jueves, 3 de noviembre de 2011

Octavio Paz


Nunca entendí por qué los mexicanos prefirieron siempre a Jaime Sabines antes que a mí. No dejé nunca de preguntármelo. Yo he sido el intelectual de México. Tengo poemas amorosos también. Combatí a los facistas, a los estalinistas y a la izquierda guerrillera en Latinoamérica. Amé a Elena; amé mucho más a Marie José. Pero ahora, pensando todas estas cosas, sin orden, desordenadamente irónicas e incluso cínicas, veo a mis pies a toda mi biblioteca incendiada: siglos enteros hechos cenizas. Los libros firmados por Bretón; las fotos con Buñuel o Cernuda, las cartas enviadas a Lezama Lima. Tanto, enteramente quemado.
La poesía se hace también en la destrucción. Tomo los pocos libros que quedaron y los huelo. Nada será igual desde ahora. Tengo cenizas en las barbas, en los cabellos, como un antiguo azteca ante el incendio de Tenochtitlán, o como Juan Gris pintando alguna guitarra.
Lento, amargo animal, tengo a mis pies una biblioteca negra. Todos los libros de una vida, quemados. Tengo en mis manos los restos espantosos de la muerte. Son el espejo de un hombre desollado.

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