miércoles, 1 de septiembre de 2010

Línea 4 (2): Parque Central

Al empezar en la Línea 4, me llené de valor para afrontar lo que venía en el túnel. Nunca entendí por qué no busqué otro trabajo, preciosa. Las primeras veces, apenas en el 87, cuando me bajaba más blanco de lo que soy y entregaba el turno, me iba a buscar ron a cualquier barra antes de llegar a casa. Luego, un día, aparecieron unas pastillas en la sala de reposo, cuando iba a comer. Me sentaba en el mismo puesto siempre, ahí estaban. Una nota decía “Esto quita los fantasmas”. Las engullí. Eran dos siempre. Supuse que alguien viejo de la empresa, de los que inauguraron, del sindicato, me dejaba las pastillas. Los fantasmas no desaparecían en el túnel, sencillamente no me importaban. Era como si fueran una forma más de la luz. Con los años, supongo que el cuerpo se fue acostumbrando, sentía que perdían el efecto. Una vez dejé una nota que decía “más”, y al día siguiente tenía tres pastillas, ¿puedes creerlo? Pero esas también empezaron a perder su efecto. Y ahora, comenzando en esta nueva línea, apenas aparece una de vez en cuando. Hace dos meses me dejaron una nota “la crisis”, decía. ¿Qué bolas no? Me jodí, pensé inmediatamente. En esta Línea no he visto al primer espanto, pero sé que en cualquier momento aparecerá. Nunca faltan. No sé si podré soportarlo. Hoy me tomé un valium antes de salir de casa, y llevo otro guardado porsia las moscas. Tú me entiendes Aldonza. Me toca la hora del mediodía, lo que hace los tiempos más lentos, más cargados, más carajitos parando la puerta para entrar, más gente coleándose sin vergüenza, más musiquitos, enfermos, personas mayores. Los musiquitos acomodan el mediodía de algunos y a otros los encabronan. Los hay de todo tipo: guitarrita y temas de moda; arpa, cuatro y maracas; hiphoperos. La Cindy sin dientes se mudó hasta esta línea a ver cómo le va supongo. Sigue siendo la favorita de la fanaticada, suben videos suyos a yutube, ella hasta se entusiasma y piensa en un disco. Los enfermos no tienen fin, o los supuestos enfermos en muchos casos. Los vendedores son los más histéricos y gritones. Me ladillan los mediodías, pero por lo menos me entretienen, hacen que pase el tiempo más rápido.
Soy un hombre alto y delgado, para que sepas. Tengo algunas hermanas, que nunca se casaron, vagabundas, y un hermano muerto en un lance con la PTJ en los ochentas. Los malandros eran más, y lo acribillaron. Vivo, desde la muerte de Sofía, en una casa de alquiler por Puente Hierro, que comparto con una doña, una hija de una de mis hermanas y un italiano viejo que trabaja de barbero. En un anexo, vive un curita retirado, que fue confesor durante décadas en la parroquia Santa Rosalía de Palermo. Una vez intenté contarle lo que veía en el túnel, pero no entendía nada de lo que le decía, sólo hacía silencio y al final, antes de terminar de echarle el cuento incluso, me absolvió, me dijo que rezara tres avemarías y me despidió. Me quedé con todo el frío de los muertos adentro. No recé los avemarías. Cerca del Nuevo Circo hay una iglesia Evangélica y probé llegar hasta allá. Me recibieron. Me hicieron unos rezos, cantaron loas al Señor y me pidieron plata. Me arreché y me fui. Dejé la cosa de ese tamaño, no era cercano a verme con brujos ni santeros. Cargaría con mis fantasmas.
No recuerdo si de chamo veía aparecidos, Aldonza. La verdad que no. No sé a ciencia cierta cuando empecé a ver vainas. Creo que fue después de que me dieron de baja en la PTJ. Luego del encontronazo con los estudiantes de la Central. Los encapuchados eran una cosa seria, protestaban con horario incluso. No hacían más daño que suspender clases y trancar el tráfico. Pero hacia principios del 83, 84 de vez en cuando se ponían más violentos de lo que debían. Las veces que agarrábamos a algunos, cantaban que el grupo estaba conformado por varios grupos, que algunos eran violentos, que querían ver sangre, y sangre de tombos. No más de dos años después, hicimos un operativo. Le dimos con todo: peinillas, bombas lacrimógenas, agua, perdigones. Lloraban los coñitos. Pero de repente nos cayeron una docena por detrás, corriendo desde la avenida Victoria y nos agarraron desprevenidos. Yo conducía uno de los Jeeps, y tenía el brazo afuera. Me dieron un batazo que me lo fracturó en tres por lo menos. Con la fuerza que tenía, salí con el hierro y le eché tres plomazos al carajito ese. Los disparos se sucedieron. Hubo heridos, asfixiados por el gas. Detuvimos a varios. Reventó un peo grande: que si eran estudiantes, que nos iban a llevar a juicio por atentar contra los derechos humanos, que si tal. El hecho es que por esos años se acabaron las guerrillas urbanas; los encapuchados se lo tomaron más con soda de ahí en adelante. Y a mí, me anunciaron un ascenso, pero yo no podía con el muerto que cargaba encima. Tenía menos de veinticinco años seguro, casi la misma que tenía yo en ese tiempo. Era apenas un nuevo, reaccioné mal, se me fueron los tiempos. No aguanté esa vaina y dejé la PTJ. Además, el brazo me quedó jodido. Rodrigo siguió un tiempo más, a él si le gustaba mucho eso. Lo mandaron a Israel a hacer cursos incluso. Unos malandros se lo echaron encima en un operativo, mal hecho por supuesto, con el grupo Lince. Resultó mal chama. Quedó guindando de la soga de rapel, con la boca abierta y girando en el aire, como un muñeco de trapo.
Empecé a beber y a meterme vainas recién salido del cuerpo. Durante dos años estuve de cobrador de impuestos para la Alcaldía y me adjudicaron zonas lejanas de la ciudad. Me convertí en el tipo más detestado del Paraíso y Montalbán, por ejemplo. Todavía hoy me ven feo si paso por Caricuao. Apenas en la Católica me podían ver. Un día una gente del Pedagógico me reconoció en la calle, por fotos que tenían de un trabajo sobre los estudiantes en esa década, y dieron un mal pitazo a la Alcaldía. Me botaron. Los ahorros que tenía para irme a vivir a Florida, donde sé que los venezolanos estaban haciendo real, incluso luego del viernes negro, se me fueron en tratar de estirarlos sin fin. Pasé roncha, pero Sofía aguantaba y como trabajaba por su cuenta vendiendo cualquier vaina, sobrevivimos. Todavía vivíamos por Sabana Grande. Al llegar el bombazo de que Pedro venía en la barriga, me cagué, chama. Sofía y yo nos habíamos casado de 20 años, yo ya estaba en la PTJ de estudiante y me soltaban unos reales, así que me envalentoné y me la llevé a vivir conmigo. Para quedar bien con su viejo, me casé con ella al año. Y pensábamos aguantar full la llegada del chamo, cuando tuviéramos algo propio, pero eso no llegaba y nada, la preñé. Las cosas cambiaron drásticamente con eso. Metí papeles en el Metro, con una palanca de dos ex-compañeros de la PTJ que trabajaban en el departamento de Seguridad y hubo suerte. Pero los cargos que había eran de Operadores, conductores de Metro. Qué más, acepté, venía un chamo y la vaina estaba jodida. Además, no me ponían peros por el brazo jodido. Por ahí conocí a Sancho, que se hizo mi amigo casi enseguida.
Años después de comenzar en la chamba nueva, Sofía empieza a sentirse mal y un día va al médico. Cáncer de pecho. Nos dio en la madre eso, a Pedro y a mí. En menos de cuatro meses se puso chiquitica, se la cayó el pelo, Aldonza. No aguantó mucho la quimio, los médicos decían que no valía la pena ni siquiera extirparle el pecho. Nada, se nos murió. Pedro estaba ya grandecito, y entre mi trabajo, y unos tigres que estaba matando para terminar de pagar la plata que me prestaron para el entierro, se me echó a perder: se jubilaba del colegio, se juntó mal, robaba reproductores de carro, celulares. Un día me lo llevaron unos panas de la policía y me dijeron que lo moliera a palos, que se me iba a salir por la tangente el chamo, que no lo perdonarían la próxima vez. Nada de lo que hice resultó, mi reina, y cada vez que levantaba la correa para cuerearlo, no podía dejar de ver al chamo que lloriqueaba cuando viajaba conmigo en el Metro. Nada pude hacer, lo dejé andar, lo alimentaba y dormía en la casa, trataba de hablar con él. No sirvió de nada. Un domingo ya tenía cuatro días fuera de casa y el lunes, al volver de mi turno, no estaban sus cosas en el cuarto. Lo llamé al celular, le mandé correos, sin respuesta. No lo vi más.

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