domingo, 13 de mayo de 2012

Diario de Ismael Da Silva (II)


Lunes, hora Tercia.
Al desembarcar en la isla, escuché extraños cánticos, voces. Semejantes al predicar del poseso, decenas de mujeres y hombres reunidos al final de la plaza entonaban sus cantos, extendiendo las manos hacia mí. Caminé, empapado y con el salitre comiéndome los ojos, hacia ellos. Vestían de lana. Al llegar cerca de la gente, pensando que me recibían, les extendí también las manos. No hubo respuesta. No me miraban. Miraban al sol y al mar. No era a mí a quién recibían. Era a la tormenta que se anunciaba con sus truenos. Eso era. Imitaban el ulular del viento las mujeres y los hombres, el tronar. Ridículo, avancé entre ellos. Parecía más bien que rezaban. Atrás, mesas enormes con restos del bocado de la mañana. Quedé estupefacto. Estas mujeres, estos hombres, no cantaban ni rezaban: Eructaban y pedorreaban libremente al borde del mar.


Lunes, hora Sexta.
Fui recibido por las mujeres de la ciudad más cercana a la costa. Visten de lana, como ya dije,  pero de una contextura más cruda. Son amables, pero se nota que les faltan maneras. Sonríen mucho, y se miran entre ellas. La belleza no es ajena a sus rostros, pero es en sus cuerpos en donde reposa una turbiedad aplastante. Hay altas de cabellos oscuros y claros ojos, con una piel elástica que se extiende hasta las nalgas en su andar. Mujeres bajas, rubias, de anchas caderas, de pechos robustos y sonrisa sardónica. La mayor parte son morenas, de lisos o rizados cabellos, pies anchos, rodillas romas, espaldas anchas, brazos enclenques. Estas eran las líderes. Me preguntaron por mi oficio, nunca de donde provenía. Miraron mi entrepierna sin curiosidad y se mofaron de mis barbas. Me pidieron que caminara arriba y abajo del camino, y me observaban silentes. Hay carne, dijeron algunas, y me dejaron pasar, invitándome a la ciudad a la izquierda de las cercas, más allá de los sembradíos.
Allá me esperaban, me dijeron. Se adelantaron. Me hicieron esclavo apenas al llegar.



 Viernes, Maitines.
No tengo claro que me hizo cruzar hasta acá desde la costa, desde el Castillo de Araya (apenas llegué, volví a activar la cámara roja, escondida detrás de mi ojo izquierdo. Debía registrar todo, como me pidieron. Leonor me confirmó que recibía la señal). Es un curioso lugar, como no he visto en ninguna de mis excursiones, aunque hay espacios que me traen recuerdos a los que no logro ponerle nombre. Las ciudades en la isla se componen de similitudes. Fuera de algún que otro rasgo, determinado esencialmente por las actividades que en cada poblado se practiquen, todo es igual: una línea de corte clásico en los edificios, que va mutando según su importancia. Los edificios mayores, las iglesias, presentan particularidades barrocas y, en algunos casos, como las sedes del gobierno, casi rococó. Hay puentes que interconectan los ríos, y estos con el mar. Al no ser demasiado grande la isla, hace de ellos un espectáculo semejante a patas de araña aplanadas. Las canalizaciones del agua son pocas. No abundan. Los habitantes deben ir con grandes y pesadas tinajas a buscarla. Luego, si son hombres, las cargan entre dos o tres; si son mujeres, apelan a una extraña criatura, que nunca he visto. Después de cruzar las ruinas de lo que parece una antigua muralla con algunos baluartes en pie, uno se encuentra con un foso. Ahí almacenan el agua. Las calles hasta él, como todas las demás, están llenas de huecos, de baches y en algunos casos, han colocado una suerte de pequeños puentes con viejos cocoteros para cruzar de un lado a otro. Desconozco por qué no han arreglado las calles, teniendo, según me dicen los que me ofrecieron habitación por un pago futuro, materiales suficientes para arreglarlas. No lo entiendo. También me cuesta entender el predominio de la fiesta, habiendo tanto que hacer. El calendario en los espacios para comer que hay en la ciudad, que son públicos y de acceso a cualquiera, está lleno de celebraciones varias, que van desde lo más lógico a lo más descabellado. Por ejemplo: fiesta del sol, fiesta de la lluvia, fiesta de la sequía, fiesta del pollo, fiesta de la fiesta, fiesta del juego nacional (hay juegos nacionales, de la ciudad y de cada casa, con sus variaciones), fiesta de la abeja, fiesta de la noche, fiesta de la cebolla, y así infinitas veces. Este pequeño listado no incluye las celebraciones religiosas.
Las calles son anchas pero de difícil tránsito, por sus baches, troneras y basura por doquier, como ya dije. Las casas son de factura diversa, superpuestas unas sobre otras, y si bien poseen espacios para jardines al frente de las mismas y en la parte de atrás, este no es cultivado; por tanto, hace imperio la maleza. Las puertas tienen múltiples llaves, que comprenden cerrojos diversos. Abrir las puertas puede llevar un cuarto de hora, con facilidad. No explican por qué, sencillamente dicen que así les entregaron las casas. Aparentemente, estas son asignadas por sorteo cada tanto tiempo, no son privadas. No hay queja en cuanto a esto, pues los amigos o familiares en cargos públicos se encargan de facilitarles siempre una más adecentada. Solo los tontos, según los testimonios de los lugareños, se quedan siempre con los peores lugares.
Es extraña esta gente, en sus excéntricas actividades. No les temo, me he presentado a ellos y veo que dominan el español, además de otras lenguas según pude verificar al mediodía, cerca del mercado, en donde uno suele enterarse de todo en cualquier parte del globo. Pero aún así, mantengo distancia. Ya conocer a las autoridades de la primera ciudad luego de mi llegada, me llenó de suspicacias.
Son hombres distintos estos, en muchos ámbitos; además, a pesar de su fortaleza, la vejez no ayuda. Pero los une aquello que me terminó de abrir los ojos: la casta sacerdotal. La isla pertenece a la república de León, que limita al sur con Abreu Lima, al oeste con los Andes y Welserland, y al norte con Icaria y Lousiana. Conozco bien esta República, porque me crié en la ciudad de Santiago tercera, Santiago de León, como la conocen los lugareños. Cubre casi todo el centro-norte de Suramérica, la isla de la Española, Borínquen, Cuba y la península de la Florida. En esta República, la casta sacerdotal fue forjándose el poder desde hace más de doscientos años. Luego de la independencia, todo tomó el camino pensado: bajo la égida de Rodríguez y Vargas, se hicieron reformas necesarias que luego cambiaron cuando las castas se hicieron fuertes con el pasar de las décadas.  Después de la guerra de los cincuenta años, terminaron tomando las riendas quienes actualmente la gobiernan. Son formas gubernamentales complejas, de un barroquismo sin igual. Se sostiene en una forma igualitaria de gobierno, pero este lo regentan aquellos pertenecientes a las castas superiores. Hay una envidia latente, que no deja avanzar a nadie hacia mejoras sustanciales en casi ningún ámbito. Se celebran entre ellos, pero sólo mientras permanecen iguales. Es una batalla velada lo que he podido ver aquí. Ni en los lugares más inicuos por donde he transitado, he visto algo semejante. Son un pueblo desgraciado.  
La isla se encuentra entre Cubagua y la isla La Tortuga, y ha heredado mucho de sus antiguos pobladores.
No hay capital real aquí. La antigua, fue sepultada por un terrible terremoto hace siglos. La nueva, también hace unos ciento cincuenta años. Abraxa la llamaban.

1 comentario:

  1. "Hay una envidia latente, que no deja avanzar a nadie hacia mejoras sustanciales en casi ningún ámbito. Se celebran entre ellos, pero sólo mientras permanecen iguales"

    ¡Este párrafo es genial!

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