lunes, 6 de julio de 2009

La polis, la sala y la Academia: crítica de las humanidades

Rafael Cadenas, en su libro "En torno al lenguaje", muestra dos visiones que los escritores han tratado de mantener en el tiempo casi como premisas: la primera la sostiene Oscar Wilde, es aquella del "arte por el arte", la que sostiene que la escritura no tiene ningún fin útil en términos de sociedad. La segunda la promovió Emile Zola, y es la contraria: el artista tiene una función social, debe contribuír con cambios en la sociedad. La primera fue heredada por aquellos que ven la política con expresión de asco; la segunda ese error histórico que fue la "literatura comprometida". Ambas son visiones de su tiempo y nacen a partir de la Revolución francesa. Han tenido sus variantes de izquierda (hippies, etc) y de derecha (los edecanes de Gómez, por ejemplo). Ambas han fracasado porque son incompletas. Más allá de ello, vivimos un tiempo en que esa dinámica se ve sostenida por un mal de la memoria: la fama. Somos parte de una cultura pop mundial. El cadáver del Che Guevara fotografiado y asumido como "un cristo bajado de la cruz", o su posterior difusión global a través de estampados de su rostro en franelas (por lo que alguien recibe un beneficio económico) es un claro síntoma. La imagen convertida en herramienta publicitaria política se ha hecho tradición. Fernando Pessoa hizo la publicidad de la Coca-Cola en Portugal cuando llegó esta bebida por primera vez allá. Maiakovski diseñaba los afiches de la Revolución Rusa. Y así hasta hoy.La segunda versión de la fama, la encontramos en el símbolo mal interpretado, y nuestra perpectiva favorita es, por supuesto, el héroe. Su representación mayor la encontramos en la idealización excesiva de hombres y mujeres. Los mayores colaboradores han sido los gobiernos militares, desde Guzmán Blanco hasta el que nos tiraniza hoy. No entiendo por qué se debe representar a un indígena que batalló por sus tierras en tiempos de la Conquista y la Colonia como si fuese un fisicoculturista. Tampoco por qué Bolívar es el mayor de los románticos (fue un romántico, pero esa imagen que asemeja a Bolívar con Lord Byron es falsa). No es distinto con las mujeres. Han sido desterradas de nuestra historia por demasiado tiempo, pero su idealización no contribuye a otorgarle espacios cada vez mayores en la sociedad: una mujer es un ser humano. La visión de la mujer como si fuera la Beatriz de Dante o la Laura de Petrarca contribuye en todo menos en acercarla a tierra. La idealización de ella es para mi uno de los mayores crímenes que hemos cometido contra la feminidad. Las mujeres son tierra, sentido común, naturaleza. Cuando en nuestra sociedad procurarmos enaltecerlas constantemente como heroínas, las estamos elevando a niveles en donde su emulación se hace difícil. Son lo suficientemente bravas e inteligentes las venezolanas para que además las convirtamos en una estatua que adorar (como la Julieta en Verona, con un seno desgastado por el manoseo de tantos años. No podemos permitir eso: que una mujer sea algo donde posar, sobar y tomarse una foto). Mucho enaltecer aleja de la realidad. Hace años pude corregir la redacción y la bibliografía de una tesis de Doctorado en Mercadeo de la Universidad Complutense de Madrid. En ella se demostraba por encuestas que, de los países más poblados de latinoamérica, las mujeres más emprendedoras eran las venezolanas. Eso es lo real: no detenerse a pesar de los obstáculos, poder hacer tantas cosas y, ante todo, asumir tantas responsabilidades sin perder la batalla. En la misma encuestra nos muestran a los hombres venezolanos como los menos emprendedores de las cinco países. El venezolano pasó por un proceso fuerte desde el siglo XiX al XX: dejar de ser un hombre épico para convertirse en un hombre cívico. No lo hemos logrado realmente. Pasamos de la épica de la guerra a ser hombres trágicos: no saber ser hombres sin guerra, es decir, sin armas, salir de casa por largos períodos de tiempo, tener amantes sin que nos lo critiquen (imagínense, están en la guerra, se sienten solos, etc) y tanto más. La tragedia de la masculidad venezolana radica (entre múltiples cosas, apenas esbozo una) en la incapacidad de transplantar el Eros creador a los espacios de la cotidianidad. Sí, no todos; sí, muchos lo hacen y lo han hecho, pero aún así creo que es insuficiente.He hablado de la imagen y el símbolo que podemos tener de las cosas. Veo que en el ámbito del estudio de las humanidades ambas cosas privilegian por encima de la realidad. Nos cuesta entender que lo que hacemos en la Academia (el trabajo intelectual colectivo, o con fines colectivos) y en la Sala (el trabajo individual) va unido a la Polis. No es sólo que la sociedad ha reducido los espacios de las humanidades (lo vemos en el bachillerato, cuando se identifica con su "poca practividad") por razones de tipo laboral y practico, también es que persiste el atrincheramiento de los humanistas en su reducto. Ayer asistí a una marcha en donde la representación de las carreras humanísticas fue pobre, superada sobremanera por las carreras científicas. Nos cuesta entender que la acción (¿no trabajamos con la palabra?) no está reñida con la reflexión. Todo lo contrario. Invito a conocer y seguir ejemplos: los estudiantes del 28 y la generación del 58 también. Los intelectuales demócratas asociados a ellas: Briceño Iragorry, Picón Salas, Gallegos, Consalvi. Incluso los gestores de la guerrilla tenían su centro en las humanidades, en el pensamiento humanístico. Hablo de ejemplo, no de imágenes o símbolos que interpretar. La única interpretación es que esos estudiantes llevaron cárcel por lo que creían, que no estaban supeditados por la construcción de la utopía comunista: se centraban en la construcción de lo real, en el cambio de la realidad, en la apertura a nuevas visiones. Fueron hombres y mujeres fundadores de nación. Lo que debemos entender es que ese proceso fundador no ha terminado. Se debe continuar lo logrado y abrir nuevos caminos, no tomar lo bueno que otros han hecho y ponerles el cartelito de "embargado", "tomado", "secuestrado", que es el fin de este gobierno: el pillaje, la incapacidad de gestar, la ausencia de Eros.La Academia tiene su lugar en la polis: formar jóvenes que transformen la sociedad, no que se conformen solamente con verla a través de los libros, las películas, las fotografías y de las acciones ficcionales o no de seres del pasado. Creo que debemos hacer de la polis nuestra sala y de la polis, nuestra Academia. Octavio Paz escribió poco antes de morir que, a partir de la Revolución Francesa, en la sociedad moderna la derecha tomó la bandera de la libertad y la izquierda la de la igualdad. A todos se les olvidó la fraternidad. Mariano Picón Salas exhortaba a los intelectuales de los años treinta a construír esa fraternidad en un país. Hizo muchas cosas, otras quedan por hacerse. Que nuestras lecturas, nuestro acercamiento a las diversas artes nos acerque también a ese mundo representado, a esa realidad que puede modificarse. Lo enseña Dickens, lo enseña Victor Hugo, lo enseñan tantos. La ciencia tiene su lugar establecido en el mundo, a pesar de que en nuestro país aún esté relegado. Las humanidades pierden espacio y tratan de declararse ciencias para sobrevivir. Ambas se resumen en conocimientos y saberes necesarios para la vida y ante todo para el vivir en la polis, para contruír y transformar la realidad de esa polis. No propongo seguir la línea de Zola. Propongo seguir la línea de lo que los libros y el arte promueven siempre: la invitación a soñar, la invasión de lo ficcional como elemento transformador de las cosas, como el Eros que construye y hace ciudad. Que aquello que aprendas rinda frutos no solo para ti, también para otros. Puedo sonar iluso, no importa, tengo hombres y mujeres ejemplares que me enseñan (no que me inspiran por idealización) que no estoy tan equivocado. Creo en la capacidad que otorga la imaginación de construír realidad:de hacer con la ideas, no con el idealismo, una mayor Sala para la ciudad, llena de bibliotecas y museos donde transformarnos en términos creativos y concretos, no en términos de destrucción y quema de libros, de reducción de los espacios que tenemos.

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