jueves, 13 de agosto de 2009

Bajo el signo de Proteo

Lo que cambia, se sostiene en lo que goza: en el olor del café recién colado, en la fruta que entera se devora van girando los deseos, pasan entre el silencio de la siesta y bordean la hilera de recuerdos que se acercan cautelosos, casi inciertos.
¿Quién pudiera deslastrase la memoria, esconderla mientras se contenta en sus mentiras?
¿A quién no le invade el olor de un cuerpo gozado?, ¿A quién no le vuelven las ansias?
La paz se pide por instantes, no se retiene: que se acerquen los recuerdos, que piquen esta calma y que la hinchen, que alboroten la sala repleta de voces, la cama con sábanas nuevas, olvidando la calma aunque pensemos olvidarla, desatándonos la paz aunque pensemos retenerla.
La memoria también es casa que se cae y se levanta y los deseos frágiles pilares de esa casa. Aparezcan entonces todos los tiempos: abro las puertas y dejo pasar el río y sus olores y sus piedras: que sean ellos desgaste en los pilares, desgaste del olvido, suceso que avive los deseos.
¿Qué será el amor en sus final o su principio?, ¿Qué hacer con la memoria llena de deseos?, ¿Con los días que llegan como río desbordado y en su afán, derriba cercas y casas malamente construidas?
Batallas que llegan por instantes y no se retienen, mujer y su recuerdo escondido en el olvido, anhelo de tu cuerpo en este invierno

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