Para un
perseguido, para usted, sólo hay un lugar en el mundo, pero en ese lugar no se
vive. Es una isla.
La
invención de Morel
Adolfo Bioy Casares
Adolfo Bioy Casares
Ninguno de nuestros
sueños, ni la más tenebrosa de nuestras pesadillas, es superior a la suma total
de fracasos que componen nuestro destino. Siempre iremos más lejos que nuestra
más secreta esperanza, sólo que en sentido inverso, siguiendo la senda de los
que cantan sobre las cataratas, de los que miden su propio engaño con la sabia
medida del uso y del olvido.
Caravansary
Álvaro
Mutis
Anotaciones de Ismael
Da Silva alrededor de su estadía en la isla. El informe presenta
irregularidades, frases inconexas o incompletas, fragmentos en algunas partes. Hay
pocas reminiscencias de su pasado o juventud, sus actividades. Son,
esencialmente, notas y reflexiones, apuntes sobre el lugar en donde vivió en
sus afanes de nómada; sobre sus pobladores, animales, cultura. He tratado de
darle un orden cronológico, apenas adivinando. Lo conservo conmigo desde su
llegada al Finesterre. Me refiero al a sus transmisiones; desconocemos el
paradero de los demás documentos en que realizó grabaciones. De Da Silva,
informé claramente a mis superiores, no sabemos nada desde su salida de El
Dorado.
Domingo
Hacia el final de la tarde, después del infierno del
mediodía, Ismael Da Silva emprendió el viaje. De nuevo los desiertos, el
imperio del cactus, los estragos de la resolana. Intentaba cubrirse con un
sombrero de paja, y pisar lentamente para no desgastar más las alpargatas. Tenía
sed. El mediodía lo recibió cercano a un riachuelo, más el frescor de la lengua
desaparecía en cada cruce de caminos. ¿Cuál era este de los viajes? ¿El de los
largos caminos? ¿El de la Piragua por el gran río de los caimanes y las babas?
¿El de las altas montañas? ¿El viaje de los bosques de pinos? Probablemente el
mismo que lleva haciendo desde la destrucción de la tercera Santiago. Lo
asaltaban recuerdos como ráfagas: una mujer en una pantalla, el dolor de un
hijo, la carne de Leonor, una navaja. La luna se asomaba menguante, ya en una
esquina del cielo, transparente y callada. Era poco lo que quedaba de la tarde.
Al llegar a las playas, pudo tomar algunas uvas en sus ramas. Estaban agrias,
pero las engulló. Vio, lejana, la isla. Desierta, como carne desmembrada y sin
piel. Como espalda con latigazos. Un gran cerro, lejos, rodeado de mar. Unas
horas después, encendieron el Faro. Buena señal. La luz iluminaba buena parte
de este lado de la bahía. Salió a dar una vuelta por los alrededores de la
playa, teniendo cuidado, con la mano izquierda en la vaina del machete.
Recorrió dos antiguos fuertes, los exploró buscando agua y solo encontró
huesos, tinajas, retratos. Encontró una sala de máquinas, pero apenas
funcionaba. Intentó conectarse a algunas de las redes, pero fue imposible.
Desarmó un ordenador, un mamotreto de hace más de 15 años, y tomó algunas
piezas guardándolas en su bolso. Faltan pocas, pensó. Siguió andando hasta
llegar a una pequeña plaza y ahí descansó. Pasó la noche acostado a la sombra
del busto viejo de un poeta. Este también murió en el exilio. ¿Sería antes de
la orden dada a las Repúblicas? Quizás fue un pionero, uno de aquellos que
nunca supo lo que vendría. Alguien anterior al final.
Debo llegar a esa isla, pensó. Esperaría la mañana. Se encaramó
en una parabanda, e intentó dar cuerda al viejo reloj del Templo. Giraban las
agujas, pero no andaban solas. Cambiar las agujas del reloj, ¿Modifica el
tiempo? El mecanismo se detuvo quien sabe hace cuanto. La mecánica de las
cosas, pensaba, la mecánica de las cosas hizo que todo girara: Su fuga, sus
misiones, los cadáveres a su paso, el andar. Quizás, solo el andar.
magnífico...
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