No
son pocos los que se han desvelado mirando las estrellas. Yo entiendo poco ese
desvelo, el trasnocho, la espera de las horas. Sé de los babilonios y de los
asirios, de los egipcios y romanos escrutando el cielo. Somos viejos en este
planeta.
Aquí
en mi lugar, todo es noche, nada brilla y sin embargo amanece.
Al
nacer, mis padres, leyendo las arenas en un puño, anunciaron un camino duro y
fructífero de años, solo. Y solo he vivido. No he encontrado compañera. Mis
días han sido iguales, mis hábitos lo mismo.
Tantas
historias que he escuchado sobre las estrellas, tantas predicciones. Las
pregonan los que viven afuera, cuando vienen de paso. Dicen que se acabará el
mundo. Dicen que todos moriremos. Que falta poco. Me han dejado escrito más de
una docena de horóscopos. Lo hacen cabizcabajos, viendo mi morada, la ausencia
de brillo en las cavidades de mi rostro.
Yo
entierro mis uñas en la arena, sin abrir los ojos. Mi única predicción, es que
la tierra será siempre tierra y no todos moriremos.
Soy
de los pocos que conoce, entonces, la esperanza de una compañera. Hay otros
solos que nunca llegarán a verla.
Nosotros,
los Topos, junto con algunas especies que nunca observamos las estrellas, que
no sabemos de zodíacos ni ascendentes, de trígonos o conjunciones, aprendimos
hace tiempo:
No
se puede esperar a alguien ni cavar en lo profundo, tan solo mirando a las
estrellas.
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