miércoles, 23 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (XII)-Final

Domingo, hora Sexta.
Me encontraron. Destruyeron la tableta. Lo último que pude ver fue que estaban falsificando mi voz con otros datos, distintos a los que suministré yo. El lenguaje no es el mío, pero ellos lo suponen. Sé que pondrán a correr esa información en las redes y llegará hasta los nuestros. Hasta que no llegue el walkman, si llega, o si Seamus logra enviarle a Leonor la otra tableta, nadie conocerá la verdad de las islas en esta zona del planeta. Mientras, me dijeron sardónicamente que mi informe correrá, comenzando por mi llegada a Araya. Ya encontraron a un narrador. Lo hará en tercera persona. Lo llaman, con mucha ironía, su Homero.
Me dicen que seré enviado a la cárcel de Siberia, en el antiguo Táchira, al borde del lago en donde enterraron hace décadas un pueblo. Ahí, en el fondo del lago, construyeron la cárcel.
Me dicen, sonrientes, que me esperan amigos allá.
Se acercan con una vara eléctrica hasta mí, poco a poco, sin apurarse. Cierro los ojos y aprieto los dientes.


Domingo, hora Nona.
¿Quién soy yo? Lo último que recuerdo, es un busto en Araya, algo más.
¿Qué son esas voces que oigo en mi cabeza? ¿Quién es Leonor?, ¿Quién es Candela?
Solo veo apenas el sol y algún albatros. Mi cuerpo tiembla sin que pueda controlarlo. Siento ardor. Escupo sangre.
Ahí vienen. Oigo, constantemente, solo gritos desesperados dentro de mi cabeza, que se identifican con ese nombre: Leonor.






Nota: final sugerido por nuestros superiores para Ismael Da Silva, que presumimos morirá en Siberia:
Mientras abordaba el tablón, después pudo ver la cruz oxidada al principio del lago, toda negro y musgo, y el fondo granate que aportaba la tarde al claroscuro del valle. Desde la celda la veía, y ahora, en su hora final,  la contemplaba.



martes, 22 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (XI)


Sábado, Completas.
Los siguientes mensajes que escuché de Leonor me hicieron perder toda esperanza:

No desembarquen en Araya. Te esperan para capturarte. Remen hasta Paria.

Ismael, están cercados por Oriente. Si desembarcan allá, serán enviados a otra cárcel, de mayor seguridad.

Las filmaciones, grabaciones y notas que has enviado, han llegado incompletas y, creemos, intervenidas.

Alguien entró en tu red y ha colocado información no verídica.

Hay una cámara en tu ojo derecho. Pueden ver todo.

Guarda las tabletas, es lo único que tenemos.


Domingo, Laudes
No he podido dormir en toda la noche. He tratado de alejarme lo más posible de la costa y según mis cálculos debería estar entre Anaco y San Juan de los Morros. Aún así, es un territorio vasto y no tengo idea qué camino tomar. En una coda del camino, me detuve hace un par de horas. Tomé la penúltima cápsula de agua y comencé a narrar nuevamente todo lo que ha acontecido desde mi salida de Araya, hace tantos días. Sé que alguna información ha quedado fuera, pues mi memoria aun no es fiable, pero mucho se salvará de todas maneras.
La grabación no está hecha en digital, sino en analógico. Sé que Candela, al recibir la tableta junto con Leonor, lo descifrará. Así no serán intervenidas mis redes o comunicaciones nuevamente.
Mordiendo un pedazo de madera, me arranqué el ojo derecho. Entre gritos, arranqué la cámara.
Espero llegar pronto a algún poblado. Ya casi no puedo más.



Domingo, hora Prima.
Encontré, en el camino, una antigualla: un Walkman. Paradójicamente, con baterías. Estaba en una vieja tienda en un pueblo abandonado. Revisé la tienda. Encontré algunas bolsas de galletas, y agua. Comí. Luego, intenté grabar en el aparato, pero desconozco como funciona realmente. Revisé la tienda de nuevo. Encontré unas tabletas con cintas que dicen que funcionan en estos aparatos. Lo coloqué, aunque me costó. Hice una prueba de la grabación y funciona. Continué grabando de nuevo todo mi periplo. Necesito varios soportes, y este no puede ser intervenido.


 Domingo, hora Tercia.
Tengo suerte. Encontré a uno de los nuestros. Le entregué el walkman, con las grabaciones que hice. No le dije a donde iba. Se desplazaba en autoaire. Siguió su camino. Sabe que debe entregarlo a Leonor. Quizás sea la única prueba que llegue.

lunes, 21 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (X)


Miércoles, hora Prima
Arribamos a las viejas costas de La Guaira. Eso dice Seamus. Las reconoce. Depositamos el cuerpo de Pirata en la orilla, hicimos un hoyo con nuestras manos y lo enterramos. Antes, Seamus lo despojó de todo implemento electrónico. Otro disparo de la memoria: busqué en mis cosas los cables que había tomado en Araya, y con los de Pirata, pude activar la cámara en mi ojo izquierdo. Informé a Leonor que estaba bien; había llegado a tierra pero no al lugar pautado. Aun así, podía desplazarme por tierra hasta Manoa. Dejé la cámara activada. “¿Eres un cyborg?”, me preguntó Seamus. “Aun no”, le respondí. “Sólo pequeños implementos en el oído, el brazo y el ojo izquierdo. El resto, todo humano”. La sospecha en su rostro no cambió. Avanzamos. En el camino, mientras subíamos por una cuesta de piedra, tarareó a Vivaldi. Sonreí. Recordé a Bertorá y su Gilgamesh. Cuando llegara donde Candela, tendría que buscarlo en los archivos, pero nunca he escuchado hablar de él, ni lo he visto en el índice global de las diferentes redes del planeta. “¿conoces el Gilgamesh?”, le pregunto a Seamus. Me responde que no. “Pero existe”. “¿cómo sabes?”. Porque escuché a Bertorá recitarlo algunas noches. “¿y cómo sabes si no es mentira, si no es otro texto implantado?”. “Porque confío en Bertorá. Además, en la isla sabían que el conocía el libro. Eso lo mantenía con vida. La promesa de que él revelaría alguna vez el contenido de ese libro”. Avanzamos unos kilómetros y al detenernos a tomar agua, continuó. “¿todavía no sabes cómo salimos de la isla?, ¿no te lo has preguntado, estando prohibido? Fue Bertorá. Aceptó darles el significado de ese libro, con tal de que nos dejaran salir. Ismael, la isla está en un campo magnético virtual en donde todo puede verse desde cualquier lugar del mundo. Como un enorme microscopio global que puede vernos. Hoy en día, la isla es una cárcel virtual: todo en ella es falso. Las castas, las autoridades, los burdeles, todo. Es un invento de la historia, de los que triunfaron en algunas comunidades. Tú sabes cuales son, las leíste en los documentos. Los espacios vacíos en el continente o en el mar, son cárceles a donde envían a la gente con la mente semi-borrada. Todo es un teatro, un simulacro”. Me aparto violentamente de él y empiezo a dar vueltas, rabioso. “¿Y las criaturas en el mar?, ¿y los datos obtenidos en mi misión?” “Todo es falso”, me responde. Lo miro profundo a los ojos, por un tiempo que parece eterno. “¿Y tú?”, le pregunto. Se queda callado. Se aparta de mí y decide sentarse. Sólo entonces vuelve nuevamente a hablar. “Tu y yo nos fugamos de la cárcel del Dorado. Sí, nosotros dos. En Cumaná, nos separamos. Por una extraña coincidencia, nos volvimos a ver en la isla. En el momento en que llegaste, yo ya había pasado por todo lo que tu ibas a empezar a pasar: la esclavitud, un amo (mi amo se llamaba T), ver el ajusticiamiento para asustarnos, escuchar la historia de las criaturas del mar y los condenados, trabajar en textos, etc. Un día, salí a dar una vuelta y encontré una pequeña cueva. Era una vía extensa de comunicación en la isla. Abajo, estaban todos los implementos tecnológicos con los que puedas soñar. Cámaras en todas partes, registros de cada habitante. Es una farsa, dentro de una farsa, dentro de una farsa. Cuando me percaté que tú abriste los ojos, me ofrecí a ayudarte. Y aquí estamos. La sombra roja tomó el mundo, Ismael, en especial en América. Las buenas intenciones de los fundadores de cada comunidad quedaron en el papel o en su muerte. Así como las de Hithloday. Solo quedamos nosotros dos y otros fugados más, avanzando por la tierra en este continente”. Se detuvo para beber agua; me ofreció, pero decliné. Siguió: “tu memoria fue afectada porque en El Dorado sufriste tortura. Una grave y constante tortura. Y también es posible que hayan colocado una segunda cámara en tu otro ojo y no lo sepas. Yo, Seamus, también trabajo para Leonor, pero por mi lado, soy demasiado anárquico para seguir muchas órdenes. Pero se me pidió el favor de que te llevara conmigo, y aquí estás. Listo, misión cumplida. Ahora cada quien puede tomar su camino; yo, hacia el llano, tú, hacia Manoa”. Decidí entonces sentarme para intentar hilar mejor tanta información. Estiré las piernas y escuché truenos en la lejanía. Llovería más tarde. “Puedo entender todo lo que me dices, Seamus, pero no entiendo aun las criaturas del mar. Son cadáveres, cuerpos. ¿Qué hacía uno de ellos con tecnología?”. Seamus ya estaba perdiendo la paciencia. “Ismael, no lo sé. Quizás fue el primer dispositivo desarrollado antes de la catástrofe, quizás ya los avances de la ciencia eran significativos pero reservados a unos pocos, quizás tuvimos suerte que Pirata capturara precisamente ese. No lo sé. Solo quiero irme a continuar mi camino. Espero estés bien, ya cumplí lo que prometí a Leonor y ella me está viendo por tu cámara ahorita, así que, adiós”. Me dio la mano y se fue. A los pocos metros, se volteó y gritó: “A Pirata lo devoraron los tiburones: no creas en muertos vivientes”. La lluvia comenzó pocos minutos después.


Sábado, hora Nona.
Tomé el camino hacia los valles. Recordé que Seamus se había llevado una de las tabletas y por un momento lo lamenté. En verdad, uno de los dos sería apresado. Espero solamente que algunos de los datos se salven, pues no estoy seguro de que todo haya llegado a Leonor, o haya sido interceptado. En cualquier momento me quedaré sin alimentos y quizás sin las cápsulas de agua.


Sábado, Vísperas
Pude escuchar dos de los mensajes que Leonor me envío estando en el mar. Creo que mientras avance el tiempo, otros podrán desplegarse. Dicen lo siguiente:
Las criaturas son cadáveres de la catástrofe, intervenidos genéticamente para dar terror a los navegantes que se fugan. Son activados sólo cuando eso sucede. Por eso pudiste llegar sin problemas a la isla. Pirata fue enviado allá por nosotros.

Seamus es mi esposo.

La tableta estaría a salvo entonces. Seguiré avanzando.

domingo, 20 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (IX).

Martes, Completas.
Seamus dice que en el fondo del mar están los restos de Utopia y Cubagua, así como la costa entre Santiago y Cumaná que se hundió con el gran terremoto. Igual que ha sido siempre, dice. La Atlántida, algo más. La isla que busco, está en el fondo entonces. Con los muertos que nos rondan. Pirata desapareció hace más de una hora. Se zambulló en el agua, y no ha vuelto. No sé que pensar. Creo que lo hemos perdido. Mientras, por la marea, pienso que estamos perdiendo el rumbo, y nos estamos alejando del camino hacia Araya. Vivir así, sin tecnología avanzada, me cuesta mucho. Sin los implementos para resolver estas situaciones. Soy la inutilidad.


Miércoles, Maitines.
Volvió Pirata, carcomido por dientes filosos. Casi no queda nada de su propia carne. Aparentemente, la carne humana y la bola vegetal que contenía dentro de tantos años, le permitió distraer a las criaturas marinas. Expulsó estas carnes fuera de sí, y ellos corrieron tras ella. De todas maneras, lo mordisquearon. Pero el también lo hizo. Un torso llegó con el en su boca. Viscoso, moreno, extraño. También parte de un rostro en sus inmensas fauces. Me acerqué a estos restos. La comida de hace pocas horas que engullimos de cena, vuelve a mi garganta, pero me contengo. Tomo el rostro, lo analizo con una vara y encuentro lo que pensé: una cámara. Estos seres conocen la tecnología. Es un modelo mucho más antiguo que el mío, pero funciona. No sé quien nos estará mirando, pero la cámara sigue activa. La extraigo, la conecto a la tableta que me queda, y se despliega una imagen en ella, que cubre todo nuestro horizonte. En ella vemos los cielos, destrucción, un terremoto y estampidas, mujeres llorando ante el quebrarse una montaña en alguna ciudad. Sus habitantes son devorados por la tierra. Las aves migran, vanas, hacia lugares más altos o distantes; los animales chillan, aúllan, lloran junto con los hombres. Veo que es mi ciudad, Santiago. Los edificios se caen, son arrastrados. Viejos edificios conocidos en fotogramas: el Helicoide, el CCCT, casas vascas en El Cafetal. Es la destrucción. Pero no termina ahí. Como un retazo sumado a lo que grabó la cámara, vemos ahora el desprenderse de la tierra, entre temblores infinitos. Luego, otro retazo: una inmensa isla desprendiéndose del continente, avanzando hacia el mar con lentitud, y pedazos de trenes, autos, esqueletos, hierro, árboles, cables de teleférico, casas, mansiones, cayendo hacia el mar y hundiéndose quizás para siempre. Entonces, aparece la misma isla con otro aspecto. Pero está grabada como algo más que un retazo: es un documental que realza las bellezas del lugar y hace ofrecimientos para que todos los habitantes del orbe vayan hacia ella. Un llamado a los inmigrantes. Al frente, entonces, vemos a una ciudad vieja: Abraxa. Y luego, al final del documental, un nombre: Utopia.

Miércoles, Laudes.
Pirata sigue, mientras se mantiene respirando con vida, emitiendo el ruido que ahuyenta a las criaturas. Nosotros hemos callado. Esperamos el amanecer, que nos llega con el canto lejano de un gallo, y el sobrevolar de las aves sobre restos de algún ser en el mar con el que van a alimentarse.
Seamus tartamudea. Sabe que él también ha sido engañado. Yo me siento más sereno, pero las manos también me tiemblan al darme cuenta que la isla es un pedazo de la costa de mi ciudad, Santiago. Entonces se disparan en mí las memorias, de forma paralizante: cada texto que leí en la isla, es el itinerario que he realizado, cada una de mis misiones. Ellos lo tenían registrado. Me hacían leerlo para que la memoria regresara a mí. Recuerdo un mapa que me hicieron estudiar, detenidamente: un lugar de la Guayana, al otro lado de un río: El Dorado. Aparecía como una vieja ciudad satélite, como tantas en el continente en su intento de conquistarlo. Con el tiempo, decía la nota al pie del último mapa que consulté, varias de estas ciudades devinieron cárceles: Siberia, en los Andes del Norte, Bárbula, Anaco, Ciudad Bolivia, El Amparo, Punto Fijo, Boca de Uchire, Carúpano, Caicara del Orinoco. Araya. Aparentemente,  todas fueron abandonadas.
Un olor vegetal me despierta de mi ensoñamiento. Levanto la vista hacia el horizonte, y veo tierra. Pero no es Araya.
No me equivoqué: perdimos la ruta.