jueves, 17 de noviembre de 2011

#lasmercedespuntocero: Lucas García y Rodrigo Blanco, libreros por un día en Alejandría.


La tarde anunciaba lluvia y el anuncio fue real. Blanca y yo almorzábamos con rapidez, pensando si nos llevábamos el carro o no. Poco antes, Dakmar me había llamado para decirme que pasaría temprano por donde Rodnei, pues estaba complicada. Nada, nos quedaba echar el resto. Salimos temprano, con vistas a llegar antes de las 3 a Alejandría I. Resolvimos irnos en el carro. En el camino, pensaba en todos los twitts, anuncios en Facebook, links que habíamos colgado. Dakmar mandó muchos correos e hizo los contactos en la Radio. Con esta lluvia, ¿iría gente al encuentro con los escritores? Mientras maquinaba la tarde, me vi llegando a la entrada del estacionamiento de Alejandría I (de todo el Centro Comercial, realmente), y viendo a Lucas caminando en el sentido contrario a donde estábamos nosotros. Está huyendo, pensé. No, seguro va por algo y vuelve, es temprano, me repetí, algo angustiado. Entramos al Centro Comercial, la lluvia había bajado un poco y empezamos a buscar un puesto. ¿Cómo se llama este Centro Comercial? Todos lo hemos conocido siempre como “Donde está el CADA”. Pero ahora no hay CADA, ni Tienda de Béisbol (un kiosko mínimo que ahora vende dulces y cigarros, pero en donde antes resolvía los regalos de mi padre cómodamente), ni muchas cosas que antes existían. Ahora, el lugar se destaca fundamentalmente por una característica particular: Un Bicentenario y un Tony Roma´s, coexistiendo en el mismo espacio. En el medio de ellos, Alejandría. Creo que Patricia Van Dalen me contó una vez que aquí había una librería que pertenecía a su padre. Mientras caminamos hasta la entrada, veo la hora, veo que es temprano, y entro. Saludo a Mario, a quien había visto en pocas ocasiones, pero enseguida conversamos como si nos conociéramos de toda la vida. A los minutos, llega Lucas. Ya mi hermano, quien me iba a ayudar con las fotos, estaba ahí. Nos enteramos que el aire acondicionado había hecho plop el día anterior, y que el lunes prometían arreglarlo. Era sábado. La tarde podría ser caliente.
Lucas y yo nos reconocimos, nos saludamos, y nos preparamos para las próximas 4 horas. Mario sugirió que montara un mesón con libros que él recomendaría. Lucas levantó la ceja. Miró el mesón. Se quitó el suéter diciendo “Esto viene con todo”, y luego de deliberar un poco más, resolvimos que escogiera algunos libros, los que le gustaran y los ofreciera al público. Pero público no había. La tarde de lluvia no nos anunciaba una asistencia masiva. Dimos paso entonces a uno de los hábitos nacionales: beber café.
Ya me había reportado con Rodnei, quien estaría en Alejandría II, con Rodrigo Blanco, en el segundo frente de @libreroporundía. Me dijo que le pidiera una compu a Mario. Abrí internet, click, Facebook, click, Twitter @libreroporundía, click. Anuncié que ya estaban nuestros dos escritores, Rodrigo Blanco y Lucas García, listo para una tarde de lectores, firmas, y libros.
El primer reto de Lucas, fue buscar libros infantiles para una señora. Lo acometió cómodamente, con serenidad. Esta serenidad se vio interrumpida cuando Mario le dijo que debía ahora envolver los regalos que la señora se llevaría. No quise estar en sus zapatos. En mis años de librero, nunca he servido para mucho a la hora de envolver regalos. Lucas lo hizo, no podíamos esperar menos de un Diseñador Gráfico. Por Twitter, nos fuimos enterando que Rodrigo era un fenómeno envolviendo regalos y nos estaba llevando la delantera.
Mensajes iban por las redes sociales y venían. Simón mi hermano se fue a Alejandría II a tomar fotos por allá. Blanca se fue con él, a darle la vuelta a la actividad y supervisar si las maravillas que contaba Rodnei eran ciertas (no confíes nunca en un fanático de los Tiburones de la Guaira: he dicho). Nos quedamos Lucas, Mario, pocos clientes y yo, degustando café en esta tarde lluviosa. Pocos clientes, sí, para todos nos dejaban una experiencia distinta que contar. Lucas cumplía con su labor: estaba pendiente de quién entrara, ayudaba a Mario con todo lo que le pidiera, conversaba conmigo. Hablamos de todo en esas cuatro horas: de España, de novela negra, de Punto Cero, la crisis de las librerías en Venezuela y del libro en general, de autores favoritos, de Anagrama, de Tarantino, de formas de escritura, de infinidad de cosas. Mario intervenía, desde su condición de ser argentino, con comentarios brillantes e inteligentes. Y con café.
Entonces ocurrió lo inesperado: llegó un fanático de la obra de Lucas, con todos sus libros, para que se los firmara. El entusiasmo y admiración de este muchacho era estremecedor. Tenía hasta un ejemplar de Rocanrol (obra editada en el 2002), la primera novela de Lucas…… ¡¡¡Firmada por el papá de Lucas!!! No cabíamos de la sorpresa, más Lucas que nosotros, pero con su manera entre deportiva e irónica, humorística y seria de ver el mundo, no se hizo más preguntas y sencillamente se entregó a conversar muchísimo con este joven. Luego de marcharse, volvió con su novia, se la presentó y siguieron conversando. La novia resultó ser hija de una alumna mía, Elba Cisneros. Pequeño mundo, mundo pañuelo.
También tuvimos como visita a Raúl Saavedra, computista (me enteré ese día) que asiste a todos los eventos culturales de la ciudad, dejándonos una extraordinarias fotos. Me contó que le interesa escribir, que ha hecho talleres, y que la literatura contemporánea venezolana, lo ayuda a encuadrar mejor su escritura. Se llevó el libro de Lucas, firmado, y salió disparado a la otra Alejandría a que Rodrigo le firmara un libro de él.
Hacia el final de la tarde, llegó Ulises. Continuamos la conversación, cuadramos con Rodnei en cerrar aquí e irnos a Paseo a tomarnos un vino que yo había traído. Le dije a Blanca que me esperara por allá. Simón mi hermano ya se había ido. Violeta Rojo ya había pasado por los lados de Rodnei. Nos aprestamos a salir, vino en mano y en el carro con Ulises, la conversación giró alrededor de la música de los ochenta. Toda la tarde sonaron los Beatles en Alejandría, gracias a Mario, y al montarnos en el carro de Ulises, seguía la voz de John Lennon como un eco en su equipo de sonido. Ulises nos contó que consiguió un disco en Margarita con una extraña selección: música de John Lennon, de Elton John y de Phil Collins. Ulises no entendía que hacía Phil Collins ahí. No lo soportaba. La conversación giró entonces hacia varios campos de la música: la de los noventa, Rodrigo escuchando La Vida Boheme, Ismael Miranda, Metallica, etc.
Llegamos rápido (ambas librerías están en ambas punta de la Avenida Principal de las Mercedes, José Martí), conseguimos puesto en el nivel de Trasnocho, nos bajamos, subimos y llegamos al patio de Rodnei y Jonathan. Nos esperaban Carolina Sarabia, Ana, la novia de Ulises, y Blanca, además de la sorpresa de tener ahí a una de las chicas de @QuéLeer y más vino, gracias a Rodnei y Jonathan. Comenzó el brindis y el intercambio de experiencias. Celebramos. Los autores habían disfrutado la experiencia, y nos preguntábamos quién más podría ser @libreroporundía. Pero esa respuesta, tendría que esperarse. Nos tomamos más fotos, compartímos, volvimos a brindir, nos marchamos.
@libreroporundía en #lasmercedespuntocero, funcionó de maravilla. Dakmar me escribió comentándome que ya estaba en casa, con su hija. Quedamos en hablar al día siguiente. Blanca y yo nos encaminamos hacia la casa. Parecía que seguiría lloviendo, pero ya no importaba.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Rodnei Casares: "el trabajo de un librero es sobre todo leer, leer mucho"

ENTREVISTA REALIZADA A RODNEI CASARES POR EL EQUIPO DE @QueLeer

1. Sabías que serías librero? Te imaginabas cuando pequeño trabajar en una librería?
No, nunca paso por mi mente trabajar en una librería, todo fue una casualidad, acababa de ser padre y me quede sin trabajo, Janeth Márquez que trabajó antes conmigo y que ya estaba en la oficina de Alfa Grupo Editorial me recomendó y afortunadamente me dieron el trabajo, desde el primer día me gustó el ambiente y me atrapó el oficio.
2. Dónde comenzaste como librero y cuanto tiempo tienes en Alejandría II?
Comencé como ayudante en Librería Ludens, hace exactamente 11 años,  en Alejandría II tengo más de 7 años
3. En qué consiste el trabajo de un librero?
Básicamente en seleccionar material para ponerlo a la venta, leer muchos catálogos, ordenar la librería, estar al día de lo que se publica en el país y en el mundo, manejar el área administrativa, atender los clientes, manejar las nuevas tecnologías,  las redes sociales y sobre todo, leer, leer mucho
4. Como se forma un librero y quien fue tu maestro?
En mi caso tuve la oportunidad de recibir una beca para un curso destinado a libreros de América Latina por parte del CERLALC. Antes ya había leído muchos libros técnicos acerca del manejo de librerías, luego he tenido la oportunidad de asistir a congresos de libreros y a un par de ferias internacionales del libro, lamentablemente hasta ahora en el país a excepción de algunos intentos, no hay cursos o talleres donde se enseñe el oficio, tienes que formarte por tu propia cuenta y medios.
Tuve la oportunidad de tener como maestro al Sr. Leonardo Milla, que comenzó vendiendo libros en una mesa y luego monto un grupo de librerías de las mejores del país, excelente editor y mejor maestro, aún recuerdo sus palabras cuando me dio la responsabilidad de manejar una de ellas, los consejos recibidos, las llamadas de atención para que mejorara y las felicitaciones cuando las merecía. Estos once años se los dedico a él.
5. Algún famoso, comprador compulsivo de libros?
Hay muchos famosos que cuando vienen a la librería se llevan bolsas llenas, compran con la urgencia del que no quiere quedarse con ese libro que a lo mejor en la próxima visita no vuelven a ver, los nombres, no los digo, no vaya a ser que pierda a alguno que no nombre.
6. Qué personalidad has atendido en la librería?
Por la librería han pasado muchas personalidades, creo que el más importante por su investidura es el presidente de Republica Dominicana Leonel Fernández, lo he atendido un par de veces en sus visitas a Caracas, un día también atendí a Omar Vizquel, después han venido muchos escritores, actrices y actores; pero la visita que recuerdo con mayor agrado fue la nos obsequio el escritor mexicano Juan Villoro hace unos cinco años aproximadamente, en esa oportunidad mantuvo una charla informal con Ednodio Quintero, me recuerdo a un par de metros de la mesa donde se encontraban, sentado en un banco oyendo las maravillas que contaban este par de genios, hablaron de libros, de futbol, de ciudades, de mujeres bellas, hablaron con el desparpajo que da la confianza, aún sus palabras resuenan en mi mente.

7. La mayoría de los escritores dicen que para escribir hay que leer mucho, tu lees mucho... pero escribes (aunque sea para leerte tu mismo)?
No, lo más lejos que he llegado a escribir son algunas reseñas de libros y una crónica inspirada por mi equipo de béisbol y mi hijo, prefiero leer, tengo amigos escritores que lo hacen muy bien.

8. Cuál es el promedio de libro que lees mensualmente?
Mi promedio de lectura al mes es de 8 libros, hay meses que puedo leer más, incluso he llegado a leer esa cantidad de libros en una semana, pero hay temporadas que no puedo leer una línea, o solo puedo leer un libro al mes, cuando al final de año hago el repaso de los libros que leí llego a la cifra de 100 títulos.

8. Qué recomiendas leer?
Mis recomendaciones en la mayoría de los casos son de literatura Venezolana, no por ser complaciente, lo hago porque se está escribiendo con mucha calidad en el país, cuando comencé en esto, era muy difícil ver libros de autores venezolanos en las vitrinas de las librerías, hoy tenemos una mesa exclusiva y una parte de la vitrina para ellos, también recomiendo con agrado a autores consagrados, mis preferidos son Phillip Roth, Sandor Marai, Ian McEwan, Roberto Bolaño y Santiago Gamboa, entre otros.
9. Qué satisfacciones te deja este oficio tan maravilloso de ser librero?
La mayor satisfacción es formar lectores, encaminar a mucha gente en el mundo de las letras, he tenido la oportunidad de vender libros de maternidad y luego darle ese primer libro de cuentos a ese bebe que estaba en la barriga de su madre, luego la oportunidad de conocer personas inteligentes, poder conversar con intelectuales y darte la oportunidad de crecer como persona, los amigos que he hecho durante todos estos años, los cafés compartidos hablando de literatura, son cosas que hoy agradezco y que gracias a esa casualidad de hace once años hoy me hacen una persona feliz.


Mario Giménez, Librero del siglo XXI: Librerías Alejandría

Poética del librero:

Desde hace 4 años trabajo en las librerías Alejandría.
En Alejandría II, fue Rodnei Casares (librero de esa casa) el que contrató a un muchacho recién bajado del avión como auxiliar de librería. Con experiencia cero, abría cajas, sacaba libros y los ingresaba al sistema,  atendía algunos clientes, todo esto con la mirada en la nuca de este excelente librero.

Ahí pasó algo. Un buen día me dice: “¿Lees? Toma lee esto.” Y era Tokio Blues de Haruki Murakami. Entonces, empezó la otra parte – el vicio de los libros – el interés crecía y crecía, buscaba más libros, visitaba librerías, sencillamente estaba enfermo.
Pasaron ocho meses y me proponen ser librero -gerente de la Librería Alejandría I (tener mi propia librería?- Acá entre nos, habría ido a trabajar gratis.) Acepté. Ya estaba adoptado por la bruja de Caracas.

Así comenzó mi relación con las librerías y los libros, una especie de simbiosis positiva, dos parásitos que no podemos vivir el uno sin el otro. Ellos me buscan (yo los reparto), los miro (de vez en cuando los leo), los colecciono (muy a veces compro) y trabajo más de ocho horas (soy un adicto).


Reflexión final: La culpa de todo, absolutamente todo, la tienen los libros.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Macbeth, Acto V, escena VIII


Entra MacDuff:
            Él no tiene hijos. Ese me cansé de repetirle a Ross ante el anuncio de la muerte de los míos. Eso me cansé de repetirle a Malcolm, ante sus increpaciones de venganza. ¿de quién podré vengarme, si la desgracia de Escocia no tiene hijos?, ¿cómo podré, desde lo alto de un acantilado o torre despeñar a su promogénito piedras abajo?
He llegado a casa, a mi viejo Castillo, luego de días de celebraciones en Inverness, por la coronación de Malcolm. Quién sabe si en verdad será un hombre lleno de lujuria y d eloas decenas de defectos que me recitó, según él, falsamente. ¿Y no anunciaban las lenguas hace dos noches que según dijeron las perversas hermanas, sería el hijo de Banquo Rey? Ah, las falsas ilusiones de los hombres. Hoy con corona, mañana sin cabezas sobre sus hombres.
Me traje unos cuantos cabellos de Macbeth, los arranqué de su cabeza minutos antes de cercernársela. Pienso sembrarlos en una maceta y esperar a que crezcan. Quizás si los siembres en el campo me darán sus hijos, y entonces, ¡y entonces!, despedazaré sus pequeños cuerpos hasta ver este dolor aplacarse.
Porque no hay desgracia mayor que volver a casa y que no te reciban tus hijos. Porque no hay mayor lamento que el silencio enorme dentro de esta casa, lleno de una ausencia que me señala y culpa, y que ni siquiera el suspirar del viento por sus ventanas logra hacerlo pasar.
Seca tus lágrimas MacDuff, calla ya, y siempre esos cabellos. Quedan largas lunas por ver en el cielo, antes de que algo pase. Quizás te puedas vengar antes de volverte loco de rabiar. Quizá hasta vuelva Donalbain con hijos desde Irlanda, herede el reino de Malcolm, y yo puedo mostrar en mis sonrisas todos los puñales de la venganza. Quien sabe.

Octavio Paz


Nunca entendí por qué los mexicanos prefirieron siempre a Jaime Sabines antes que a mí. No dejé nunca de preguntármelo. Yo he sido el intelectual de México. Tengo poemas amorosos también. Combatí a los facistas, a los estalinistas y a la izquierda guerrillera en Latinoamérica. Amé a Elena; amé mucho más a Marie José. Pero ahora, pensando todas estas cosas, sin orden, desordenadamente irónicas e incluso cínicas, veo a mis pies a toda mi biblioteca incendiada: siglos enteros hechos cenizas. Los libros firmados por Bretón; las fotos con Buñuel o Cernuda, las cartas enviadas a Lezama Lima. Tanto, enteramente quemado.
La poesía se hace también en la destrucción. Tomo los pocos libros que quedaron y los huelo. Nada será igual desde ahora. Tengo cenizas en las barbas, en los cabellos, como un antiguo azteca ante el incendio de Tenochtitlán, o como Juan Gris pintando alguna guitarra.
Lento, amargo animal, tengo a mis pies una biblioteca negra. Todos los libros de una vida, quemados. Tengo en mis manos los restos espantosos de la muerte. Son el espejo de un hombre desollado.

NO TODOS MORIREMOS.


No son pocos los que se han desvelado mirando las estrellas. Yo entiendo poco ese desvelo, el trasnocho, la espera de las horas. Sé de los babilonios y de los asirios, de los egipcios y romanos escrutando el cielo. Somos viejos en este planeta.
Aquí en mi lugar, todo es noche, nada brilla y sin embargo amanece.
Al nacer, mis padres, leyendo las arenas en un puño, anunciaron un camino duro y fructífero de años, solo. Y solo he vivido. No he encontrado compañera. Mis días han sido iguales, mis hábitos lo mismo.
Tantas historias que he escuchado sobre las estrellas, tantas predicciones. Las pregonan los que viven afuera, cuando vienen de paso. Dicen que se acabará el mundo. Dicen que todos moriremos. Que falta poco. Me han dejado escrito más de una docena de horóscopos. Lo hacen cabizcabajos, viendo mi morada, la ausencia de brillo en las cavidades de mi rostro.
Yo entierro mis uñas en la arena, sin abrir los ojos. Mi única predicción, es que la tierra será siempre tierra y no todos moriremos.
Soy de los pocos que conoce, entonces, la esperanza de una compañera. Hay otros solos que nunca llegarán a verla.
Nosotros, los Topos, junto con algunas especies que nunca observamos las estrellas, que no sabemos de zodíacos ni ascendentes, de trígonos o conjunciones, aprendimos hace tiempo:

No se puede esperar a alguien ni cavar en lo profundo, tan solo mirando a las estrellas.

martes, 28 de junio de 2011

Nombrar ambos lados del camino: sobre El Duelo, un libro alazano de Igor Barreto.

No había otra cosa
Que una música resonando
Entre caballos.
I.B.

La obra de Igor Barreto hace tiempo que nos acecha. Miembro de los poetas que participaron en Calicanto y Tráfico, su obra va haciendo surcos en el idioma dándonos claves en el ritmo, la belleza de las palabras escogidas, el silencio. La sorpresa ante sus libros es más estimulante con cada edición. Los dos últimos, ambos publicados en septiembre de 2010 por la Editorial de la Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro, impresos por la mano de Javier Aizpúrua en Exlibris, y acompañados por la fotografía blanco y negro de Ricardo Jiménez, nos presentan una propuesta estética de logros envidiables.

El Duelo, de cubierta color rojo, recorre la figura del Caballo en nuestro imaginario. Lo que significa para nosotros la muerte de uno de ellos. Su figura ha sido ampliamente tratada en nuestra tradición poética, por parte de autores como Sánchez Peláez, Montejo o Crespo, pero en ningún momento se ha ahondado tanto como lo ha hecho Barreto. El Caballo está en el Escudo Nacional, y discutir, por ejemplo, si debe mirar hacia la izquierda o la derecha, es motivo de frecuentes tertulias en nuestro entorno. Su importancia en la historia del hombre no tiene parangón: es una de las formas de la tragedia. Decir Caballo es decir nostalgia: de tiempo, de ritmos, de nobleza. En su andar resuenan batallas así como recogimientos.
Barreto agradece a The John Simon Guggenheim Memorial Foundation por el apoyo brindado para la escritura de este libro y otro, Carreteras Nocturnas. En este último, se recorre el país, simbólicamente, en sueños. Pero también evadiéndolo en el sueño: el país es un paisaje de oscuridad. En El Duelo, priva el día hacia su despedida: es una obra de entrehoras: de albas marchitas y crepúsculos callados. Se percibe la decantación de las palabras en cada texto, su estructura armónica, así como una tensión de muerte en el aire. Escribir un libro, es extender las manos con los ojos abiertos. Podemos recibir un fuetazo, la descuartización sin miramientos o la oportunidad de hacer memoria por medio del idioma. En El Duelo, el idioma sigue la huella de los caballos y se funde en ellas para llevarnos hacia el dolor del animal y, por ende, el nuestro. Para hacer del caballo y su rapto, una forma de la memoria.

Vemos en la obra al día como duelo, y a la noche como la hora de velar. Pero ese velar no nos garantiza nada: en la caverna de la boca ya no veo palabras, sino hambre. Metáfora perfecta de un país, el hambre nos lleva a devorar lo sagrado, y así, en Hybris, avanzar desconsolados hacia el matadero.

El rapto de unos caballos pura sangre en Apure, su descuartizamiento y la venta de la carne en el mercado, son el motivo central de los poemas de este libro. Pero su lectura, es bifronte: la pérdida de lo sagrado por el rapto, es la pérdida del centro de la civilización. Barreto no nos presenta el rapto en términos de Hades, lo presenta en términos de Tanathos: él es quien quiebra las rodillas de Eros (el caballo), lo sacrifica para él, y lo devora. La muerte de Eros en el alma del hombre, es una de las formas de acabar con la libertad a través del tiempo. Su contrario, es el horizonte o, como nos dice Rilke, el descampado: el espacio en donde sólo podemos mirarnos a nosotros mismos en nuestra fuga hacia la muerte:
Como el gallo
De los bosques
Que vuela a una rama

Para protegerse,
Así el caballo
También se arroja

En una carrera
Desmedida
A campo abierto.

El poemario se va armando entre testimonios, elegías, poemas en prosa y el diálogo entre las referencias culturales y artísticas (Releyendo una fábula de Esopo, Simulación de Ovidio, Apropiación de los más hermosos caballos de Cormac McCarthy, Destino, Deseo de Muerte, La batalla de San Romano, Ejercicios de olvido), la importancia del Testimonio (Mary Ramsei. Finca San Gregorio, Mary, Dos testimonios, Antonio Mosquera. Finca Las Peñas, Antonio Mosquera) y las meditaciones alrededor del caballo, como una poética del mismo (Los caballos, El potro no nacerá, Un caballo teme, Veo los caballos, El caballo ha quedado). Varios tiempos poéticos se entrelazan de esta manera para mostrarnos el lamento en silencio por la muerte de lo amado fuera de nosotros, lo querido siendo naturaleza, lo no humano en nosotros, pero que se convierte, plenamente, en aquello que nos humaniza.

El caballo en El Duelo, es una figura frágil en su simbolización, pero esencial para los hombres. Su pérdida, quiere decir que extraviamos lo más sagrado y, en el camino hacia su búsqueda, solo sangre nos espera. ¿A qué amistad nos llaman si somos carnívoros? Se pregunta el poeta. Y, en Simples palabras, nos dice:

I
Yo soy herbívoro
Y no te haré daño.

II
Estoy reprimido
En el hambre.


Una doble figuración del hombre se plantea aquí: El Duelo, es un poemario que se contiene en la línea del horizonte y en las estrellas por un lado, y en Roma en sus finales, como una forma del desastre de los hombres. Y ese desastre sucede, todavía hoy. Piedad para nosotros los devorados por dentro, nos dice Barreto.

El hombre es el verdugo de aquello que más ama fuera de sí mismo, y lo quiebra en la espesura, adentro. Aún así, el caballo no condenará a nadie, nos dice en Destino. ¿Qué es un caballo entonces en el libro de Barreto? Cada lector deberá montarlo en los poemas del libro.

jueves, 23 de junio de 2011

HISTORIA NATURAL DE LAS COSAS (MUDANZA DENTRO DEL POEMA)

Hay objetos que no viajan nunca. Permanecen así, inmunes al olvido y a las más arduas labores que imponen el uso y el tiempo. Se detienen en una eternidad hecha de instantes paralelos que entretejen la nada y la costumbre. Esa condición singular los coloca al margen de la marea y la fiebre de la vida. No los visita la duda ni el espanto y la vegetación que los vigila es apenas una tenue huella de su vana duración.

Álvaro Mutis, Caravansary


Una mudanza es un suceso metafísico más que físico. El desplazamiento es interior en su esencia. El movimiento de cientos de cosas, objetos fundamentalmente, hacia otro lugar, es un asunto proteico. Un lugar se transmuta cuando los objetos y situaciones que ocurrían en él ya no están; otro lugar igual, al recibirlos. Estantes, mesas, lámparas, butacas, sillas, de una librería son el sostén, el espacio en donde el tiempo del saber humano, los libros, viven.

Las cosas duermen de día. De noche
Se disuelven y, a menudo, jamás regresan.
Hay seres que detentan el privilegio
De revelarnos maderas, objetos, muros,
Signos, escombros, cristales, piedras.
Esos alucinados personajes
Inventaron la letanía de imágenes
Que el lector verá enseguida.
No los envidio. Saben demasiado.

Nos mudamos en abril del 2007. Estuvimos en el primer local 3 años y 5 meses. La mudanza no tuvo trascendencia por la dimensión de su desplazamiento (nos mudamos de un local a otro al lado) sino por lo que significaba. El primer local estaba lleno de energía, de recuerdos, vivencias, paso de los hombres y mujeres en él que dejaban sus sorpresa al encontrarse un libro en particular, la vagancia de sus dedos por los libros, el recorrido de sus ojos por portadas, páginas, letras. Largo, estrecho, el primer local tenía ese aire de intimidad que muchos anhelaban en una librería en la ciudad. Era la biblioteca de la casa de alguien: la gente se sentía en su casa, libre. Era la catacumba de varios adictos a los libros y su reflejo: la intimidad que significa la lectura. La mudanza de las cosas, los objetos se hizo en 5 días; la de los libros tardó mucho más. Había que acostumbrarlos a su nueva casa, darle cuarto nuevo a quien lo pedía, tratar de complacer a todos. Los libros son sumamente demandantes. Tienen el orgullo del pobre y el sentido aristocrático del rico. Habituarlos a su nuevo hogar no fue fácil. Sentíamos que los objetos no cooperaban.

Porque las cosas no son huella
Ni símbolo del paso del hombre.
De él las cosas reciben, apenas,
Ese primer impulso, esa inicial
Y tenue energía que las conduce
Al intacto laberinto de las representaciones.
Y van viviendo, las cosas, por su cuenta,
Van perdiendo el rastro
Que en ellas no nombraba
Y acaban instaladas en su propia existencia,
En el agua lustral que las mantiene.

Odio las cajas. Son como el sarcófago de los libros. Los libros quedan embaulados y no respiran, no se pueden mostrar, no pueden extender sus alas. Muchas cajas se llenaron de libros, decenas de cajas. Ellos sentían su reposo, como eran llamados a esperar más tiempo del pensado para salir de la mano de alguien. Se volvieron huérfanos de librero, del que los cuida y protege. Eran esos niños que escondían en la Inglaterra de Dickens para que nadie los mirara ni extendiera su caridad hacia ellos. Estantes se vaciaron y llenaron de libros, pero otros estantes se vaciaron y se llenaron de otros pobladores. Varios libros nos demandan regresar al mundo de los vivos aún hoy.

¿Qué, sino nuestra sólita torpeza,
Puede pretender que las cosas
Tengan peso y estén sujetas
A la física imutable
Que insiste en su propia necedad?
No. Ya lo sabemos. Las cosas toman otro camino
Y en una encrucijada, sólo por ellos conocida,
Las esperan estos gambusinos de la nada:
Los fotógrafos de un tiempo que no fluye.
Allá ellos. Desde ahora me desligo
De sus empresa. Muy lejos se atrevieron
En su viaje. Hace mucho que las cosas
Nos dejaron para poblar otros dominios
Y manifestar allí su especial sobre vivencia.
Nos han dado la espalda y, ahora,
Somos nosotros los únicos escombros,
Objetos sin voz y sin destino.

Mudamos todo igual, no agregamos mayor cosa, fuera de algunos mesones más. Y reparamos los viejos, doblados por el peso de los libros como viejos elefantes. Nos llevamos la butaca verde y el sillón marrón que invita a reposar los afanes. Las sillas de madera de la mueblería Azpúrua, que enloquece a cuanto arquitecto y diseñador existe. Los estantes viejos y varios más nuevos como hermanos. El mueble de la caja y el escritorio de Katyna. La máquina de escribir vieja, el ventilador antiguo y la lámpara pequeña. El nuevo local es más grande, solo que la gente no se percata hasta que lo camina. Pocos ven que el primer local era algo así como El viejo y el mar, corto, íntimo, intenso, conciso, en donde la soledad reposaba y el nuevo es Por quien doblan las campanas: en donde la complejidad de lo colectivo, de las personas, del espacio se hace presente. Hay que caminarlo para encontrar su esencia, no basta con pararse en la entrada y ver hacia el final. Es un poema de Sánchez Peláez: hay que saborearlo, apelar a elementos inconscientes, palparlo en el aire. Este nuevo lugar es una piragua, piraguita.

Inútil desgastarnos en la brega
De otorgar a las cosas un sitio
Que no les pertenece.
Lector: adiestra tu memoria,
Recorre estas imágenes. No son ya
De tu dominio, no volverán a ti jamás,
Ni guardan para ti secreto alguno.
Eres tú quien regresa hacia la nada.
Los bancos de madera en el fondo de la mina.
La casaca y el chaleco mancillados.
Los maniquíes en su atónito desnudo.
La inocente mutación de la basura.
Los cables contra el cielo.
Las camas y los peces.
Los sombreros minuciosos.
Los cerdos de yeso y los amargos cactus
Con fondo de tormenta.
El cohete y los hábitos talares.
El manido erotismo de la bañista
Que nunca tendrá dueño.
Los odres al sol.
El bacalao que olvidó el marino
De la Emulsión de Scout.
Los vagos jardines olvidados.
El hielo y su fúnebre episodio.
La canción de esa esquina con colores
Más tercos y evidentes que la vida.
La madera y sus nudos esenciales.
Ese Cristo que huye del suplicio.
La estulticia insondable de las figuras de cera.

Botellas, máscaras, esculturas, cuadros, fotografías, cajas de música, bancos de madera y otros materiales, imanes, cartelera de metal, puerta de vidrio, lámparas y lámparas, mesas, sillas, radios, estantes….objetos, objetos que llegaron y siguen estando como la momia de algún muerto. La intemporalidad de ellos, su esencia espacial, nos recuerdan los lazos que cada uno tiene con la muerte: inerte, silenciosa, presente. Cada libro en una librería es ese espacio de tiempo de vida que nos queda: ¿Cuántas historias te quedan por recrear?, ¿Cuántas páginas para recordar ese dolor que te marcó?, ¿Cuántas letras para aferrarte a esa memoria que te dejaron tus ancestros? Los libros son huella de nuestro paso por el tiempo: mucho ha existido y mantenerlos, conservarlos, leerlos significa que mucho seguirá existiendo. Morirán esos libros, se romperán, desharán, se quemarán, se llenarán de moho gracias a algún aguacero como morirás tú y moriré yo.
Nos desplazamos entre el tiempo de la vida y el espacio de la muerte. La muerte es quien contiene, frena. Es el bosque que da límites a la ciudad. Es el río que cuando crece todo se lo lleva pero aún así nos deja navegarlo.
Leer un libro es el cruce de espacio y tiempo, de vida y muerte en la vida de cada quien.

Los muros, otra vez los muros,
Rostros de lo que nunca ha sucedido,
Lienzos de lastimada pared cuyo derrumbe
Se antoja inconcebible.
Y el viento que pasa o el aire detenido
Y tantas otras cosas que voy a nombrar
Y evaden la palabra y, sin embargo,
Allí están, despiertas en la noche,
Vigiladas por minúsculas constelaciones.
Allí están. Todas en su orden allí están.
Mírenlas bien: tal vez así ganemos un instante
A la muerte que espera para entrar.

En el local viejo hicieron una sala de cine. Nunca, en año y medio de habernos mudado, he visto una película en ella. Entré una vez. Comprobé que lo que tenía que estar estaba y salí: fantasmas, risas, vino derramado, una sensación a viejo que se respira con la piel. No sé si se sentirá eso aún. No me interesa ya averiguarlo. Esa vez le dije adiós y no pienso hacerlo más. El nuevo local me hace señas, me toma de la mano y me invita a volver con él.
La memoria se calma. En este lugar, somos el sitio de paso. Nada permanece y ese es el fin de una librería: que todos los libros salgan. Llegan otros y otros se marchan. Como las personas que entran y salen y los amores que llegan y como llegan se van.
Queda lo leído y ese anhelo de abrir los ojos un día y ver a Dante de la mano de Virgilio empezando su viaje, encontrándose a Homero, Horacio y tantos más. A Borges por ejemplo. A todos aquellos que quienes les vendí alguna vez un libro.


RR

P.D: autor del poema: Álvaro Mutis.