martes, 1 de septiembre de 2009

Flamenco

Importa no estar dormido

José Bergamín

Siguiendo el dictamen del aire que lo dibuja

Lope de Vega

Nada más elocuente que un tablao en silencio. Lo que habla es de pisadas, taconazos, golpes que se repiten de golpe, caderas duras, espaldas rectas, brazos que serpentean. Su elocuencia nace de su ausencia de palabras. De esos golpes tribales que llegan donde las palabras sobran o faltan. El flamenco es una sensualidad contenida, una oscuridad luminosa, es una provocación instintiva, tibia. Enseña a vivir con nuestras pasiones. Enseña a llevarlas. Lleva una gracia que luego se muestra en el mundo. Enseña a mirar. Otorga un don del alma con el que se puede andar un poco más ligero. Es mortal y pasajero, como todo lo que vive y merece ser recordado. Ver flamenco es como ver una corrida. La mujer convoca al duende y solo si lo logra bailó de verdad. El torero convoca al toro, y solo si él acepta, toreó de verdad. Eso es lo único que se busca al ver flamenco: no es un asunto de cuerpos y bellezas. Es una belleza que sucede en el alma que puebla el cuerpo y la interpreta.
Viendo el baile uno entiendo que hay cosas que ya se acabaron. No se esperan resurrecciones: solo hay que aprender a mirar. Solo se mira aquello que pide ser mirado, aunque aquello que uno mira no lo sepa. Y ese cuerpo que se mueve en el tablao invita a tomarse la muerte con más calma. La muerte llega a cada paso y cada taconeo puede ser ella sonriente. Torean algo que está ahí, en el aire, y que solo vemos si lo hacen bien, sino no vemos nada.
Es el fuego más blanco, el más azul. Es el tiempo que se tensa como un arco.

lunes, 31 de agosto de 2009

los italianos.apuntes

Si bien los franceses llevan el equilibro europeo entre lo germano y lo latino, los italianos les ganan. Dante es el epicentro de la literatura en Occidente luego de Virgilio, no Moliere ni Racine. Es alrededor de un viaje a Italia en que Goethe, Stendhal e incluso, para salvar la patria, Manuel Díaz Rodríguez encuentran caminos antes no transitados. En nuestros días, y siempre alrededor de Constanza, su hija, Alejandro Oliveros ha sabido darnos en sus Diarios Literarios mucho de ese espíritu y aire que Italia mantiene a través del tiempo.
Tienen un aura de mala fama que se ha encargado de dar el cine: la mafia, la camorra. El cine también les ha dado mucho de su mejor fama: Sofía Loren, Claudia Cardinale, Monica Belucci. Italia es verosímil, coherente: las mujeres que ves en el cine existen y las otras no son muy distintas en verdad. La belleza la tienen de saber llevar el cuerpo, de reconocer sus límites y caminarlos con la exactitud que se requiere. Las italianas son coquetas, como no, pero no tienen ese sentido de impudor o incluso del exhibir que encontramos más hacia el trópico. La que tiene los senos hermosos lo sabe pero más que enseñarlos nos muestra "ese saberlo ya", esa conciencia de que ellos están ahí y ella lo sabe. No necesita que se lo recuerden tanto.
Tienen la mejor comida de Europa (lo lamento otra vez por los franceses) y ese tenerla lleva aparejado el "saber comer". Cómo el placer, el verdadero placer de comer no se aleja de la salud. Sus vinos son regios (Chianti, los del Vénetto) y el disfrute inconmensurable de la mesa puede dejar pensando a algún español.
Lo cierto es que Italia es para mí el corazón de Europa. Shakespeare se cansó de adaptar sus historias a sus obras, el renacimiento literario de la lengua española (el primero, el segundo si se lo debemos a los franceses) nace a partir de las adaptaciones de Garcilaso de la Vega. Italia, como España y un poco menos Grecia, son la inspiración occidental. Italia es, como no, lo clásico. Las líneas correctas, el trazo perfecto. La escultura, la pintura renacentista, Palladio, la moda. Hoy en día, y por cientos de años quizás, es el primer exportador de diseño del mundo. Son la Ferrari, Roma, la bahía de Nápoli, los pueblos de la Toscana, la mesa de Bologna.
Mariano Picón Salas habló de Italia con menos fervor que de Francia. Sucede que hay un elemento pasional muy marcado en los italianos que a algunos choca. Yo lo celebro. Pueden hablar de Botticcelli contigo comiendo unas aceitunas y repentinamente intentar clavarte un tenedor en la cara por picar la pasta. Creo que es eso lo que me cautiva. La línea de sombra que llevan al andar, en los ojos. El relámpago. Lo operático, el juego de manos al hablar, los andares de Eros y su mama, Afrodita a cada paso.