En principio,
todos los que hemos estudiado literatura y artes, los que escribimos y
pintamos, bailamos o interpretamos alguna partitura, deberíamos estar de acuerdo
con Mario Vargas Llosa en su último libro, La
civilización del espectáculo. Deberíamos. Aunque sea parcialmente. Al
terminar de leerlo, uno se encuentra con sentimientos encontrados. Por un lado,
muchos de los argumentos que el autor esgrime, son los mismos que esgrime uno
en artículos, aulas de clase, e incluso en novelas, ensayos o poemas. Por el
otro, las críticas que dispara contra todo aquello que compone la modernidad
audiovisual, no hace sino ponerlo a uno contra las cuerdas.
En La civilización del espectáculo, el
Nobel peruano hace énfasis en cómo la tradición liberal de la cultura,
específicamente desde la modernidad y con ella el advenimiento de la burguesía,
cimentó las bases morales con las que medir el siglo XIX y XX, analizándolo de
manera crítica y realizando los cambios sociales y políticos necesarios para
lograr los avances que Occidente esgrime ante el mundo: democracia, libertad de
culto, altos niveles de alfabetización, laicismo, calidad de vida. Vargas Llosa
señala que esas bases morales se encuentran en la Cultura, entendiendo como
cultura a las humanidades y las artes y como centro, a la palabra escrita.
Las
críticas de esta sumatoria de ensayos son impactantes, aleccionadoras y, a
veces, chocantes. En primer lugar, en su organización. El autor reflexiona
sobre la materia a través de siete capítulos, apoyándose a su vez en artículos
suyos publicados en El País, diario español donde escribe regularmente. No sé
si tiene sentido esta forma de plantear las cuestiones. Aparenta una enorme
pereza editorial. Algo que se puede constatar a lo largo del libro, donde
leemos a un hombre indignado, irónico, altivo, con ánimos pesimistas y, ante
todo, cansado. Es lo menos logrado de la obra: una sensación de fastidio por
tener que escribir sobre algo que, a la luz del autor, no debería de estar
sucediendo. Considero que el abordaje que hace de autores como Barthes,
Foucault, Derrida y Baudrillard es exagerada: desmerece, quizá con la excepción de Foucault (y como
Mark Lilla en algunos de sus trabajos) los aportes de estos pensadores al mundo
contemporáneo, más allá de que compartamos o no sus posturas. Además, su
acercamiento a la tecnología es superfluo, sin atreverse a indagar más en
términos filosóficos. Muy diferente es la perspectiva de Alessandro Baricco en
su obra, Los bárbaros, en donde
profundiza mucho más en los cambios que el siglo XXI nos trae, analiza la
cultura burguesa señalando su final y se atreve a indagar mucho más hacia donde
podríamos ir.
Por otro
lado, las críticas a muchos planteamientos del arte contemporáneo, a la
mercantilización enfermiza del mismo, la ausencia de refinamiento en la
sexualidad, a través del erotismo, la honda reflexión alrededor del lugar de la
religión en el siglo XX y XXI, desde varias perspectivas: filosóficas,
sociales, políticas y cómo la literatura sí ayuda a cambiar al individuo, son respetables.
Por último, el discurso de Vargas Llosa en Frankfurt, al recibir el Premio de
la Paz de los libreros alemanes en 1996, no hace sino dejarlo bien parado.
Tenemos al polemista latinoamericano en toda su expresión: sin miedo de hablar,
de señalar, de criticar y de dar ánimos en la lucha contra los males del mundo,
desde el lugar de la literatura y el arte. Es un discurso inspirador, mucho más
que el leído hace dos años en Estocolmo.
La civilización del espectáculo es un
libro que puede hacer aguas en sus pocas referencias a las obras de los autores
que critica y a las perspectivas que ellos soportan. Podría tener más extensión
y profundidad. Podría, también, indagar mucho más en las particularidades de la
cultura audiovisual y musical, y en los logros que ella ha traído a la
civilización. Vargas Llosa escribe desde un lugar de enunciación: lo analógico.
Los que crecimos en lo analógico pero hemos aceptado lo digital, nos
encontramos entre la espada y la pared. Somos mestizos. Estamos formados en los
grandes discursos del siglo XX, pero caminamos entre sus destrozos, sin saber
claramente hacia donde vamos.
Creo que
la clave para el entendimiento de este libro, está en la perspectiva del
lector. Su usted puede terminar de leerlo y de reflexionar sobre él, entonces
ese mundo del que Vargas Llosa habla, no está perdido. No nos engañemos: el
lamento de Vargas Llosa está en la poca calidad de la literatura y el arte a
partir de los años sesenta y el privilegio de la cultura de masas sobre la
cultura del libro. Y eso no hemos dejado de saberlo y lamentarlo desde hace
años. No es solo un viejo que se queja: es una voz que se queja con nosotros.
La civilización del espectáculo es un
libro que merece ser leído, a pesar de sus bemoles. Para aquellos que creemos
en la literatura y las artes, en unas humanidades que cada vez más desaparecen
del mapa académico, es esencial. Señala fallas en nuestros andares por este
mundo, en este tiempo y desde hace mucho, y alrededor de esas fallas, y de esos
cambios cada vez más vertiginosos no podemos dejar de reflexionar. Es un libro
moral. Una moral que el autor supone no existe ni existirá nunca en youtube.