lunes, 6 de julio de 2009

Pink Floyd en Caracas

Salimos de El Rosal, Javier, Fleján, la Romero y yo. Salimos en V: Salvador y la Pao hacia el carro de ella estacionado en El Lido, a poner gasolina, sacar efectivo del cajero, comprar cigarrillos; Javier y yo hacia su camioneta parada en la calle, al lado de la Bolsa de Caracas. Quedamos en vernos en la Pizzería en Altamira. En el camino, Javier iba manejando con calma, dando más bien vueltas, y conversando acerca de como parece que la izquierda en este país se jodió; cómo lo que parecía una oportunidad histórica se fue por el bajante, y los que terminaron con el poder terminaron siendo unos populistas más. Hablamos de la pronta llegada (¿pocos años, décadas?) de Uslar Pietri y sus herederos al poder y pajas por el estilo. Esto es el Caribe, decía Javier, aquí no hay derechas o izquierdas, hay venezolanos queriendo hacer país o venezolanos que se pasan eso por las bolas. Punto. Discrepo de eso, pero llegamos y se acabó el tiempo. Al minuto llegaron el negro y Paola. Entramos, hay gente pero hay mesa, suena la Fania. Cuatro tercios, por favor. Sigue la discusión, más cervezas, llega más gente al local, suena Héctor Lavoe. El mesonero, el único de siempre, sorpresivamente está contento. Lo tomamos como una muestra del poder de Paola: le sonríe, le habla claramente, con autoridad pero con fineza, y el tipo cae. Lo hemos visto antes, nos hacemos los locos, eso significa ganancia (no nos van a sacar de aquí temprano). A la hora Romero se tiene que ir, tiene un cumpleaños con las amigas, hace ojitos con Javier, no es su tipo me dice luego por mensaje de texto, le falta mugre como para que le guste a ella le respondo, me conoces, me contesta. Aún así, eventualmente podría pasar algo. Javier quiere Pizza, se la hemos vendido de tanto hablar de ella, solo queda Parrilla. No comemos. Propone pedir varias cervezas más e irnos a su casa. La música está fabulosa, suena El Faisán, alabamos a Johnny Pacheco, hablamos de cómo surgió la salsa en Nueva York, y cómo Caracas fue protagonista también. Giramos alrededor de viajes de Javier allá, seis meses de vida de Fleján cocinando cerca de Chelsea, Los Yankees, Santana y el Kid, los trombones, el bolero y el mambo en la Dimensión Latina, y como la música es así, la sinfonía de la conversacion y de la noche es así, llegamos, de flauta, trombones, conciertos y Nueva York, a Pink Floyd. Lo último que habíamos conversado era la importancia de unas buenas cornetas para escuchar música. A Javier le estallaron los ojos y propuso irnos de una vez, nos invitaba a hacer una prueba de sonido en su casa. Y nos fuimos.Llegamos, cervezas abiertas, rindiendo los cigarros, poniendo la música. Pink Floyd en sus etapas: con Waters, creo que Barrett, llegamos a la era Gilmour. El concierto, hacemos silencio: Wish you were here, The Wall, todo. Javier tenía razón, todo se apoderó de la sala de su casa mientras escuchábamos y veíamos el concierto en un plasma descomunal. Le escribo a la Pao que se venga, me dice que no puede, que las amigas, le digo que las traiga, que Pink Floyd está en Caracas, borracho, me dice, me habla de Ana su amiga la rubia que baila flamenco y lee a Lorca, que quiere sacarla, que la pone en mis manos, hablamos de eventos que vienen, de ir a ver la peli que Salva recomienda, de tantas cosas escribiéndonos mientras Gilmour toca la guitarra con esa serenidad cotidiana que regala. Recuerdo entonces la historia de Salvador, de como hablábamos de las tascas, de La Candelaria, de bares de Salsa en Sabana Grande, de historias de Caracas y de Nueva York. De la avenida Lecuna, del Bar Estudio, cerca del viejo estadio de Cervecería Caracas, a donde el padre de Salvador lo llevaba. Sueño, entre acorde y acorde, con la Paella que el negro promete para pronto. Sigue Gilmour, se acaban las cervezas. No estamos en Nueva York, nuestra ciudad se ha ido olvidando de nosotros y ha cerrado sus locales, sus espacios, quiere siempre borrar sus huellas: nos queda una sala en una casa en Sebucán, escuchamos Pink Floyd en ella y nadie nos puede decir, en esta nostalgia de la adolecencia, de un tiempo en que Caracas era más amable, que Pink Floyd, con su aura, con su mundo musical en que nos sumergimos y soñamos mientras se vaciaban las botellas y se llenaban los ceniceros, que Pink Floyd, digo, en esta melancolía extaña, esta noche, entre los ecos de Pacheco y Lavoe, no estuvo en Caracas

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