martes, 20 de octubre de 2009

Libro del Fuego

Llego de pronto tan cargado de recuerdos, de pasado sin claros en donde sumirse. Todo lleva noche por dentro: ojos verdes, colinas, cabellos negros y tablaos, rencores, baratijas, cuerpos que se entregan con ganas y desganas, mentiras, locuras, inventos, celos, neurosis de aquellas, pecho abierto por tantos pechos descubiertos que nada sueñan. Uno andaba, sí, llevado de esas manos limpias y sucias. Uno terminaba cansado y lleno de humo e insomnio, y tragos que se convertían de repente en hamaca para las nostalgias.
Así, cargado de falsos afectos remonta uno los golpes, los coñazos vale, los recovecos en un espejo en donde te reflejaba a ti, con tus andares y risas y lamentos y despechos y sabores, así poco a poco, mientras nos mirábamos en la pantalla, en alguna fiesta, y te veía en tus caminos de golpes de ladrones y subida de diez pisos sin ascensores. Un día bailé contigo, te meneé y al salir de un baño te llevé a un cuarto, contra la pared, y te besé a pesar de tus murmuraciones. Lento, me dijiste, lento lo hice. Me espiabas, nos veíamos en Barrabar, nos besábamos mientras bailábamos, aunque tu no supieras como hacía y te parecieran los besos tan poquitos. Yo iba y venía. Viajaba y te pensaba perdida. Esperabas, impaciente, esperabas. Y nos veíamos, nos llevaban de la mano esos amantes viejos que teníamos: nos llevaban hacia al otro con todo lo vivido con aquellos, nos susurraban sin saberlo "mírala, mírale los ojos" y yo me sumergía en tus almendras oscuras que se iluminan, que se prenden, luces en tu rostro, y que me encienden. Y te decían "bésalo, bésalo profundo" y venías y me besabas entero, con el alma, con toda la fuerza de tu cuerpo de mujer y estallábamos.
Yo camino tu cuerpo perfecto con cuidado, como quien quiere cruzar un río sin ahogarlo, susurrándote, acariciándote, oliendo tus cabellos, besándote. Te miro como sólo se te puede mirar a ti: sereno y explotando, ardiendo y sintiendo brisa de tarde final de playa. Te camino, te sigo caminando, me hago a tus calles que recorro y respeto, que curo, que enderezo.
Tu caminas el mío con sapiencia, como quien cruza las olas de un mar picado que sabe surcar, casi en silencio, tocándome, mirándome sin saber cómo me miras, extrañándome cada día, necesitándome entre ese frío de montaña y calidez que te transmito. Con paciencia me sanas, me entiendes, te entregas.
Hoy estamos aquí, hechos uno y mirando al frente, y de vez en cuando miramos hacia atrás para con compasión hacer gestos de despedida.
Yo no te despido. He venido para quedarme y aquí me quedo, contigo. Hasta cuando tu quieras.
Somos un nuevo texto hecho de dos, somos una página nueva. Estamos haciendo el más largo y hermoso de los libros, lleno de cuentos, anécdotas, recuerdos, deseo, espera gozosa. Libro que arde, que se debe cuidar como se cuida el sueño de los candelabros de noche encendiendo, candela que se agita con el viento pero no claudica. Libro del Fuego.

1 comentario:

  1. Me gusta, suena a confesión, a cero postura, al desboque de los cuerpos y las ganas, a la novedad del que empieza el recorrido confiando en el camino y entregándose a él, sin tapujos, con temores que quedan en la orilla, si el sueño lo permite...

    Ophir

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