Domingo, hora Sexta.
Me encontraron. Destruyeron la tableta. Lo último que
pude ver fue que estaban falsificando mi voz con otros datos, distintos a los
que suministré yo. El lenguaje no es el mío, pero ellos lo suponen. Sé que
pondrán a correr esa información en las redes y llegará hasta los nuestros.
Hasta que no llegue el walkman, si llega, o si Seamus logra enviarle a Leonor
la otra tableta, nadie conocerá la verdad de las islas en esta zona del
planeta. Mientras, me dijeron sardónicamente que mi informe correrá, comenzando
por mi llegada a Araya. Ya encontraron a un narrador. Lo hará en tercera
persona. Lo llaman, con mucha ironía, su Homero.
Me dicen que seré enviado a la cárcel de Siberia, en el antiguo
Táchira, al borde del lago en donde enterraron hace décadas un pueblo. Ahí, en
el fondo del lago, construyeron la cárcel.
Me dicen, sonrientes, que me esperan amigos allá.
Se acercan con una vara eléctrica hasta mí, poco a poco,
sin apurarse. Cierro los ojos y aprieto los dientes.
Domingo, hora Nona.
¿Quién soy yo? Lo último que recuerdo, es un busto en
Araya, algo más.
¿Qué son esas voces que oigo en mi cabeza? ¿Quién es
Leonor?, ¿Quién es Candela?
Solo veo apenas el sol y algún albatros. Mi cuerpo
tiembla sin que pueda controlarlo. Siento ardor. Escupo sangre.
Ahí vienen. Oigo, constantemente, solo gritos
desesperados dentro de mi cabeza, que se identifican con ese nombre: Leonor.
Nota: final sugerido por
nuestros superiores para Ismael Da Silva, que presumimos morirá en Siberia:
Mientras abordaba el
tablón, después pudo ver la cruz oxidada al principio del lago, toda negro y
musgo, y el fondo granate que aportaba la tarde al claroscuro del valle. Desde
la celda la veía, y ahora, en su hora final,
la contemplaba.
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