domingo, 7 de junio de 2009

José Bergamín, apátrida

89 vueltas a la tierra llevó Bergamín sobre sus espaldas. Hijo de comunista y madre católica, es quizás una de las figuras más raras de España, como lo son Gómez de la Serna y sus Greguerías, aforismos y frases y sentencias; Max Aub y sus cuatro suelos en donde pisar: alemán, francés, español y mexicano; Jorge Semprún, exiliado por razones propias a la lengua francesa, como Beckett; o Luis Cernuda, andaluz homosexual, anglófilo y brillante. Bergamín es de esos temples incatalogables, a quienes la crítica literaria llega a huirle por no poder colocarle un cartel que lo identifique: fue ensayista, poeta, editor, cronista taurino, hombre cercano al aforismo, dramaturgo, activista político. Fundador de Cruz y Raya, una de las revistas más importantes de España y emblema de la generación del 27 (a la que le gustaba llamar Generación Republicana), se encargó con vehemencia de publicar a los principales escritores de españoles de su tiempo. Comunista acérrimo, católico convencido, nunca tuvo miedo de sus contradicciones. Hizo de España el centro del Congreso Internacional de Escritores Antifacistas, ese fracaso en donde Stephen Spender comenzó a blanquear sus cabellos y tantos sus esperanzas.
Bergamín vivió exiliado a partir del triunfo de Franco en México, Venezuela, Uruguay y Francia. Volvió en dos ocasiones a España, en donde siempre era perseguido y vilipendiado por su constante conspiración política. Bergamín terminó, en su radicalismo político, afiliándose a Herri Batasuna y autoexiliándose en el País Vasco en donde decidió morir con la decisión de ser enterrado en Fuenterrabía, con este verso en la boca:

Fui peregrino en mi patria desde que nací
Y fue en todos los tiempos que ella viví,
Y por eso sigo siéndolo ahora y aquí
Peregrino de una España que ya no está en mí.
Y no quisiera morirme aquí y ahora
Para no darle a mis huesos tierra española.

Su sequedad, ese amor por la tierra que se hace odio y convive en el pecho, es similar al que sintió Cernuda. Hombres de talante religioso, vivieron su pathos de españoles hasta el fin.
En su estadía por Venezuela, que duró un año, 1946, dictó cursos en la Universidad Central y en el Pedagógico. Renunció por considerar el nivel de sus alumnos demasiado bajo y se marchó a Montevideo.
Bergamín fue de esos artistas a quienes el alma se les salía por la boca y al verla en el piso, no dudaban en pisarla. La recogían luego y la guardaban en algún bolsillo del abrigo para coserla de madrugada.
De sus libros, aparte de De una España peregrina, y Aforística y epigramática 1935-1981, conservo los de toros, en especial La claridad del toreo. Me enseñan a entender el elemento salvaje en nosotros, cuan cercanos estamos a los hombres y mujeres de Altamira. La escritura de Bergamín es la de un estilista puro y refinado, elegante. No precisamente como la vida lo trató, en especial España, ni como él trató, en los excesos de sus acciones, a ella.
Bergamín no fue un hombre como Juan Goytisolo, tan poco español, con casi nada de ella en sus hombros o páginas. Llevaba a España como su cruz y la separó de él a punta de cuchilladas, siendo también la mayor de sus pasiones desoladas.
Era un hombre astillado, como tantos del siglo XX, tantos que no supieron leer bien su partitura.
Fue uno más que tomó en sus manos un puñado de su tierra, y se dedicó a rabiarla. Y a amarla sin cuidados.

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