sábado, 4 de septiembre de 2010

Línea 4 (4): Teatros

La estación bullía de gente: limosneros, enfermos falsos, músicos que lloraban, personas mayores alteradas pero serenas, estudiantes molestos, policías de todo tipo. Yo pensaba en ti, viéndome desde la cabina del conductor, y reclamándome mi labor con tus ojos airados. Pensaba en tu belleza, en tu piel tan tersa, en los años juntos. Entré a la cabina y te miré, te tomé en las manos y entendí el mensaje. Me fui caminando poco a poco hacia atrás de la estación. Sancho empezó a mirarme. Con el rostro y los ojos opacos, me decía “no lo hagas”. Me hice el loco. Llegando al final, tropecé con un estudiante. Me vio las intenciones. Sin pensarlo volteó hacia un tombo, le quitó el radio y me lo entregó. Llegó Sancho. Con rabia me dijo: “avísanos de todo y te iremos a rescatar. ¡Que la peña de Francia te acompañe guevón!”. Y entré en la cueva.
Iba dándole señales al estudiante y a Sancho, pero a partir de un momento me quedé sin señal y la linterna dejó de emitir luz alguna. Me sumí en la oscuridad. Me envolvió la cueva. Sin razón alguna, sin entenderlo siquiera, de esas formas estúpidas en las que llegan los recuerdos, vino a mi mente el nombre Pedro. Y una ansiedad enferma. Eso fue todo.
Serían dos días aproximadamente cuando salí del túnel. Sancho me recibió del otro lado, con un abrazo que nunca me había dado. Sí, me abrazó, Aldonza, quién lo diría. El estudiante estaba contento. Ya no había tanta gente como antes de entrar en la estación. No sabía muy bien por qué. “¿en qué demonios te metiste?, pensé que te habíamos perdido. Te radiábamos y tú nada que respondías”. El estudiante me comentó lo mismo. “Estuviste más de dos horas allá adentro”. Ahí me quedé en el sitio Aldonza. Pensé que llevaba mucho más tiempo adentro, más de un día. Se los hice saber. Me miraron raro y lo negaron. En fin, me dispuse a contarles lo que vi e hice:
“Sentí, al rato de entrar, envuelto en la oscuridad, que me había perdido. Entonces vi muy cerca un espacio un poco más iluminado. Pensé que sería un espacio para colocar cosas, cuando reparan las vías, digo. No conozco esa dinámica en la empresa, es otro departamento. Los escuchaba hablar por el radio, pero no me escuchaban por lo que veía. Me senté, recostado del hueco ese. Y me quedé dormido. Me desperté en pleno Parque El Calvario, hermoso, luego de que lo arreglaron. Me restregaba los ojos, pensándome dormido, soñando, pero no fue así. Vi al fondo, en la pequeña capilla que hay, una puerta abrirse, y vi salir de ahí a un venerable anciano, vestido de verde, con una extraña gorra y una barba larga y cana. Llevaba un rosario en la mano. Quedé admirado. Llegó hasta donde estaba y lo primero que hizo fue abrazarme. “tiempo sin verte Alonso, tiempo sin verte. Desde los años de la PTJ. Vente, yo soy Montesinos, un pana de Sancho que desapareció en la construcción. Soy el conserje de la capilla, le cuido las vainas al cura. Ven para mostrarte”. Entramos adentro, y vimos los restos de la reconstrucción de la capilla, y algunas huellas de los tiempos en que la hicieron. Cerca del altar, había dos tumbas. “Esta es la tumba de Rodrigo, tu hermano”. Lo miré fijo a los ojos. “Y esta es la tumba del chamo que mataste cuando el operativo”. Mis ojos bajaron entonces. “Hice una promesa de mostrarte las tumbas y decirte que son muertes que necesitan ser vengadas. Pero como una la hiciste tu, es tu culpa, debes pagar una promesa para liberar el alma del muerto”. “Bien”, le dije, “¿pero y la de mi hermano?”.” Esa tendrás que dejársela al tiempo”, me respondió. “Y ese tiempo no ha llegado todavía”. Entonces vimos salir del despacho de cura, supongo, a dos mujeres con paños en la cabeza y vestidas de blanco. “¿Ellas quiénes son?”, le pregunté. “Eran las mujeres de los muertos. Están pagando promesa de no salir de la capilla, de atenderla, mientras tú vas pagando la tuya y te preparas para conseguir al tipo que debe pagar la de tu hermano”. Luego me dijo lo que debía hacer. La mayor de las mujeres lanzaron unos caracoles en un cuenco y emitieron unas palabras en Yoruba (eso me lo dijo Montesinos). Mientras hacían su labor, el tipo me dijo que ellas son más bellas que Aldonza, la mujer más divina del barrio en donde vivo. Me arrecho. Le aclaro que mujer más buena que la mía no hay, y que se deje de pendejeras. Me pide disculpas y cuando va a continuar las mujeres me dicen unas cifras, un par de direcciones y me dan una llave. Y entonces desperté y me vi camino hacia ustedes, hacia la salida del túnel, hacia la luz en donde me esperaba tu cara de asustado Sancho”.
Sancho no me creyó nada, Aldonza. Me dijo que esas fueron las pepas que me metía, que me volé la cabeza contra algo, me desmayé y deliré. El estudiante quería saber más del cuento, pero no se veía convencido tampoco. Me resigné y bajé los hombros. Con angustia, empecé a llorar.” No pude llegar nunca donde los muchachos”, le dije a Sancho. “. El comando de la policía entró y listo. El gobierno se desmarcó de las acciones de la ETA. Levanté los cuerpos, limpié la vaina y ya”. No podía creerle nada. Me negué. “¿Y los gigantes? Hizo silencio. “tú lo que necesitas es una buena papa y unas birras chamo. Vamos que te brindo”.
Me fui con Sancho y el estudiante se pegó. Nos llegamos por Sabana Grande. Luego Sancho, en el camino a casa, pues insistió en acompañarme, me dijo que debería tomar vacaciones, que él tiene cuadrada una casita por Los Caracas, Teresa quiere salir y la carajita también, que me fuera con ellos. Le dije que le avisaba. No lo he hecho, hasta ahora.
Días después, pude ver por el cable a la Cindy sin dientes dando declaraciones en un programa de entrevistas. Contaba su versión de los hechos. Nada de lo que decía coincidía con lo que yo pude vivir en carne propia. Pero no importa Aldonza, yo sé que los terroristas siguen por ahí. Ellos tienen secuestrado a Pedro. Me lo susurró una de las mujeres de la cueva. Tengo la llave del lugar en donde lo tienen, la dirección en donde está él y el jefe de la ETA en Venezuela y las cantidades de dinero que manejan con las FARC para mantener sus negocios aquí. Aquí, en este bolsito Aldonza, tengo el hierro. Cuando entregue el turno salgo a buscar a los malditos esos. Me van a devolver a mi hijo. Me las van a pagar todas. Yo liberaré el alma de ese muchacho, el que maté sin querer, el que me pesa tanto adentro. Luego iré por los de Rodrigo, esa es la otra dirección que me entregaron. Tendré que esperar un par de meses para ese. Te guardo en mi bolsillo Aldonza, esta vez te vienes conmigo para que veas todo. Ya verá la Cindy sin dientes quien es el señor de esta historia. Ya verá Sancho que yo si tengo pantalones, y si le digo que vi gigantes con máscaras de gas es porque los vi. Ya verán mis vecinos cuando aparezca yo, Caballero de la Triste Figura, mensajero de los espectros del Metro, en la tele. Te mostraré ante el mundo, Aldonza, aunque crean ver en ti solo una muñeca que mueve la cabeza.

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