viernes, 23 de octubre de 2009

El otro Cervantes

Mis padres pagaron el rescate de alguno de los dos. Se endeudaron hasta la médula y mi madre hasta se hizo pasar por viuda para conmover a los otros. No es sencillo conmoverlos a ellos. Al final, me dejaron ir a mí a cambio del monto acordado por ser el menor de los dos. Yo no quería. Sentía verguenza de dejar a mi hermano en manos de los moros. Ya tenía un par de años o más, y le quedaban otros. Él no dejó nunca de intentar escaparse, pero era capturado siempre. Aún así, su suerte le pelaba los dientes, pues mientras otros sofrían el Empalado, el solo recibía una carga de cadenas.
Con el tiempo, Miguel regresó a casa. Yo no estuve para recibirlo, me encontraba en Portugal, en donde dormito estas palabras.
No sé que será ahora de Miguel, manco de una mano, sin dineros, con los padres nuestros tan viejos, mis hermanas realengas y yo sin poder ayudar. Son pocos sus talentos además de las armas y una imaginación que lo hacía concebir personajes extraños mientras estábamos entre los infieles y nos cautivaba.
¿qué será de él, de mi hermano? Yo esta noche salgo a batalla, no a Lepanto en donde quizás debió mejor morir Miguel y sellar su inmortalidad, sino a cualquiera en mis faenas de soldado.
Ojalá puedas hacer algo con esos personajes en la cabeza hermano, ojalá saques algún provecho en esta tierra ingrata que es el Reino de España.
Yo, del otro lado, tomo tu destino y recibo un arcabuzazo en tu nombre, ese que debía hacer hondura en ti en Lepanto y enterrarte en la tierra, en donde te espero ahora y hasta siempre.
Suerte hermano.

Melao

Caramelo en tus ojos puros, que se hila
lentamente hacia tus cabellos y hace una hogaza oscura
que me abarca el cuerpo, me envuelve

Lo tomo en mis manos y recorro con mis dedos,
y estiro abajo hacia tus piernas, las transito
con mi lengua que se extiende hacia tu espalda, tu nuca, tu cuello

Acaricio tus cabellos y te beso, miro
al fondo de tus ojos, adentro, mientras te haces baño de Maria
y se derrite en mis manos la hermosa longitud de tu cuerpo

quemándonos, haciendo con lo dulce de tus cabellos que respiro, de tus ojos en que me sumerjo y quemo

maravillas

martes, 20 de octubre de 2009

Libro del Fuego

Llego de pronto tan cargado de recuerdos, de pasado sin claros en donde sumirse. Todo lleva noche por dentro: ojos verdes, colinas, cabellos negros y tablaos, rencores, baratijas, cuerpos que se entregan con ganas y desganas, mentiras, locuras, inventos, celos, neurosis de aquellas, pecho abierto por tantos pechos descubiertos que nada sueñan. Uno andaba, sí, llevado de esas manos limpias y sucias. Uno terminaba cansado y lleno de humo e insomnio, y tragos que se convertían de repente en hamaca para las nostalgias.
Así, cargado de falsos afectos remonta uno los golpes, los coñazos vale, los recovecos en un espejo en donde te reflejaba a ti, con tus andares y risas y lamentos y despechos y sabores, así poco a poco, mientras nos mirábamos en la pantalla, en alguna fiesta, y te veía en tus caminos de golpes de ladrones y subida de diez pisos sin ascensores. Un día bailé contigo, te meneé y al salir de un baño te llevé a un cuarto, contra la pared, y te besé a pesar de tus murmuraciones. Lento, me dijiste, lento lo hice. Me espiabas, nos veíamos en Barrabar, nos besábamos mientras bailábamos, aunque tu no supieras como hacía y te parecieran los besos tan poquitos. Yo iba y venía. Viajaba y te pensaba perdida. Esperabas, impaciente, esperabas. Y nos veíamos, nos llevaban de la mano esos amantes viejos que teníamos: nos llevaban hacia al otro con todo lo vivido con aquellos, nos susurraban sin saberlo "mírala, mírale los ojos" y yo me sumergía en tus almendras oscuras que se iluminan, que se prenden, luces en tu rostro, y que me encienden. Y te decían "bésalo, bésalo profundo" y venías y me besabas entero, con el alma, con toda la fuerza de tu cuerpo de mujer y estallábamos.
Yo camino tu cuerpo perfecto con cuidado, como quien quiere cruzar un río sin ahogarlo, susurrándote, acariciándote, oliendo tus cabellos, besándote. Te miro como sólo se te puede mirar a ti: sereno y explotando, ardiendo y sintiendo brisa de tarde final de playa. Te camino, te sigo caminando, me hago a tus calles que recorro y respeto, que curo, que enderezo.
Tu caminas el mío con sapiencia, como quien cruza las olas de un mar picado que sabe surcar, casi en silencio, tocándome, mirándome sin saber cómo me miras, extrañándome cada día, necesitándome entre ese frío de montaña y calidez que te transmito. Con paciencia me sanas, me entiendes, te entregas.
Hoy estamos aquí, hechos uno y mirando al frente, y de vez en cuando miramos hacia atrás para con compasión hacer gestos de despedida.
Yo no te despido. He venido para quedarme y aquí me quedo, contigo. Hasta cuando tu quieras.
Somos un nuevo texto hecho de dos, somos una página nueva. Estamos haciendo el más largo y hermoso de los libros, lleno de cuentos, anécdotas, recuerdos, deseo, espera gozosa. Libro que arde, que se debe cuidar como se cuida el sueño de los candelabros de noche encendiendo, candela que se agita con el viento pero no claudica. Libro del Fuego.