lunes, 14 de septiembre de 2009

La vigilia y el sueño

A Alejandro Oliveros

Respeto el pudor de las personas. Tengo conocidos, amistades, que prefieren el momento del sueño para hablar conmigo, para hacerme saber lo que quieren. Está una muchacha que, para mi desconcierto, me mira con un deseo furioso y dulce mientras me acerca sin complejos la longitud de su cuerpo. Gente del trabajo que bebe con uno. Amigos del liceo que me cuentan que ha sido de ellos. A veces se apilan en la entrada, a veces uno por uno. Pasa a veces que no llega nadie y me dejan seguir en lo más oscuro de mi sueño. This land will not comunicate, decía Auden, y entiendo desde la nostalgia de quien espera una epístola, alguna razón de aquellos que están tan lejos de hablarte sin complejos. Uno también lo hace: se pone sus disfraces y sale a velar a quienes anhela. Se llena de palabras y los rodea: para unos, conmovedoras; para otros, irónicas; para el resto, un intento de ser precisas. Pero nunca exactas como quisieras, nunca pertinentes, nunca concretas.
Hablar en sueños es hablar desde una bisagra: el contar lleva un camino de Argonauta y el delirio de Coleridge. Me gusta que aparezcan ellos, así, con grandes ropajes en la desnudez de mis complejos. Me siento menos solo. Me siento menos lejos de aquellos.
Acepto el pudor de las personas. Son bienvenidos en la ambigüedad de mis palabras, son bienvenidos en la inconstancia irresponsable de mis sueños. Que nunca condenan.

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