundo en ese tiempo y lugar. Y lo hacían sin resentimiento. Por ejemplo, encontré que la historia de la isla no comienza en el año 98, como señalan todos, ni que los logros del gobierno del momento fueran los que ellos señalan. En fin, esta casta sacerdotal es una estafa. Y me hace sospechar sobremanera de cualquier documento leído hasta ahora.
Entre muchas cosas, encontré un mapa. Me concentré en América. Descubrí los siguientes datos:
Hacia el sur, la república más importante es la República Juliana, fundada por Garibaldi, orientales y naturales de Santa Caterina. Tiene más de doscientos años. Es el país más próspero del continente, incluso después de la catástrofe, cuando los puertos del Río de la Plata y del norte del Paraná, se sumaron.
República de Lousiana: su extensión va de la ciudad submarina de New Orleans a Saint Louis, de las Rocosas a las tierras bajas de Alabama. Es un país esencialmente marino y musical. El lago del Mississipi les provee alimento y gracias a viejos barcos de vapor se comunican entre ellos. Parece que los blancos suelen ser esclavizados.
El país más aislado de Europa, y por tanto quizás el más próspero por sus aguas, parece ser Escocia. La isla posee un intenso comercio con él. El segundo vendría siendo el Reino Helvético, sede de la industria médica, de la genética fundamentalmente. Abarca toda la zona de los Alpes. No dejan entrar a nadie en sus fronteras, a menos que cancelen en oro su entrada.
Otras repúblicas del norte de América: Kinseyland. Capital: Topolambo. Se encuentra al sur de Rupertland y finaliza hacia la tierra de San José (a la altura del gran Istmo). Al norte de Texas, hacia los Grandes Lagos, está la tierra de Considerant (fundado en 1854), de habla francesa al igual que la Louisiana, aunque separadas por el origen de los mismos y sus sistemas de gobierno. Hace frontera con New Harmony en el valle del Ohio, y con el poderoso estado de Icaria, que comprende todo el Noreste de Norteamérica, incluyendo las tierras invadidas a los finlandeses, suecos, holandeses y daneses a través del tiempo. Es el estado más poderoso de todos, el más detestado y, paradógicamente, el que ha otorgado más libertades. Al sur de este estado, se encuentra el país de Cucania, tierra de pereza y Carnaval, ligada en raza y costumbres con la isla. Otras repúblicas, reinos y tierras en América: Jauja, entre el Istmo y Welserland, lugar próspero en café y metales preciosos. Lugar mítico, detuvo el ingreso de inmigrantes hace décadas; la Isla de San Bandrán, de habla gaélica, centro religioso al sur de la isla de Groelandia. En la isla de Rhodakanaty, se encuentra la ciudad de Plotino. Como la república del Chaco, es una tiranía, que comenzó con alturas de paraíso en la tierra y devengó en cárcel (¿cuántas de esta repúblicas no son cárceles?). Al sur de la isla se encuentra la tierra enorme de Abreu-Lima. Va desde el Matto Grosso hasta el sur de León. Fue fundada esta república en 1855 por un general de Bolívar, natural de Pernambuco. Fue la causante de la guerra del Sur, entre las repúblicas americanas de este lado de la tierra. Fue una guerra de más de 50 años, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Otras tierras que comercian con la isla: Owenland. Comprende los territorios de Texas y Couliacán. Fundada por Wilfred Owen en 1828, en unión con los independentistas mexicanos enemigos de Santa Anna. Tierra que padeció numerosas guerras con varios vecinos durante todo el siglo XIX. Las lenguas oficiales son el español y el inglés. Vive en conflictos, guerras y armisticios con Lousiana.
Estos datos valen oro. El envío a Leonor fue inmediato. En especial la última de las informaciones conseguida en estos documentos: Todas las repúblicas nombradas con anterioridad en América, ha devenido en tiranías.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (V)


Viernes, hora Sexta
No es mucho el cuidado de las ciencias en Amaurota. Desde que nos trasladamos aquí, a la capital de la isla, vemos que las libaciones del licor local son lo predominante. No son monjes medievales estos individuos. No es el conocimiento lo que más los mueve a actuar. La agricultura, la albañilería, la herrería, son oficios ocupados principalmente por los extranjeros, que son muchos y llegados en diversas oleadas. Algunos, la mayoría, son de costumbres bastantes similares a los lugareños. Otros no, de ninguna manera. Las ocupaciones más fatigosas son realizadas por las mujeres; los hombres suelen optar por las más livianas, rápidas y que produzcan más riqueza inmediata. Cada familia tiene una ocupación y suele heredarse el oficio, pero si alguno de la familia no desea seguir esa labor heredada, puede optar por otra familia, que lleve el oficio que más prefiere. Esto suele crear problemas. Casi nadie quiere seguir los oficios de la familia; aspiran a los que ofrezcan facilidades, más licor, comida, etc. Por ello, hay familias muy numerosas y otras de pocos miembros.
Eligen a los traniboros anualmente, pero rara vez los cambian. Los traniboros, mensualmente, se reúnen en la Casa del consejo a deliberar con el Líder. Esto se hace saber por mensajeros a todos las ciudades. Por ser corta la distancia, se va contando con apenas retraso. Los mensajeros son veloces, sanos, generalmente muchachos y muchachas de 15 años de edad. Al principio, se hacía el Consejo de ciudad en ciudad. Luego, decidieron invitar a una familia por ciudad a participar. Los debates suelen ser rápidos, casi siempre hacia medianoche. En la madrugada, ya los habitantes de la isla se pueden enterar de la resolución. Los mensajeros se convierten en pregoneros en las cuatro puntas de la ciudad y en el centro.
Tener alguna consulta o resolución pública fuera de lo establecido anteriormente, sobre las actividades de la isla, significa la muerte. Las discusiones en el Consejo son deliberaciones eternas. No se llegan a conclusiones, a menos que beneficien el estamento mayor de sifograntes y tanoboros. Todo son aplazamientos para próximas sesiones. No es bienvenida la reflexión. Quien es rápido de palabra, y palabras con chispa, es celebrado con aplausos. El oprobio reina. La burla descarada también.
He asistido a pocos Consejos, pues el magistrado a quien sirvo no suele sentir afecto por ello. Lo agradezco, pues me permite revisar mis escritos viejos, continuar estos apuntes y leer más sobre los múltiples datos que organizo y que me hablan constantemente, aunque no logre traducir del todo lo que me anuncian y a veces gritan desaforados. Las versiones digitales de la isla llegan apenas al año 2018. La virtualidad es ínfima, y las imágenes se perciben borrosas, aunque el sonido, aumentado por el desgaste de los años, permanezca. Todo lo he grabado. Ninguno del otro lado, en especial Candela, podrá quejarse.


 Sábado, Vísperas.
De todos los individuos que he conocido en la isla, ninguno como Bertorá. Ni el Sheriff, ni Francois, ni Seamus se le igualan, y eso que hablo de individuos extraordinarios que he conocido, aunque he hablado poco de ellos en mis cuadernos. Me recuerdan gente de mi pasado, las pocas personas que recuerdo. De las mujeres, quizás Candela, que quien sabe donde estará ahora. O Leonor, aunque Leonor es aún muy joven. Hay en Bertorá una mirada que recuerda la de un legionario romano. Probablemente se disgustaría si le comentara esto, pero me atrevo a decirlo sin penas ni vergüenzas. Más que un legionario, es un hijo de Lucrecio. Su Biblia es De rerum natura. Su Biblia laica, la llama. Ni el estoicismo del Sheriff, ni el cinismo de Francois, ni el escepticismo de Seamus se le igualan. Todos son amigos eso sí, trabajan en la misma comunidad prestando sus servicios. Son extranjeros, llegados en fechas distintas: 2011, 2018, 2003 y 2025 respectivamente. La que tiene más tiempo en la isla, es Francois. Negra, nativa de las islas hundidas por uno de los maremotos, vivió en París hace muchos años. Fue secretaria del poeta Aimé Cesaire, pero renunció a la poesía. Llegó apenas murió Cesaire, lo que quiere decir que vivió la catástrofe aquí en la isla. Nunca deja de hablar de él, a quien admira profundamente. Nunca fue a la universidad, dice que su universidad fue él. Solo lamenta no haber dejado un discípulo, pues no quedará quien continúe el trabajo en la comarca. Le sigue El Sheriff, quien se encarga del transporte de mercancías a través de la isla, coordina a los animales de carga y de adoración, y es un nostálgico del béisbol. El Sheriff nació en el año del humo. Upata en ese tiempo era solo un caserío, al igual que Tumeremo, Guasipati o El Callao. Fue, ha sido, bandolero, comerciante, empresario de la minería, intérprete, músico, yerbatero y pastor evangélico. Sus únicos vicios han sido la comida y el perderse selva adentro. No ha fumado, no es bebedor y aunque vagabundo, no ha sido mujeriego. Todos, por lo visto, buenas personas.

Domingo, Completas.
He aprendido a ver en el Sheriff la historia del béisbol. Fanático furibundo de los Tiburones de la Guaira, no sigo su fanatismo por el equipo de los escualos: tomé el de mi padre hace mucho, mucho tiempo, aunque es cosa curiosa esto de mantener fidelidades a equipos que ya no existen, a un deporte con quien solo mantenemos el contacto por medio de fotografías, videos, álbumes. “No todo lo bueno se hereda”, me dice. En uno de sus viajes llegó a Santa Elena de Uairén (República de Abreu y Lima) y por golpe y porrazo, terminó siendo alcalde del pueblo. Lo llamaban el Sheriff. Hablamos de la selva, de ese far west que es Guayana para muchos en la isla. El alcalde debía ir armado y lidiar con icarienses, welserianos y cualquier nacionalidad del orbe que llegaba por esos lados en busca de oro. El oro, al fin al y al cabo, busca a los hombres. Lo hizo en California, la más rica región de Keyserland, lo hizo en Alaska y Sudáfrica y lo seguirá haciendo hasta el final de los tiempos. El béisbol en su país no ha sido distinto, me contó.”El béisbol en Abreu, en León, en toda la zona del Mare Nostrum,  es un símbolo de la búsqueda de estabilidad que la zona no ha tenido. En especial en Santiago de León, la tercera. Desde sus principios, a fines del siglo XIX y principios del XX, tuvo que hacer esfuerzos por mantener una liga, un estadio, una fanaticada. El Paraíso, Catia, San Bernardino fueron sus epicentros en esa ciudad. El Magallanes, por ejemplo, tu equipito, me dice, lo fundaron en el 17 y enseguida se murió la mitad del equipo. Hubo que esperar algunos años para que se refundara. La pelota ha sobrevivido a Gómez, Pérez Jiménez, los adecos, a los comunistas, a lo que vino luego del año negro, a la tragedia, a la hecatombe. Es de lo poco serio que tenemos”, cuenta, “así ya no exista”.
Un día, a los cinco meses de llegar, o antes, me quedé solo con él en su casa. Estábamos conversando y me pidió que lo acompañara a buscar su acordeón al sur de la isla, donde lo había mandado a reparar. Fuimos y al llegar comenzó a hablar en inglés y alemán con el hombre dueño del negocio. “¿De qué hablaban?”, le pregunté. “De béisbol”, me dijo. “Era el único welseriano que conozco que le gusta la pelota. Antes le gustaba a todos”. Al llegar a la casa, en su cuarto, en silencio, sacó de su estuche el acordeón más grande que he visto en mi vida. Toda la tarde cantó, canción tras canción para mí, la historia de su vida. Sus sueños, tristezas, pérdidas, alegrías. “Cada una de esas canciones es también un dolor. Un campeonato perdido”. Luego encendimos el proyector y vimos un viejo juego de archivo, Magallanes-La Guaira. “Lo que los santiagueños no saben es que, desde hace más de cien años, Santiago es un calidoscopio de aquellos que pueblan el Mare Nostrum. Entonces, decidí preguntar: “¿Por qué le vas a La Guaira?, no lo entiendo”. Y me respondió: “Porque uno sigue lo que ama, aunque traiga sufrimiento. ¿O es que ser de este tiempo es muy llevadero? El béisbol busca a los hombres hijo. Siempre”. Al terminar, me miró a los ojos, con la dulzura de los suyos y me dijo: “Aunque no quieras son tuyos”. “¿las canciones?”, dije. “No”, respondió el Sheriff, “los sufrimientos”. No entendí del todo a qué se refería. Supongo que tendrá que ver con el triste final del pueblo de La Guaira.

 Martes, hora Sexta.
Seamus O´Realey es un ex soldado irlandés, que pasó muchos años en el sur del continente. Gracias a él, poco a poco voy recordando cosas, pues yo también estuve por esos parajes. Por mucho tiempo  formó filas con el ejército de la República de Juliana en la guerra contra la Patagonia, hace unos 10 años. Seamus me mira hondo y lee en mis ojos, lo sé. Es católico prácticamente, y eso lo diferencia de Bertorá, e incluso, a veces suele enemistarlo. Lleva tatuado un Cristo en el brazo derecho, y una Virgen de la Milagrosa en el izquierdo. Fue parte de la guardia personal del Colegio de Cardenales, pero desde la hecatombe, cuando Roma fue tomada otra vez y los prelados dispersados por el mundo, cruzó el Océano hasta acá con un par de ellos. Ninguno sobrevivió la travesía. Aparentemente, tiene información valiosa acerca del lugar desde donde gobierna el Papa. El último de ellos fue francés; algunos presuponen que el actual es de origen chino, y que se encuentra escondido al norte de la India, protegido por los tibetanos; entre Nazareth y Belén o, paradójicamente, quizás en Avignon. Como en la isla no se consigue whisky desde hace años, prefiere no beber. Y como buen católico, sabe de burdeles. Con él, he descubierto la extraña forma de entrada de la mayoría de las mujeres de la isla. Por supuesto, la prostitución. Está prohibida, pero no tienen más alternativa: sus maridos, en los Bancos de Semen, hacen fortunas, pero ellas no ven ni una moneda de ese dinero. Todo se lo gastan en bebidas y en juegos. Por tanto, venden sus cuerpos a los extranjeros. La primera vez que fuimos, reconocí varias de las miradas sobre mí cuando llegué a la playa. Uno puede escoger a quien quiera. Gracias a esa revelación de Seamus, he sobrevivido a los sueños calientes con Candela como protagonista de ellos, ya que renuncié a evocarla en los bancos de semen. Me acuesto con estas mujeres y la veo entera, viva, enfrente de mí: su cuerpo, sus amplias caderas, sus hermosos pechos. Aunque siempre, luego de cada jornada con alguna de estas mujeres, quede vacío, y busque buscarla nuevamente en los sueños. Me da vergüenza con Leonor, quien ve todo lo grabado, pero así son las cosas en este oficio. 

Miércoles, hora Sexta.
Comencé a frecuentar a estos amigos. Les servía el té, les conseguía una vitualla, un poco de licor. Bertorá solía preferir las negras al momento de jugar; yo solo lo observaba. El me miraba de soslayo. “Es muy asombroso, para quien se toma el trabajo de reflexionar sobre este punto, que todos los hombres estén constituidos de tal modo que son unos para otros un misterio impenetrable.”. Lo escuché y aparté de él la mirada. Historia de dos ciudades, Charles Dickens, me dijo. Al hacerlo, me dirigió una mirada desafiante. Acompañada de su voz impostada de manera natural, podía ser intimidador. Hay, por ejemplo, un sacerdote que se suele acercar a ellos, cuando juegan ajedrez al final del sol, en la tarde. Es un buen jugador de ajedrez, pero ellos sienten que él lo que busca es información. No puede denunciarlos por comentar en contra de la religión, porque hay libertad de cultos, pero aun así desconfían de él. Lo hacen sencillamente porque ninguno cree en dios. Son ateos, con sus diferencias esenciales, pero lo son. Entre partida y partida, su Eminencia, los incita con ironías que cada uno va descartando, con la excepción de Bertorá. Toma sus muletas, se levanta y le responde siempre, con argumentos que el sacerdote no logra siempre rebatir.
¿Qué es lo que quieres saber muchacho?, me espetó. Quiero respuestas, le contesté. Está bien, mañana cuando el sol marque el mediodía, ven a casa y conversamos.
Al día siguiente, me esperó en la entrada de su casa. Le dije a Pirata que permaneciera afuera. Me habló de La ruta de las especies. Ese camino que cimentó los pasos del hombre por el mundo, que nos hizo realmente humanos. “Esta gente no conoce eso. Apenas intercambian cosas; son incapaces de aventurarse y abrirse caminos. Es una lástima”.
¿Cuál es su conflicto con el prelado?, le pregunté sin dejarlo terminar. “Mi problema”, respondió, “es un el asunto de la fe. Soy ateo. Y, si bien no está prohibido en estos parajes, ellos no lo entienden. Cuando era niño, me acercaba en las tardes al Cristo en la sala, cuando no había nadie. Las horas de los rezos me obligaban a dejar de jugar o leer, que era lo que más me gustaba. Me acercaba al Cristo, poco a poco, y cuando estaba lo bastante cerca pero tampoco tanto, le decía: ¡Maricón! Y salía corriendo. Otras veces le espetaba: ¡Bobo! Y volaba por los pasillos de la casa. Así, poco a poco, como no me pasaba cosa mayor, me convencí de mi ateísmo y lo he practicado desde que tengo memoria. Algunos dicen que la pierna que me falta es el castigo por mi ateísmo, pero yo me río de eso”.
“¿dónde fue su juventud?”, le pregunto. “En la misma ciudad tuya, Santiago. Pero eran otros tiempos. Yo crecí en La Pastora. Viví una vida suprema: pude ver corridas de toros, a Vidal López lanzar en vivo, muchas cosas que otro día podría contarte. Ahora todo es este encierro en esta isla desde la catástrofe, y yo sencillamente me he retirado del mundo. Estoy yo, mis amigos, mi mujer, Josefina, que hace muchas cosas y por eso no la ves aquí, y mis recuerdos, de larga memoria. Soy descendiente de los judíos enviados por Salomón al norte de Italia a buscar mármol. Mis ancestros se refugiaron en el pueblo de Brescia. Somos de antes de los romanos. Cuando ellos llegaron, tratamos de repelerlos. Batallamos. Al final, decidimos sumarnos para sobrevivir. Sólo así se sobrevive: sumándose. Sino, es el martirio, el heroísmo. Pero siempre deben quedar algunos para contar la historia del pueblo.
Tomaba su té, y reflexionaba esto cuando le espeté “Bertorá, ¿cuándo ocurrió el Apocalipsis?”. Silencio. “¿Sabes la historia de Gilgamesh? Búscala. Ahí está todo. El problema es que ese libro no está en ninguna de las bibliotecas digitales de la isla”.
Partí entonces hacia mis aposentos, luego de escucharlo hablar, entre las notas de Toscanninni, Verdi, Vivaldi, que hasta Pirata parecía tararear.