sábado, 27 de junio de 2009

San Cristóbal, ciudad bisagra

Escribo sobre esta ciudad como viajero, no como uno de sus habitantes. La visión es distinta, la cotidianidad es distinta. Mis andares suelen ser en días llamados de asueto o fines de semana. San Cristóbal hace huella por la sencilla razón de que su huella se dilata, desplaza, metamorfosea. Ciudad frontera, ciudad limítrofe, comparte el mismo sino de otras como Venezia cuando la República, San Diego o San Antonio en los Estados Unidos, Niza. Toda la región en donde está ubicada recuerda, en términos geopolíticos, a regiones como Alsacia-Lorena o la frontera germano-checa. Ser ciudad frontera no es sencillo, y no todo poblado lo és: no lo és Santa Elena de Uairén, ni Tucupita, en el sur y el oriente del país, ni lo es Maracaibo. Los dos primeros son tierras de paso hacia el otro lado de la línea fronteriza, y en todo caso se pueden asemejar a San Antonio del Táchira. Y Maracaibo, además de ser una ciudad más grande, no limita con poblado importante alguno, sólo con pueblos de la Guajira (Santa Marta, por ejemplo, está lejos de la ciudad). Repito, no todo poblado es ciudad frontera, hacen falta diversos factores para que eso se pueda dar. El primero, ocurre cuando la frontera, más que una línea imaginaria, es otra ciudad, o ciudades: Cúcuta, Bucaramanga. El segundo, las culturas están interrelacionadas: a pesar de la presencia fuerte de la música vallenatera en Maracaibo (al igual que San Cristóbal), ésta no tiene la égida de Bogotá u otras ciudades de Colombia sobre sus espaldas. San Cristóbal se mueve entre la huella de Caracas, la de Bogotá y la propia. Es tradición que decenas de jóvenes sean enviados a estudiar en Pamplona, Bucaramanga, Bogotá, bien sea como internos en colegios católicos, o como estudiantes de carreras definidas. Ocurre más eso con ciudades colombianas que con ciudades venezolanas. Tercero, el comercio. La balanza comercial colombo-venezolana pasa en forma extraordinaria por la línea que va de San Cristóbal a Cúcuta, dandole primacía. El comercio, desde los tiempos de la Ruta de la Seda y las Cruzadas, marca los cambios entre los hombres. San Cristóbal se encuentra en esa encrucijada: la de ser ciudad bisagra.No es mi interés hacer una campaña turística de la región, ni una guía como la de Valentina Quintero. Hablo de San Cristóbal como espacio privilegiado para el pensamiento de ruta, para el "road book", para la reflexión en carretera. Ciudad melancólica y activa, educada y visceral, tiene sobre sus espaldas cualquier cantidad de prejuicios por parte de gente del Centro u otras regiones del país. Pocos conocen lo seductora que puede ser, la capacidad contemplativa en acción que puede desarrollar. A San Cristóbal no se viene a meditar, para eso vayan a un páramo en Mérida, beba vino de mora y fume monte. A San Cristóbal se viene rodar: se conoce la tercera dimensión que brota de su valle de casi mil metros de altura subiendo y bajando sus calles, recorriendo la Rotaria, las avenidas del centro, la autopista hacia Táriba. Se decanta en sus colas a mediodía alrededor del Don Bosco, aunque en nada semejantes a las barbaridades que puede uno transitar en las calles de Caracas. Se percibe en los cambios signficativos que va dando la ciudad, acordes con el tiempo (una ciudad en donde los relojes funcionan): el complejo Ferial, inexistente hace 50 años, el viaducto lleno de rejas, imposibilitando a los tradicionales suicidas su labor, El Sambil, Makro, el nuevo centro de compras Baratta.Para una ciudad fundada en 1561, en cincuenta años su fisonomía ha mutado. Digo mutado, pues los cambios acaecidos no han significado traumas tan fuertes como los ocurridos en Caracas, por ejemplo, en términos arquitectónicos. La ciudad, simplemente, en su afán de ir al paso exacto del tiempo, ha ido adaptando sus galas. Los vemos en los restaurants, sitios nocturnos, centros de estudio. La juventud llena sus calles, más no regenta. Sabe su lugar, su espacio en la ciudad, respeta. Si hay una explicación coherente de la palabra tradición, es esa: respeto. Nadie destruye los símbolos del pasado, los asume y los transforma en su memoria y su conciencia.Tradición y cambio, mutación y estabilidad. En ella se da un tiempo otro, un tercer espacio y tiempo entre fronteras y donde todo es misterio como la noche, pero en donde tanto es posible como en el día.

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