domingo, 29 de mayo de 2011

El Buscón: la plaza en donde encontrarnos. (Palabras de presentación a "Las palabras de El Buscón")

a Walter Rodríguez y a Javier Marichal, maestros libreros.

Quisiera comenzar contando dos lecturas: la primera, de Umberto Eco y Jean- Claude Carriére, contenida en Nadie acabará con los libros; la segunda, con la que terminaré, de Augusto Monterroso, titulada Cómo me deshice de quinientos libros. En estos tiempos bárbaros, en donde un control de cambio nos impide traer los libros que necesitamos, en donde imprimimos sólo si hay papel y en donde cierran librerías a diestra y a siniestra, celebrar los libros como los celebran Eco y Carriere, podría parecer una ironía. Pero en Venezuela, celebrarlos es una forma de resistencia, un ejercicio de ciudadanía que nos aleja de las lecciones no aprendidas en el siglo XX por un grupo de aventureros del poder. En el libro de Eco y Carriere, hay un recorrido por la historia de la literatura, de los libros, de las bibliotecas que en el mundo han sido, llenos de reflexiones y anécdotas pertinentes alrededor de ello. Nos llenamos al leerlo de certezas, pero a la vez, de temores. Ninguno de los dos intelectuales menciona con demasía al librero en esta historia del devenir humano, más considerando que son coleccionistas reconocidos de libros. Aparece, sí, pero privan los editores, los transcriptores, los autores por supuesto, por encima de la labor del librero. Y ya eso me llena de pesadumbres. Eco nos da una frase central: El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se ha inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo…Quizá evolucionen sus componentes, quizás sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es. Ante estas palabras, uno podría sentirse tranquilo. Pero la historia nos enseña que ese futuro no lo determinamos nosotros: no sabemos cuándo podrá truncarse por milenios o algunos años, como ha ocurrido en épocas oscuras de la humanidad. Estar atentos, alertas, advertir esto, es la labor de los libreros.

En esta labor, El Buscón ha logrado un lugar central entre las librerías en Caracas. Tomando como herencia el legado de la Librería Monte Ávila, fundada por Katyna Henríquez, actual gerente y socia de El Buscón, y también de las hermanas Pardo en la librería Soberbia, los autores, los editores, el pensamiento, en fin, venezolano, ha tenido un lugar en donde respirar, sentirse a sus anchas, no dejar nunca de sembrar el sentido crítico en cada lector y escucha de esas palabras. Eugenio Montejo, Rafael Cadenas y tantos intelectuales venezolanos hicieron y han hecho de nuestra librería su casa, y han hecho de sus espacios, el lugar privilegiado para presentar un libro ante el mundo. Como libreros, hemos estado siempre abiertos a su llegada. Las librerías son la plaza en donde encontrarse. El lugar del té y el vino. El espacio del diálogo y la amistad. El espacio de una librería, en estos tiempos modernos, debe seguir el dictado de Montejo: si la poesía es la última religión que nos queda, la librería debe ser uno de sus templos. Toda librería, siguiendo a Mallarmé, es un libro que contiene otros muchos hasta abarcar el mundo. En este tránsito, reclamo para el librero no otra labor sino la de Virgilio en la Comedia: mostrar el camino.

Una sociedad sin libreros es una sociedad sin ley. Hablo de la antigua ley de los hombres, la de la Ruta de las especies, la de los desiertos de Arabia, la de los barcos de Crusoe, Melville y Stevenson, la de los intercambios, trueques, comercios e intercambios: la de los tránsitos. El Buscón es uno de esos espacios y este libro que leeremos a partir de hoy evidencia ese andar perenne en donde el dialogo, cada día menor en nuestra sociedad, persiste.

Cierro con la segunda historia, la de Monterroso. Quiere, nos dice, vender quinientos libros, pues encontró que ya no lo interesaban: por sobreabundancia, por la ignorancia que muestran esos libros, por fastidio. Pero no quiere donarlos a bibliotecas, quiere que sus amigos se los lleven, que los compren individuos, no que terminen en cajones. Dentro de los libros que está dispuesto a desprenderse, estos son algunos: política (en el mal sentido de la palabra, toda vez que no tiene otro): 50; teorías del ritmo (para que la señora no se embarace): 6; erotismo ½ (conservé las ilustraciones del único que tenía), métodos para dejar de beber: 19; literatura hispanoamericana: 86. Y así. Evidentemente, Monterroso no buscó a un librero para que lo ayudara a venderlos. Seguramente en el Buscón lo habríamos ayudado.

Muchas gracias.



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