lunes, 6 de julio de 2009

Mirar los que somos: El Pintor de Batallas, de Arturo Pérez Reverte

Acerca del dolor nunca se equivocaron los maestros antiguos: qué bien comprendieron su sitio en nuestra vida, cómo llega mientras otros comen, abren una ventana o se pasean sin más.W.H.Auden

El Pintor de batallas me recuerda El séptimo sello, de Bergman. La muerte llega y juega al ajedrez con el que va a morir. La llegada de Ivo Markovic a la vida de Faulques (un regreso a su vida más bien) no es muy distinto. El mecánico croata, ex-combatiente en la guerra de los Balcanes, en donde fue prisionero, torturado y liberado después, aparece de repente en la torre propiedad de Faulques, para anunciarle que viene a matarlo. Faulques, veterano fotógrafo de guerra, reconocido y premiado por la crítica internacional, en su retiro ha decidido pintar un gran mural en una torre a la orilla del mar, un mural cuyo motivo son las guerras y batallas que el hombre ha tenido desde el principio de los tiempos. Estudiante de arquitectura y arte en su juventud, abandonó estos oficios por el obturador, por el instante frío y dramático a la vez que es una fotografía. En su vejez, ya de regreso de todo, vuelve a sus inicios: toma sus pinceles y decide plasmar aquello que ha visto en el andar de los hombres por el siglo que le tocó vivir. Su pintura, llena de la presencia de Paolo Uccello, de Goya, de Brueghel el viejo y el joven, de Cezanne, de los muralistas mexicanos, entre otros, es el destinatario final del testimonio del ojo, de la desesperanza y el horror.¿Hasta cuando es soportable el dolor ajeno? Esa es la gran pregunta que recorre la novela. Comienza y termina con un Faulques comulgando con el cosmos, el todo, la naturaleza: nadando hacia el mar del recuerdo al principio, y al final nadando hacia el mar del olvido, de la nada. Pero un cosmos, una naturaleza como es: fría, sin sentimientos, implacable, que forma también parte de la naturaleza humana.¿Para qué el mural? ¿Por qué razón lo pinta? La hechura de la pintura es la hechura de la memoria, del tiempo: el arte es el testimonio de lo que somos. De los peor en nosotros como algo intrínseco a nosotros mismos. Siete meses lleva Faulques en la torre en busca de la geometría del caos trazada en su pintura, como una crítica además a la sensibilidad moderna, aquella que no tolera el horror, el dolor y la muerte, cuando eso es realmente lo cotidiano.La memoria es convocada por la imagen: la crueldad, la incertidumbre del territorio que pisamos, los asesinatos y violaciones, los fusilamientos, hombres abandonados a la orilla de un río para ser devorados por cocodrilos. Es convocada con vistas a ver el mundo en su dimensión real, cruda y lúcida: fotografiar al hombre, no su rostro.A través de la visita diaria de Markovic, Faulques va recordando su vida, va reflexionando acerca de aquello en lo que cree y no cree. Ambos se dedican a darse respuestas y formularse nuevas preguntas. En ese recuerdo, el dolor por la pérdida de su mujer y su hijo, brutalmente asesinados por vecinos de toda la vida en su pueblo, y a causa de una fotografía tomada por Faulques a él siendo soldado croata en la guerra de los Balcanes; también la presencia permanente de Olvido Ferrara, Oráculo constante de la muerte y su reverso, el amor, para Faulques, su catarsis permanente, muerta al pisar una mina en la misma guerra. Palabra a palabra, a través del arte y la memoria, cada uno va recorriendo su propio infierno y aquel que los une, sin tregua.“una azarosa excursión hacia la muerte y la nada”, dice Faulques. O, como continúa Auden en su poema:

No olvidaron jamás
Que hasta el peor martirio ha de cumplirse
Como sea, en un rincón, en un sitio mugriento
Donde los perros llevan su perra vida y el caballo del
Verdugo
Se rasque contra un árbol las inocentes ancas

1 comentario:

  1. Me ha parecido un comentario tan acertado que se lo he enviado por email a mi amigo Arturo Pérez Reverte, porque sé que le va a gustar, pues para él es el libro más querido.
    mhvazquez

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