Martes, Completas.
Seamus dice que en el fondo del mar están los restos de
Utopia y Cubagua, así como la costa entre Santiago y Cumaná que se hundió con
el gran terremoto. Igual que ha sido siempre, dice. La Atlántida, algo más. La
isla que busco, está en el fondo entonces. Con los muertos que nos rondan.
Pirata desapareció hace más de una hora. Se zambulló en el agua, y no ha
vuelto. No sé que pensar. Creo que lo hemos perdido. Mientras, por la marea,
pienso que estamos perdiendo el rumbo, y nos estamos alejando del camino hacia
Araya. Vivir así, sin tecnología avanzada, me cuesta mucho. Sin los implementos
para resolver estas situaciones. Soy la inutilidad.
Miércoles, Maitines.
Volvió Pirata, carcomido por dientes filosos. Casi no
queda nada de su propia carne. Aparentemente, la carne humana y la bola vegetal
que contenía dentro de tantos años, le permitió distraer a las criaturas
marinas. Expulsó estas carnes fuera de sí, y ellos corrieron tras ella. De
todas maneras, lo mordisquearon. Pero el también lo hizo. Un torso llegó con el
en su boca. Viscoso, moreno, extraño. También parte de un rostro en sus
inmensas fauces. Me acerqué a estos restos. La comida de hace pocas horas que
engullimos de cena, vuelve a mi garganta, pero me contengo. Tomo el rostro, lo
analizo con una vara y encuentro lo que pensé: una cámara. Estos seres conocen
la tecnología. Es un modelo mucho más antiguo que el mío, pero funciona. No sé
quien nos estará mirando, pero la cámara sigue activa. La extraigo, la conecto
a la tableta que me queda, y se despliega una imagen en ella, que cubre todo
nuestro horizonte. En ella vemos los cielos, destrucción, un terremoto y
estampidas, mujeres llorando ante el quebrarse una montaña en alguna ciudad.
Sus habitantes son devorados por la tierra. Las aves migran, vanas, hacia
lugares más altos o distantes; los animales chillan, aúllan, lloran junto con
los hombres. Veo que es mi ciudad, Santiago. Los edificios se caen, son
arrastrados. Viejos edificios conocidos en fotogramas: el Helicoide, el CCCT,
casas vascas en El Cafetal. Es la destrucción. Pero no termina ahí. Como un
retazo sumado a lo que grabó la cámara, vemos ahora el desprenderse de la
tierra, entre temblores infinitos. Luego, otro retazo: una inmensa isla
desprendiéndose del continente, avanzando hacia el mar con lentitud, y pedazos
de trenes, autos, esqueletos, hierro, árboles, cables de teleférico, casas,
mansiones, cayendo hacia el mar y hundiéndose quizás para siempre. Entonces,
aparece la misma isla con otro aspecto. Pero está grabada como algo más que un
retazo: es un documental que realza las bellezas del lugar y hace ofrecimientos
para que todos los habitantes del orbe vayan hacia ella. Un llamado a los
inmigrantes. Al frente, entonces, vemos a una ciudad vieja: Abraxa. Y luego, al
final del documental, un nombre: Utopia.
Miércoles, Laudes.
Pirata sigue, mientras se mantiene respirando con vida,
emitiendo el ruido que ahuyenta a las criaturas. Nosotros hemos callado.
Esperamos el amanecer, que nos llega con el canto lejano de un gallo, y el
sobrevolar de las aves sobre restos de algún ser en el mar con el que van a
alimentarse.
Seamus tartamudea. Sabe que él también ha sido engañado.
Yo me siento más sereno, pero las manos también me tiemblan al darme cuenta que
la isla es un pedazo de la costa de mi ciudad, Santiago. Entonces se disparan
en mí las memorias, de forma paralizante: cada texto que leí en la isla, es el
itinerario que he realizado, cada una de mis misiones. Ellos lo tenían
registrado. Me hacían leerlo para que la memoria regresara a mí. Recuerdo un
mapa que me hicieron estudiar, detenidamente: un lugar de la Guayana, al otro
lado de un río: El Dorado. Aparecía como una vieja ciudad satélite, como tantas
en el continente en su intento de conquistarlo. Con el tiempo, decía la nota al
pie del último mapa que consulté, varias de estas ciudades devinieron cárceles:
Siberia, en los Andes del Norte, Bárbula, Anaco, Ciudad Bolivia, El Amparo,
Punto Fijo, Boca de Uchire, Carúpano, Caicara del Orinoco. Araya.
Aparentemente, todas fueron abandonadas.
Un olor vegetal me despierta de mi ensoñamiento. Levanto
la vista hacia el horizonte, y veo tierra. Pero no es Araya.
No me equivoqué: perdimos la ruta.