lunes, 27 de julio de 2009

Pranayama

Soy, más que un chef, aprendiz de cocina. Me entusiasman los olores que exhala cada plato que en mi insomnio cavilo y en mis ollas intento colar. La clave se encuentra en las especies: el cilantro, el ají dulce, el picante, la pimienta hacen todo en un plato. Desde la cocina, me encanta ver a los clientes recibir la comida desde la nariz: respiran hondo al tener al mesonero a pocos metros apenas y exhalan al tenerlo frente a sus ojos. Así fue con ella. Al llegar (todos pasan frente a la cocina para entrar al local) emanaba una fragancia que no era de aquí, un olor salado, húmedo, secreto. El mesonero me dijo su orden. La clave estaba en el azafrán. Lo hice, lentamente, y se lo envié. Sonrió al olerlo y volteó hacia la cocina. Pasó que me caí y me golpeé en la cabeza. Sentí perder el sentido. Me levanté y volví a verla, como llevo meses haciéndolo: sin maquillaje (así brota su hermosura, no tanto cuando se pinta para salir en la noche), su piel es blanca, pero como de un mármol húmedo, como piel que se dora bien al broncearse. Negrísimos el cabello y las cejas. Al salir, estaba esperándome. Llevaba el cabello recogido en un moño alto. Un blue jean roto en las rodillas,una franela blanca,un collar de coral rojo y unas sandalias completaban el atuendo. Miento, lo completaba un frescor que soltaba su piel a mis ojos, que me hablaba con un perfume raro, algo que uno ha olvidado para recordarlo de golpe ante su cuerpo.
Me miró profundamente y me invitó a su casa. Me quedé en el sitio. Por supuesto que asentí. En el camino, no recuerdo mucho sino su perfume, un olor picante y penetrante, a sal, a viento de mar, a naranjas, madera, azafrán. Me llegaba por ondas, por silencios en que abría sus labios para hablarme del Pranayama, de cómo todo estaba en el respirar. Al llegar a su casa, me dijo que esperara en un sillón pequeño y cómodo. Los colores destacaban: el rojo, el anaranjado, el amarillo. Anaqueles con Budas y piezas hindúes inundaban el lugar, pero sin ostentación. Ellos sabían que estaban ahí, no necesitaban decirlo a gritos. El piso de madera cubierto por dos alfombras enormes. Pocas lámparas, solo tres y dos apagadas. Una cocina pequeña, olorosa a especies. Dos fotos de ella: una practicando Yoga, otra recibiendo una medalla con una bata blanca.Al final, un pequeño jardín lleno de muchas pero pequeñas jaulas con pájaros. Azules, blancos, negros, verdes. La casa era ella y su fragancia al salir con un Sari como la casa: rojo, anaranjado, amarillo consumiéndose cada color en el otro. Estaba descalza y con el cabello más recogido aún. Llevaba un collar de perlas negras y pulseras de metal gastado en muñecas y pies. Distinguí tres tatuajes: uno en el cuello, otro en la parte izquierda de la espalda y otro en el tobillo. Los tres, letras en sánscrito. Se acercó y empezó a besarme los ojos mientras soltaba los botones de la camisa. La tomé por la cintura para atraerla y riéndose me dijo: déjate guiar. Me desnudó y fue a la cocina. Regresó con una tapara de madera con un líquido adentro y una esponja. Me tomó de la mano y me llevó a una estancia escaleras abajo. Cinco velas grandes iluminaban el cuarto. Me acosté sobre el piso. Estaba caliente. Entre las rendijas de la amdera surgía un vapor con un suave olor a sándalo. Tomó la esponja y en cuclillas empezó a mojarme con el líquido tibio. Sentía que me picaba y relajaba a la vez. Comenzó por el pecho, luego mis brazos y abdomen, mi espalda y terminó en mis piernas y mi sexo. Desde que la vi salir del cuerto estaba erecto, pero al llegar la esponja a la punta del pene, creí reventar. Sentí que en cualquier momento iba a eyacular, pero ella comenzó a acariciarme los testículos con movimientos lentos, apretándolos y viéndome serena. Me calmé. igual hizo cuando empezó a desnudarse y vi su cuerpo entero. Otro tatuaje adornaba su vientre (era Krishna) y una cadena de oro rodeaba su cintura. Toda ella estaba bañada en un aceite brillante y oloroso. Acercó un cojín grande y lo puso detrás de mi cabeza, para luego sentarse en posición de loto sobre mi. La penetré. Puso sus pies debajo de mi espalda y empezó lentamente a subir y a bajar, sontenida por mis brazos. Su voz, dulce, se enronqueció y entrecortó, y repicaba con ecos por toda la habitación. Luego se acostó en posición de Cobra y me invitó a penetrarla otra vez. Lo hice con furia, ante lo cual me miró con compasión y me invitó a seguirle el ritmo a sus caderas, lentas y constantes. Luego, aún dentro de ella, adoptó la Halasana y me dijo que me detuviera. El silencio fue completo, solo se escuchaba la respiración de ella, la mía, y el canto coral de los pájaros. Así, fue recorriendo cada asana del Yoga conmigo. Cada vez que me veía de bruces contra la madera del piso, un susurro suyo, con esa voz suave pero honda, me devolvía el orden a mi cuerpo. Mordí sus pechos y su cuello, lamí su lengua y sus sexo. Penetré cada parte de su cuerpo y en algún momento, me desvanecí.
Volví en mi y estaba en el cuarto de una clínica. Estaba vestida con una bata blanca y una taza en la mano. Bebí de ella. Intenté moverme y no pude. "El golpe que te diste fue muy fuerte", me dijo antes de salir de la habitación. Mi cara fue de desconcierto al ver a mis compañeros de trabajo, a mi jefe, y a dos de mis clentes frecuentes. "¿Donde estoy?", dije. "En el hospital. El golpe que te diste al caer fue muy grande. La mujer a la que le cocinaste de último es doctora y te trajo. Claro, varios te acompañamos. Te volviste como loco. Dabas manotazos, ponías cara de delirio, agarrabas a la doctora mientras te ponía alcohol en la cabeza.La sobabas, intentabas besarla. Tuvo que hablarte pausado, como a un niño chiquito".
Lo único que hice entonces fue sumirme en silencio. Me negué a hacer comentario alguno.
En un viaje a Bombay,hace años, conseguí una imagen de una diosa hindú. Cada noche, al voler el dolor a la cabeza,en mi consecuente insomnio, prendo incienso a ella para calmarme.
No lo logro. La imagen es igual a ella:Una mujer que me sonríe alrededor de un olor denso, con un dejo de alcohol y mercuriocromo. La recuerdo y más bien el dolor aumenta. Meretriz mía, omphalos perfecto.

2 comentarios:

  1. extraordinariamente bien escrito. si sigues así, el libro ya está hecho, de estos textos punibles y apasionados.

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  2. ..... si yo tambien me cai... pero del techo de mi casa; no me llevo al hospital una doctora...sino que me tuve que parar yo mismo y caminar hasta mi habitacion por mis propios medios.....con relacion a los suenos eroticos que tuvistes, definitivamente tienes que tener algun problema; los varones generalmente no tenemos ese tipo de problemas....jajajjajajaj!!!!!

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